Cada generación se define por una estrella de pop muerta, y cada vez es más sórdido
Liam Payne es la última víctima de las salvajes exigencias de la fama global
El lado oscuro del planeta pop es todo un desafío a las teorías de la evolución de Charles Darwin. Se supone que las especies van mejorando con el tiempo, pero las muertes de estrellas son cada vez más tristes, sórdidas y predecibles. Y nadie parece capaz de hacer nada para evitarlas. La última es la de Liam Payne, miembro de la ‘boy band’ británica One Direction, que se cayó desde el balcón de su suite en un hotel de Buenos Aires. "El representante lo dejó solo dos segundos, intentó conseguir droga, llamó a dos prostitutas y luego no les quería pagar, rompió la tele de la habitación... Tuvo que venir el representante, les pagó, bajaba, subía, estaba enfermo, la habitación era un desastre, drogas por todos lados. Lo quisimos sacar del hotel y no pudimos sacarlo porque el representante dijo que la droga se la dio uno de los empleados, y parece que sí y ya se ha identificado y lo van a echar", dice el audio de otro empleado, que causó furor entre los fans cuando se hizo público.
Los sesenta y los setenta fueron los grandes años de las muertes de estrellas de rock, el famoso Club de los 27. Entonces pulsaron el botón de ‘autodestrucción’ Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison, también Brian Jones, el Rolling Stone más fuera de control. “La fama ha matado a más gente que las drogas. Jimi Hendrix no murió por sobredosis, murió por la fama”, explica Keith Richards. Seguramente la primera muerte icónica de este tipo fue la de James Dean, una estrella del cine confundida, hipersensible y propensa al autosabotaje, como algunos de los personajes que interpretó. Con toda la experiencia acumulada en 1980, la industria de la música ya debería haber establecido protocolos para proteger a sus estrellas, pero exprimirlos es demasiado tentador como para que alguien se anime a sugerir una pausa.
El caso más deprimente es el de Amy Winehouse, otro miembro destacado del Club de los 27, deprimente porque su talento era majestuoso y porque su muerte se veía venir de lejos. Winehouse fue una estrella que pedía permiso para salir de la clínica de desintoxicación porque tenía que aparecer en una gala de los Grammy interpretando “Rehab”, el himno autobiográfico donde explicaba la presión que ejercía su entorno para que dejara las drogas y cómo ella se negaba de forma heroica (los sonoros “No, no, no” del estribillo). ¿Puede existir imagen más disfuncional que eso? Winehouse acudía en limusina y bebiendo vodka a morro a sus tratamientos en The Priory, el centro de ayuda a celebridades situado en el sur de Londres. Ni siquiera allí podían descansar las estrellas: algunos tabloides ingresaban a periodistas fingiendo que eran adictos para así tener acceso a la terapia de grupo de los famosos, como contó una vez Tom Chaplin, de los superventas pop Keane.
Hay un caso reciente que no hizo mucho ruido, pero que explica de manera cristalina los mecanismos del mal. ¿Se han preguntado alguna vez por qué no hay ningún DJ en el club de los 27? La explicación es que hablamos de una escena musical que creció a su ritmo, al margen de los mecanismos habituales de la industria y los grandes medios. La cosa no se volvió global hasta la década de los dieces, con la explosión de la generación EDM (Electronic Dance Music), que aplicaba las lógicas espectaculares del rock de estadio a artistas electrónicos de veinte años. Fue entonces cuando llega el suicidio de Avicci, joven estrella que descontroló su consumo de alcohol y otras sustancias para mantener el buen humor frente a un inhumano calendario de sesiones. Se quitó la vida a los 28 años.
Recuerdo un comentario de Guille Milkyway (La Casa Azul) cuando le pregunté por el caso. “Avicci estaba en la cima del ultramainstream. Era el sucesor de Calvin Harris, alguien que pertenecía a la élite pop. Tocaba cada día en un lugar diferente del mundo, cobrando cientos de miles de dólares por actuación. Si eres una persona frágil, como somos casi todos, ese riesgo siempre está ahí. Hay que ser un poco raro para poder llevar bien la presión laboral a la que nos someten. Lo normal es que más personas nos suicidáramos. En las entrevistas, Avicci siempre hablaba muy en serio de su trabajo, notaba su conciencia artística. Muchas veces se traslucía el miedo a que lo estaba componiendo no mantuviese el impacto que había conseguido hasta entonces. Si te fijas, en el pop los periodos de éxito de las estrellas cada vez son más cortos. Esa es otra fuente de estrés”, comparte.
Los noventa fueron años devastadores en este sentido. Artistas generacionales como el rockero Kurt Cobain y el actor River Phoenix se mostraban comprometidos al máximo con su trabajo. La integridad era central en sus vidas, participar en campañas publicitarias les hubiera parecido “venderse”, como a tantas otras estrellas de la época (hoy parecería una excentricidad incomprensible decir que ‘no’ a cualquier cheque de una multinacional). Kurt Cobain se hizo famoso por el abuso de drogas y por las letras depresivas, pero un rasgo principal de su carácter era el entusiasmo musical….por la música de los demás. Dedicó gran parte de su tiempo y energías en dar a conocer a grupos ignotos que le parecían infravalorados, a quienes recomendaba o se llevaba de gira como teloneros, una prueba de la bondad de su enfoque artístico.
Tras la muerte de Payne, los fans de One Direction comenzaron a señalar como responsable a Simon Cowell, el magnate de la industria pop que montó el grupo, conocido por manejar con mano de hierro cada uno de los proyectos que están en sus manos. Payne comenzó a estar bajo escrutinio público desde los 14 años, en una época donde las redes sociales cada vez son más absorbentes e invasivas, sobre todo para una gran estrella pop. “Tú hijo estará my orgulloso de todo lo que has hecho”, declaró Cowell al enterarse de la muerte de Payne. Seguramente tiene razón, pero lo más valioso que aprenderá de esa muerte que el camino de los grandes beneficios y la adoración global no lleva necesariamente al palacio del equilibrio y la felicidad. Para los demás, la pregunta es otra: ¿existe en la industria alguien capaz de parar esta espiral nihilista?