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"El baño del diablo": un estremecedor viaje por los abismos del alma

La que fuera la última ganadora del Festival de Sitges narra magistralmente la depresión de una joven austriaca del siglo XVIIIa consecuencia de la opresión religiosa
Un fotograma de "El baño del diablo"

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¿Pueden los ecos solitarios de una mujer austriaca del siglo XVIII que se encuentra atrapada en el ovillo estructural asfixiante de los hombres, resonar con calidad de presente en las intimidades diarias de cualquier mujer de cualquier nacionalidad del siglo XXI? "El baño del diablo", el último y extraordinario trabajo de la dupla de cineastas formada por Severin Fiala y Veronika Franz, ganador de la última edición de Sitges, propone una estimulante respuesta afirmativa a la pregunta planteada. 
Para ello, adapta los elementos más sutiles del terror, esto es: aquellos que tienen que ver con la claustrofobia corporal y no con el espasmo recurrente del susto a un contexto histórico y rural profundamente religioso y moralmente opresivo que limita la capacidad de acción de la joven protagonista, Agnes, que acaba de casarse y que tras pasar metafórica y literalmente del cobijo paterno a las manos de un marido que no demuestra ningún tipo de pulsión sexual, va sucumbiendo progresivamente a una depresiva espiral oscura y densa con la resonancia telúrica y traumática de una mujer que ha sido ejecutada y expuesta tras matar a un bebé. 
Ese filamento incrustado en la piel de Agnes que vemos en la imagen que acompaña al texto, ubicado estratégicamente al inicio de la columna es un pelo. Un pelo utilizado como remedio medicinal para quitarle la melancolía del cuerpo, extirpársela de raíz, como si los asuntos de la cabeza tuvieran una resolución próxima a la de un resfriado. 
Familiarizada con el lenguaje cinematográfico de Ulrich Seidl –doblemente premiado en Venecia y autor de la polémica e incomodísima "Sparta", sobre la figura de un pedófilo– y con esa crudeza estilística escarbada y desasosegante (potenciada en este caso por la excepcional fotografía de Martin Gschlacht ) que tanto caracteriza al director pero también al cine austriaco y danés, Veronika Franz admite en entrevista con LA RAZÓN que esta es una película que retrata "a mujeres individuales que no pueden ser libres por culpa de la religión y el dogmatismo, dos elementos que además les obligan a fallar. Les conduce al camino del error porque no son capaces de asumir el peso de todo lo que la sociedad espera de ellas y ni siquiera de lo que ellas esperan de sí mismas hasta que finalmente esa presión las empuja a una depresión. En realidad si lo pensamos con un poco de detenimiento, esto no dista mucho de situaciones contemporáneas en espacios donde las mujeres siguen teniendo la imposición de ser perfectas", indica sobre la equivalencia temporal de los temas tratados. 
"Hay situaciones contemporáneas donde las mujeres siguen teniendo la imposición de ser perfectas"Veronika Franz
Cuando preguntamos a los realizadores por esa capacidad de armar estructuralmente una película de terror sin incurrir en las herramientas habituales del género, Franz señala entre risas que "no se nos dan bien los sobresaltos". 
"Creo que esto que apuntas y que me parece muy interesante se debe a la naturaleza propia de la película, desde el principio sabíamos que queríamos contar los miedos de una mujer cuya confesión real y contrastada históricamente de un crimen horrible nos pareció conmovedora. Añadir escenas de terror propiamente dicho a los abismos del alma que ella padecía, habría sido una equivocación por nuestra parte. Sus miedos eran lo importante aquí, su tormento. Todo lo que sucede dentro de su mente y de su cuerpo era para nosotros el verdadero terror y así queríamos intentar registrarlo", completa Severin Fiala defendiendo una manera de entender la historia completamente coherente con la generosidad hacia el propio relato. Porque, a veces, casi todas, los terrores internos son los más agresivos e inesperados. Los más conflictivos y complejos de gestionar.