Buscar Iniciar sesión

Alain Deneault: "Los excesos de la izquierda llevan a la gente a la extrema derecha"

El escritor y filósofo publica «La izquierda caníbal y la derecha vándala», un ensayo en el que critica la actitud de enfrentamiento que mantienen ambas posturas políticas
El filósofo Alain Deneault
El filósofo Alain DeneaultAFP

Madrid Creada:

Última actualización:

El nombre de Alain Deneault se dio a conocer con «Noir Canadá», donde denunciaba las actividades mineras en África, lo que dio paso a polémicos juicios, y «Mediocracia», libro en el que denunciaba el auge de los mediocres. Ahora vuelve con «Izquierda caníbal y derecha vándala» (Altamarea), un ensayo subtitulado «Las malas costumbres de la política», que, desde la equidistancia, critica la actitud beligerante que mantienen la izquierda y la derecha. Los acusa de deteriorar el espacio público, favorecer el autoritarismo, las identidades nacionales y arruinar las políticas para el bien común. Además de alertar contra lo que llama «el extremo centro».
La izquierda y la derecha han convertido todos los debates en batallas. ¿Este hecho es nocivo? ¿Es tóxico, como usted dice?
Lo que llamamos «izquierda» y «derecha» designan posiciones caricaturizadas. Se trata, en realidad, de dos caras de un mismo problema: el compromiso político experimentado en relación con los adversarios, que se encuentran esencializados en figuras reprobables. Es esta desfiguración la que debe criticarse, más que los discursos sociales, sociales y políticos razonados. En la «izquierda», donde sólo prevalece la identidad social, los actores sociales prevalecen sobre su capacidad de posicionarse, pensar y argumentar. Pone en práctica un enfoque heredado de la extrema derecha: la reducción del otro a características que escapan a su voluntad y autonomía. Un ejemplo: Irremediablemente estigmatizado por su posición dominante, el viejo educado y blanco eurodescendiente no tiene nada que decir en su defensa, mientras que la mujer homosexual negra se siente investida de un conocimiento particular por coincidir con sus características. Son los excesos de esta dialéctica los que deben ser denunciados. En este contexto, la izquierda pierde sus armas. Ya no sabe cómo pensar en el equilibrio de poder social estructurado en torno a la valorización del trabajo y es fácilmente explotada por las grandes empresas que se benefician de lo común.
¿Y la derecha?
La «derecha» desvía de su significado nociones valiosas como el secularismo o la república, convirtiéndolas en armas contra poblaciones estigmatizadas. Estos dos términos ya no evocan en sus discursos compromisos históricos que permiten la convivencia pacífica de comunidades que comparten convicciones diversas, sino una forma de estigmatizar a ciertas figuras sociales. No niega los derechos de las mujeres y no quiere ser racista, pero nunca en su discurso identifica una situación sexista o de racismo. Su atención se centra en los excesos de la izquierda social.
¿Cómo perjudica esto a los ciudadanos y a la democracia?
Estos dos campos se oponen a muerte, pero existen porque se sostienen mutuamente. Se vigilan continuamente. La «izquierda» para atrapar a la derecha en sus errores verbales y abusos morales de poder; la «derecha» para estigmatizar una predicación excesiva. Estos dos casos monopolizan así el debate.
«Lo común corre un fuerte riesgo en este enfrentamiento entre izquierda y derecha»Alain Deneault
¿Y quién pierde más?
Los progresistas tienen más que perder porque los medios de comunicación conservadores se han convertido en maestros en el arte de denunciar los excesos de los movimientos sociales y la denuncia de discursos que solo son progresistas basándose en la filiación sexual o étnica de quien los posee, por ejemplo.
¿Y el gran perdedor?
Lo común corre un fuerte riesgo. Con sus excesos la «izquierda social» empuja a la gente corriente hacia la extrema derecha. Un gran número de personas que no tienen las condiciones para participar en estos debates sucumben ante esos partidos.
«En la izquierda proliferan los "tartufos", personas que usan el discurso moralizante para ganar autoridad»Alain Deneault
¿Las derechas y las izquierdas, con sus mensajes, están activando de nuevo ideas arraigadas pero dormidas como el racismo o los prejuicios?
Las cuestiones morales merecen atención. La moral y la política van de la mano. La primera se refiere a la manera en que las sociedades regulan y organizan la convivencia. La manera adecuada de vestir, de comer, de saludarnos, de enfrentarnos... Sabemos que muchos avances sociales, particularmente en lo que respecta a los derechos de las mujeres o los derechos civiles, no se habrían producido sin una movilización moral por parte de personas feministas o antirracistas. Pero cuando los términos de estas discusiones se vuelven excesivos, no tocan ninguna realidad tangible, sino que se pierden en ramificaciones incomunicables de significado, entonces tal vez haya algo más en juego.
¿El qué?
En la izquierda, somos testigos del nacimiento de tartufos, esas personas que utilizan el discurso moralizante para ganar autoridad sobre los demás, o fanáticos que se encierran en un puñado de certezas estridentes. En el otro lado del espectro, el ascenso de la extrema derecha atestigua el entusiasmo generado por ideas perezosas, que consisten en presentar sociedades sanas, pero atacadas desde fuera por elementos contagiosos. Los extranjeros, los intelectuales, los ecologistas serán, según estos, los elementos que impiden al cuerpo sano estar consigo mismo. En tales circunstancias, los elementos del discurso se vuelven instrumentales y no es apropiado pensar a partir de ellos. De lo contrario, quedamos atrapados.
«Debemos aprender a actuar políticamente de forma solidaria»Alain Deneault
Si se obliga a elegir a los ciudadanos por la derecha o la izquierda, ¿cómo defender las causas comunes?
El rasgo distintivo de la izquierda es que le interesan las causas comunes, no las identidades distintas y ramificadas. Dicho esto, su entusiasmo histórico por categorías globales como la esfera pública, el pueblo y el proletariado no puede impedirle extraer importantes lecciones de la teoría interseccional. Sus ramificaciones no deben impedirle fijarse en las causas comunes. Por tanto, debemos aprender a actuar políticamente no por separado, sino de forma solidaria, con conciencia de los grupos particulares a los que pertenecemos.
¿Hay una criminalización de la cultura occidental y del hombre blanco? ¿Se están pagando los años de colonialismo?
También en este caso necesitamos conceptos claros. Los blancos colonizaron África, pero no todos los blancos son colonialistas. Esencializar a los blancos como colonialistas es un error. Esta reducción de los occidentales en toda su gran diversidad sociológica al estatuto monolítico del «hombre blanco» refleja una miopía y una despreocupación que impiden comprender y avanzar.
«La ideología del centro extremo es imperial y extremista»Alain Deneault
¿A dónde nos pueden conducir la izquierda caníbal y la derecha vándala? ¿Ellos están poniendo la democracia en peligro?
Esta dualidad tiene la desgracia de separar a personas que merecen estar asociadas. El feminismo es una causa que los hombres no tienen por qué abandonar a las mujeres. Desde el punto de vista de la moralidad, el feminismo ha supuesto un enorme progreso para los hombres, en términos de las emociones que ahora pueden permitirse sentir, las profesiones asistenciales que pueden permitirse ejercer y una paternidad más activa. Los hombres también se han beneficiado de ver a las mujeres abandonar la esfera doméstica para florecer como artistas, arquitectas y médicas, compartiendo su talento con toda una comunidad. Lo mismo ocurre con los pueblos dominados. ¿Cuántos artistas, filósofos y científicos habrían surgido de este vasto territorio?
En su ensayo habla de la «ideología de extremo centro». ¿Pone en peligro el Estado, los grandes principios y la democracia?
La ideología del centro extremo, en la que estamos sumidos, es extremista. Su programa es industrialmente ecocida, socialmente inicuo y empresarialmente imperialista. El proyecto del centro extremo es garantizar el crecimiento de las empresas y el aumento de los dividendos pagados a sus accionistas; garantizarles el acceso a los paraísos jurídicos y fiscales; reducir la ecología política a marketing verde; sofocar cualquier discurso social por parte del Estado y minimizar el gasto público en los sectores social y cultural. En otras palabras, fomentar el crecimiento de la soberanía privada, al servicio de la cual se pone el Estado. Olvidar la misión social del Estado se está convirtiendo en algo esencial, incluso en el contexto de una crisis de salud pública. Se proclama entonces un acto de «guerra» en lugar de una responsabilidad social y colectiva.
«El "centro" como sinónimo de equilibrio es un concepto publicitario»Alain Deneault
¿Pero hay más?
El centro extremo es también extremo en el sentido de que, desde un punto de vista moral, es intolerante con todo lo que no sea él mismo. Lejos de situarse en algún lugar del eje izquierda-derecha, elimina el eje para que sólo el suyo pueda existir como discurso legítimo. Relega a los «extremos» las propuestas que no coinciden con su programa. El objetivo del centro extremo -una política que tiene la mediocracia como modalidad y la gobernanza como discurso teórico- es naturalizar el principio ultraliberal y darwinista social, y asimilarlo a un simple arte de gestión. Y hacerlo de un modo tan imponente que ya ni siquiera podamos nombrarlo, cuestionarlo o evaluarlo.
¿La consecuencia?
La política debe ser borrada en favor del arte de la gestión, que, ennoblecido con el término gobernanza, se reduce a administración. Atrás quedaron los tiempos en que la política establecía las directrices en nombre de las cuales se llevaba a cabo la gestión. El «centro» extremo se presenta como si estuviera en medio de todo, pero no tiene nada de centrista. El «centro» como sinónimo de equilibrio es un concepto publicitario. Muchos periódicos se aseguran de repartir puntos «centristas» a todos los que pregonan un programa radical. Los que defienden los beneficios en detrimento de la equidad social dicen de estos que son racionales, razonables, responsables, equilibrados, sensatos o incluso normales. A la inversa, cualquier ciudadano que se oponga a esta vulgata se arriesga a ser tildado de irresponsable, irrazonable, paranoico, soñador, peligroso o incluso loco.
¿Vamos hacia a un mundo gobernado por mediocres?
La mediocridad es un promedio. Todos somos mediocres en algo: montamos en bicicleta de manera regular, hacemos una tortilla regular, tenemos un conocimiento medio de la historia de Polonia... Pero el pensamiento mediocre en la era de la mediocracia se convierte en otra cosa: en una obligación. Estamos obligados a ser «medios». Y a ser «medios» según una representación ideológica de la media y no según una comprensión sociológica o científica. A encarnar la media, vamos, como empleados, directivos, consumidores, votantes... Hoy en día, el poder no teme a la clase media, sino que la impone y se impone a sí mismo. Los métodos mediocráticos se han perfeccionado, de modo que pueden aplicarse a gran escala. La estandarización de prácticas, métodos, gustos y sensaciones hoy no tiene parangón en la historia.

¿La moral deber prevalecer sobre la acción política?

Alain Deneault radiografía en su ensayo, con enorme acierto, los grandes defectos de la política de bloques actual

Por Ángeles LÓPEZ

Alain Deneault no se posiciona ni a favor de la izquierda ni de la derecha, sino que analiza cómo ambos extremos han contribuido al estancamiento político y cultural, y cómo es esencial repensar el espacio moral y ético donde se desarrollan los debates. A través de un ensayo contundente, examina las patologías de las divisiones políticas actuales y ofrece un análisis crítico sobre cómo ambas posturas han degradado el debate público. Mediante la metáfora de la «izquierda caníbal», Deneault critica la tendencia de la izquierda a autodestruirse en luchas identitarias que absolutizan lo particular, perdiendo de vista las causas comunes que históricamente unieron a los movimientos progresistas. Estas disputas internas, señala el autor, fragmentan la izquierda y debilitan su capacidad para impulsar un cambio estructural significativo.

Por otro lado, califica a la derecha de «vándala», denunciando cómo manipula el discurso liberal de la libertad de expresión, defendiendo solo aquellos argumentos que favorecen sus intereses. Deneault advierte que, bajo esta retórica, la derecha perpetúa el statu quo y tiende al autoritarismo, mientras acusa a la izquierda de extremista. Este desequilibrio, según el autor, ha permitido a la derecha consolidar su poder, utilizando la polarización como una de las herramientas de la política hoy en día.

Uno de los puntos más destacados del ensayo es la crítica a la simplificación del lenguaje político. Alain Deneault señala cómo conceptos como racismo, fascismo o nación han sido vaciados de contenido y convertidos en eslóganes que solo refuerzan la división y el conflicto. El uso oportunista e irresponsable de estas palabras, según él, ha intensificado la polarización, dificultando un debate racional y profundo sobre los problemas estructurales que enfrentan las sociedades actuales. En definitiva, este libro es una llamada urgente a recuperar el espacio del debate público, lejos de polarizaciones estériles.

Deneault exige priorizar una reflexión que sea crítica sobre los problemas estructurales reales, dejando atrás las luchas identitarias y los enfrentamientos superficiales. Su obra es un desafío directo a reconstruir una política basada en lo común y lo ético, lejos del sectarismo que debilita a la izquierda y del autoritarismo que fortalece a la derecha. Este ensayo es más que una crítica: es un grito para replantear las bases de nuestra convivencia política.

Lo mejor

Su capacidad para desentrañar las contradicciones políticas

Lo peor

Su diagnóstico es claro, pero no ofrece muchas soluciones al problema