Dibujantes, novelistas y gaitas
Marjane Satrapi y John Banville sorprenden en una mañana con ambiente y las conversación monopolizada por el caso Errejón
Oviedo Creada:
Última actualización:
El viernes comenzaba el jueves. Marjane Satrapi daba la sorpresa en un evento marcado por la ausencia de sorpresas y la dibujante brindaba una gran viñeta presentándose de manera improvisada en Oviedo a las nueve y media de la noche. Desde temprano, por el vestíbulo del Hotel Reconquista «saloneaban», cada uno simulando su importancia o sus importancias varias, diversos políticos, autoridades, reporteros y hasta un cardenal. Un cardenal, nunca mejor dicho, como Dios manda. Un cardenal muy stendhaliano, de rojo y negro, como corresponde a la ciudad de «La regenta». Un cardenal que respondía, como un guante, a la imagen que cualquier puede albergar en la conciencia de lo que es un cardenal. Entre el bullicio y la jarana de declaraciones y entrega de medallas, Michael Ignatieff conversaba con su editor español, Miguel Aguilar, en un sofá ya con solera y Joan Manuel Serrat, muy mediterráneo, asomaba por una esquina con una chaquetilla informal, unos jeans oscuros y unas deportivas. Un padre respondía a la curiosidad urgente de una hija extrañada que le preguntaba quiénes eran esos tipos de ahí: «Esos son periodistas. Llevan cámaras porque son muy importantes» (por supuesto...).
En las comidillas se comentaban las imprevistas declaraciones que hizo la Princesa Leonor el día anterior: «Mi familia asturiana es muy asturianona». También se hablada de su admitido, e inesperado, gusto por los oricios y el de la Reina Sofía por esa gastronomía secreta que es el pantrucu, para muchos, un plato tan desconocido como el fondo de las fosas marianas. En una audiencia se remarcaba la labor de dos hispanistas galos que han consagrado la vida a estudiar vida y obra de Leopoldo Alas, vamos, Clarín. Y el Padre Ángel, un clásico de esta cita, no defraudaba y aparecía con bufanda roja. En medio del jaleo, despunta, de repente, una sombra conocida, una figura amistosa. «¡Ey! How are you? Are you Ok?¡». John Banville. El novelista abrevió formalidades y acortó trechos para alcanzar el bar. «¿Champán?» «¡No! Cava». Sonrisa irónica. Que John Banville es novelista se revela en su forma de mirar. Es un hombre que no pasea por lo que sucede alrededor. Se fija en lo que ocurre alrededor. Luego se refiere a su vista al Museo del Prado: «Voy a escribir algo sobre Velázquez, mejor dicho, sobre las miradas de los cuadros y mi mirada». Que un maestro no descuide nunca su oficio es algo que se agradece.
En la calle, más calabazas (Halloween) que banderines de los premios. Los «oviedines del alma», como los llaman por aquí, se juntan alrededor al hotel Reconquista, amortiguan impaciencias y aguardan la espera con resignación: todos quieren ver un famoso. Carmen Linares da una entrevista en un estudio levantado por Radio Nacional, unos colegiales se retratan delante de un cartel de Carolina Marín y otros sacan fotos a la engalanada fachada del Teatro Campoamor. Una gaitera apela a su madre, que se ha enganchado la falda y va con prisas, y un chaval ataviado al gusto tradicional camina con prisas. En una conversación se identifica la conversación, de lo que todos hablan: Errejón. Una señora asegura que «no me lo creo. Seguro que es una trampa. Los políticos son mucho de eso. Seguro que la han jugado. De los políticos no te puedes fiar. A saber lo que hay detrás»; una cincuentona, más estirada que una espingarda, le replica que para nada y que solo es un «sinvergüenza». Lo demás es lo esperado. Gaiteros, bailes, música, curiosos que se agolpan en las vallas entre mucha policía y mucha expectación.