John Banville: «Quien escribe mis libros es el monstruo que llevo dentro»
El novelista evoca Dublín en «La alquimia del tiempo», unas particulares memorias sobre sus filias literarias y en donde da fe de sus recuerdos y sus arrepentimientos
Madrid Creada:
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Regresa John Banville con unas particulares memorias, unos recuerdos dublineses a las que ha titulado «La alquimia del tiempo» (Alfaguara). Unas páginas donde, con el pretexto de rememorar sus paseos, evoca la ciudad irlandesa a través del eco que han dejado en ella poetas, escritores y artistas. Pero en realidad lo que tenemos aquí son unas pausadas reflexiones sobre los recuerdos, los arrepentimientos y el niño que todavía llevamos dentro. «Siempre miro el mundo como si fuera un niño. Me sigue pareciendo raro, extraño, incluso curioso, estar vivo en este mundo. Creo que todos los artistas están infantilizados. Son infantiles. Baudelaire, dijo que “un genio no es otra cosa que la infancia contada con precisión”. Esto es cierto incluso en artistas muy sofisticados, como Velázquez. Tanto él como nosotros miramos alrededor con sorpresa».
El Dublín que describe es el Dublín de los escritores.
A los irlandeses y los dublineses les encanta hablar de sus escritores, pero nunca los leen. La gente habla como James Joyce, pero me dan ganas de decir a estas personas lo que Joyce dice de los dublineses. Él consideraba que Dublín, y que irlanda, estaba en un estado de parálisis. De hecho, se fue y nunca volvió. Pero lo importante es que Joyce inventó Dublín. Y si hubiera regresado, el Dublín real hubiera interferido con su Dublín imaginario. También sucede con Beckett, solo que él escribe sobre el Dublín protestante de la clase media alta, mientras Joyce escribe sobre la clase media baja. Ahora ambos son dublineses de la imaginación. Yo no soy de Dublín. El Dublín que escribo en este libro es un lugar imaginado por los escritores y para mí tiene ecos de resonancias porque vivieron allí.
«Los votantes de Trump odian a los intelectuales, los artistas y la gente con formación»John Banville
Lo imaginado es importante.
Nosotros vivimos en un mundo imaginado que lo convertimos en real. Siempre me ha fascinado el enamoramiento. Me explico. Te rodean de miles de personas y, de repente, estás sentado delante de alguien y el resto deja de existir. Esa persona se convierte en dios, aunque sabemos que esa persona es igual que otro ser humano, pero durante ese tiempo amoroso, esa persona es divina. La elevamos a una existencia trascendente. Hasta dos años más tarde, que sobreviene la desilusión.
En estas memorias habla del monstruo que lleva dentro desde que era pequeño.
De hecho, el que escribe mis libros es ese monstruo que llevo dentro. Hace unos años, me caí en la calle, me tropecé. Era un día de verano. Seis personas me ayudaron a levantarme. Me acuerdo de que reflexioné: en distintas circunstancias, estos mismos individuos me estarían metiendo en un camión de ganado. Todo es circunstancial, la gente piensa en el mal, pero no existe el mal, solo las circunstancias crean ese mal. Sí, son las circunstancias las que sueltan el monstruo, como sucedió en la Alemania nazi o con la matanza de Ruanda. En esas circunstancias, la gente haría lo que fuera. De hecho, todavía seguimos sin responder cómo tanta gente fue asesinada en Ruanda a golpes. A golpes. Estamos hablando de un trabajo duro.
«No creo que existan los recuerdos. Cada vez que recordamos, imaginamos el pasado»John Banville
¿Ese monstruo está volviendo a Europa?
Sí, estamos soltando el monstruo de nuevo en Europa, pero espero que, al final no sea así, aunque no tiene buena pinta. ¿A quién hay que echarle la culpa? A los intelectuales, por cómo ignoramos al resto del mundo. La gente dice que no les interesan nuestros libros, ni nuestras fotos ni nuestra música. Estuve durante dos meses en Estados Unidos. Entonces, ese año, sabía que Trump iba a ganar, porque conozco ese país desde inicios de los sesenta, y esto era un EE. UU. Furioso... furioso por nada. El miedo y el poder del aburrimiento... Los dos están ahí y nunca hay que ignorar esas fuerzas. La gente es capaz de hacer lo que sea por no aburrirse. El aburrimiento es la antecámara de la muerte. Pero también está que nos odian, a los intelectuales, a los artistas, odian a la clase media con formación, con sus cenas, con sus copas de vino, con su vida sofisticada. No nos soportan. Ningún votante de Trump leería mi libro. Diría: «Otro tipo que se lo sabe todo». No desprecio a estas personas. De hecho, un amigo mío asegura que necesitamos aprender a cenar con personas que bendicen la mesa. Esta es una noción bastante profunda. Parece sencillo. Poder tratarnos con personas que nos desprecian, porque en Estados Unidos los que bendicen la mesa son gente de clase media baja sin formación y sin estudios que votan a Trump. Por eso mi amigo dice eso, pero ya es tarde para eso. Vienen a por nosotros. Cuando hablé con una persona que vivía allí y que había votado a Trump, le pregunté por qué le había concedido su voto. Su respuesta fue que iba a reducir las universidades, toda esa estructura, a su nivel...
Los recuerdos. Están presentes en estas páginas.
No creo que existan los recuerdos. Cada vez que recordamos, imaginamos el pasado. Pero es verdad que existen cosas que hemos hecho y que no pueden deshacerse. En uno de mis libros hablo de un asesinato. El asesino dice que no siempre fue un asesino, pero una vez que se comete un asesinato, uno ya es un asesino para siempre. No se puede escapar al remordimiento. Cuando vivía en Dublín y tenía casi veinte años, vino mi padre, porque había un circo en la ciudad y a él le gustaba. Me preguntó si quería ir con él. Le dije que no. Sigo teniendo remordimientos por esa respuesta. Todavía me siento mal. Tendría que haber ido con mi padre. Esto fue un delito. Eso es el monstruo del egoísmo.
En estas páginas dice que el niño todavía está dentro de la persona que es hoy.
El niño siempre está dentro de nosotros. En momentos de estrés, de angustia, de sufrimiento, uno se siente como un niño, lo que es útil para un artista, porque en la infancia todo es nuevo, todas las experiencias se experimentan por primera vez. Así es como un artista tiene que mirar el mundo. Cuando se miren las nubes, tiene que ser una emoción nueva. Hay que renovarlo todo...
«Debiera haber escrito menos y haber vivido más».
La vejez no es lo que pensaba. Es curioso. Pensaba que era la desilusión, la disolución, el desmoronamiento de uno. Tiene su gracia, un amigo mío, al que llamo Cicerone en mi libro, me apremia para que vayamos a pasear antes de que nuestros cuerpos se desmoronen. Aquí es donde me convierto en el viejo filósofo y le digo: vivid la vida a tope, cada uno de sus momentos, porque solo así no tendréis miedo a la muerte. Son los que no viven intensamente la vida los que temen la muerte. Mi mujer me dijo que no temía la muerte porque había tenido una vida maravillosa y había vivido a tope.
En su libro habla de los turistas que pisan las placas conmemorativas con palabras de Joyce.
El turismo está destruyendo el mundo. El problema son los vuelos baratos y los teléfonos, porque todos creen que tienen muchas cosas que decir y no tienen nada que decir. Ves a una pareja en un restaurante y lo primero que hacen es hablar por teléfono. Como dije en una entrevista: «Steve Jobs ha destruido mi mundo».
Nos estamos aislando.
Nos hemos desconectado del mundo. Veo gente caminar por el monte sin auriculares... ¿Lo entiendes? Si vas al monte, escucha la naturaleza, pero no nos podemos desprender de la tecnología. Ha venido para quedarse. Me temo que la tecnología no es el mundo real, pero que va a estar en la base del mundo real. La IA es estúpida. Es tonta. El problema de las máquinas es que no pueden tener tres pensamientos al mismo tiempo. No son como nosotros, que somos capaces de estar en un restaurante y estar hablando, probando un vino y reparando en una mujer. Aunque a lo mejor las maquinas consideran que estos seres desordenados, esta gente caótica, tienen que desaparecer...