ARTE
Cuadro de la semana: Latas de sopa Campbell
Andy Warhol se convirtió en uno de los artistas más codiciados en el panorama artístico gracias a su originalidad a la hora de representar la mediocridad
Hace un par de años leí un artículo estupendo que llamaba a nuestra sociedad, una sociedad de sándwich mixto. Poco original. Tibia. Simplona. Un poco cobarde. Nada más que jamón y una tira de queso. En algún momento de los últimos sesenta años nuestros mecanismos se torcieron y nos convertimos en criaturitas grises que corretean de un lado a otro fichando en la oficina y volviendo a casa para procrastinar, un día tras otro hasta que llega el turno de las vacaciones, entonces fichamos en la playa en lugar de la oficina pero procrastinamos de todas formas. Quise interpretarlo como un llamamiento a la originalidad perdida. Un vistazo atrás cargado de nostalgia por una época donde los escritores eran mejores, los pintores eran mejores, los cantantes eran mejores, las personas en definitiva eran mejores. El impulsor de esta analogía del sándwich fue Alain Deneault, un sociólogo canadiense.
Ignoro hasta que punto será negativa nuestra sociedad de sándwich mixto, ni qué consecuencias traerá, pero, desde que leí el artículo, vivo prácticamente obsesionado por comprender al sándwich, más que nada porque es la sociedad en la que nos ha tocado vivir y no tiene mucho sentido perder el tiempo quejándonos por ello. Creo que la mejor idea sería conocer a esta sociedad a fondo, sin nostalgias, para desenvolvernos más hábilmente por nuestro entorno y sentirnos más cómodos entre las rodajas de pan tostado. Un vistazo a la obra más conocida de Andy Warhol, que se trata de uno de los cocineros de este bocadillo tan poco original, puede resultar en un método excelente para comprender.
El autor
Las imágenes que se suceden en nuestra mente a la hora de citar al artista estadounidense son variadas. Recorren una hilera los dípticos de colores que hizo de Marilyn Monroe, cae con estrépito su símbolo del dólar, el triple Elvis, los detalles de la Última Cena, la portada del plátano cargado de vitaminas de Velvet Underground.... Descubrimos en este hombre flacucho, siempre con su peluca plateada, gafas de pasta gruesas y una mueca en los labios, al genio impulsor de uno de los movimientos artísticos más simples y, a su vez, más conocidos del mundo contemporáneo: el Pop Art. Primo hermano del Rock & Roll y las tiras cómicas de Marvel.
Fue un visionario cuando aseguró que “en el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos”. Fue un visionario al comprender que la sociedad que se avecinaba pediría sencillos sándwiches mixtos que pudieran digerir y comprender con facilidad, antes de lanzarse a escrutar el óleo de turno del pintor aleatorio, cuyas imágenes conceptuales no entendería siquiera la mujer que les llevó en el vientre. Andy Warhol puede ser quién vomitó a nuestra sociedad mediocre o podría ser que nuestra sociedad mediocre le vomitara a él, pero debe quedarnos claro que él no era mediocre. Su vida no lo fue, al menos. Por ejemplo en 1968, cuando el artista comenzaba a disfrutar de su fama mundial, la escritora Valerie Solanas le disparó tres veces en un sonoro intento de asesinato. Fue mánager del conocido grupo Velvet Underground - liderado por el inmortal Lou Reed - y produjo con ellos el que sería su disco más famoso, The Velvet Underground & Nico. Entre sus amigos más íntimos habríamos encontrado a Carolina Herrera, Elisabeth Taylor, Gerard Malanga, Valentino... Incluso su muerte fue del todo menos ordinaria, ya que se cree que ocurrió debido a una intoxicación de agua - ¿quién se intoxica con agua, si no es un ser extraordinario? -.
El cocinero siempre tendrá una vida más interesante que los sándwich que prepara, supongo. Desde su estudio en Nueva York, conocido como The Factory, dedicaba los años de su vida a recrear cualquier tipo de obra que se le antojase - Warhol es conocido en el panorama artístico por su apropiacionismo - de cualquier autor, desde Da Vinci hasta fotógrafos contemporáneos a él. En su estudio grababa pequeñas películas, invitaba a personajes famosos para divagar y crear. Pero resulta curioso, al ver su obra, conocer que Warhol se consideraba a sí mismo asexual, de la misma manera que era un ferviente católico bizantino y amante de España, en especial de la ciudad de Toledo, que le enamoró desde el mismo día que la conoció.
El contexto
La obra de Andy Warhol se caracteriza principalmente por su dominio de la serigrafía y la elección de colores vistosos. Y sus intenciones a la hora de expresarse eran claras. En primer lugar, hasta el atentado de Valerie Solanas que le llevó a cerrar The Factory para abandonar su faceta más social, adoraba rodearse y rodear a los artistas más influyentes de su época. Podría decirse que, mientras Tiziano realizó importantes retratos de la aristocracia europea en el siglo XVI, Andy Warhol hizo algo parecido con las celebridades del siglo XX, fue algo así como su retratista. Desde el retrato de Elisabeth Taylor hasta la portada del álbum Sticky Fingers de los Rolling Stones, Warhol fue el encargado de mostrar en imágenes el nuevo mundo de artistas musicales y cinematográficos de los Estados Unidos durante las décadas de los 60, 70 y 90. Fue el Tiziano de las estrellas de Hollywood y los cantantes de Los Ángeles.
Y adoraba lo ordinario. Un sándwich mixto que para nosotros suena a mediocridad, era para él la mayor fuente de inspiración posible, el sándwich era su musa, su paisaje de girasoles, un objeto capaz de catapultarle hasta la estratosfera de la creatividad. A sus ojos, lo ordinario suponía el ejemplo perfecto de la modernidad que tanto adoraba. Un método infalible para llevar su arte a todas las capas de la sociedad.
Este tipo de opiniones le valieron duras críticas por parte del sector artístico, que veía sus serigrafías como una broma de mal gusto contra artistas de la talla de Monet y otros gigantes que produjeron haciendo uso de la misma técnica. Mientras Monet serigrafiaba para aportar un toque refinado y ampliar la sensibilidad de sus obras, Warhol tomaba elementos cotidianos, brutos, mediocres, y los plasmaba en un lienzo que no debía estar destinado a representar botellas de Coca Cola sino los elementos más hermosos y encandiladores de nuestro mundo.
La obra
Se desconoce la razón exacta de por qué decidió pintar las 32 latas de sopa Campbell. Las teorías en este punto son de lo más diversas. El propio Warhol aseguró que su motivación provenía de que había pasado los últimos 20 años alimentándose prácticamente en exclusiva de latas de sopa Campbell, pero en otra entrevista reconoció que le recordaban a las flores de hojalata que le fabricaba su madre de crío. Otros dijeron que las pintó después de que su amiga Muriel Latow le diera la idea, o que lo hizo porque le gustaba la sopa, simplemente. Numerosos expertos concluyen que Warhol pretendía pintar los elementos más comunes y ordinarios de la sociedad, objetos e imágenes que veamos en nuestro día a día, como pueden ser las latas de sopa Campbell. Y no, en ningún caso se trató de una estrategia de publicidad pagada por Campbell.
En cualquier caso, pintó las latas en 1962, después de ir al supermercado más cercano a su casa y comprar todos los sabores de sopa Campbell que encontró a la venta. La obra quedó conformada en treinta y dos lienzos realizados con la técnica de serigrafía y con unas dimensiones de 50,8 cm x 40,6 cm cada uno. Transformó a Warhol, un ilustrador comercial que pugnaba por hacerse un hueco en el mundo artístico, en uno de los artistas más conocidos del mundo, y catapultó la importancia del Pop Art entre sus coetáneos. Hoy podríamos verla en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Y su lanzamiento fue un auténtico bombazo en el mundo artístico. Las críticas llovieron como aguas de abril. Quiero decir que fue un verdadero escándalo que un hecho tan anodino como sería una visita al supermercado fuera elevado a la categoría de arte. Y lo que era peor, suponía una vergüenza para pintores de todo el globo que un artista que se dedicaba a calcar elementos comerciales, fuera en vida el artista estadounidense más cotizado del planeta. Las latas de Campbell supusieron un duro escupitajo contra la originalidad. El primer sándwich mixto del que tenemos constancia. Pero debemos reconocer que el tipo que inventó el sándwich de jamón y queso, al igual que el propio Warhol, fueron verdaderos genios. Los creadores de la mediocridad, ni mucho menos. Y no creo que haya nada más original que esto.
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