Toni Servillo: “La mayoría de las veces, los funcionarios de prisión viven la misma soledad que los presos”
El “niño” mimado del cineasta italiano cambia de registro para meterse en la piel de un funcionario de prisiones en “Ariaferma”, una contenida y notable cinta dirigida por Leonard di Costanzo
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Esta vez no luce estridentes chaquetas de colores con pañuelos de seda en los bolsillos de corte gambardelliano –herederas del dandismo italiano de Sorrentino–, ni reproduce el espíritu colaboracionista del político Giulio Andreotti con la mafia, ni se acerca al desbarrado y excesivo carácter de Tony Pisapia, un cantante de música pop cínico y crápula que interpretaba las canciones de su hermano. Esta vez Toni Servillo interpreta a un hombre normal, con las vulnerabilidades propias de la gente corriente y las sombras correspondientes de cualquier corazón complejo que trabaja como funcionario de una prisión decadente que se encuentra al borde de la desaparición (cuya infraestructura defectuosa y precaria data del siglo XIX) y se ve obligado, mientras espera junto al resto de compañeros para ser reubicado, a hacerse cargo de una docena de presos que se establecerán allí puntualmente hasta que los trasladen en pocos días a otra cárcel.
En “Ariaferma”, el director Leonardo di Costanzo disecciona las consecuencias del encierro y desdibuja por completo unas jerarquías históricamente manifiestas entre presos y funcionarios que, durante los días de convivencia que afrontan, se verán alteradas por un enrarecimiento del ambiente, para ofrecer un relato contenido y realista de los habitantes de las prisiones y de los motores emocionales que activan sentimientos tan arbitrarios y naturales como la compasión, la dignidad o la culpa.
Servillo, que cuenta con un amplio reconocimiento internacional fruto de una carrera cinematográfica extensa y variada que comenzó a principios de los noventa (aunque también ha destacado de forma sobresaliente en el teatro), responde al otro lado del teléfono en entrevista con LA RAZÓN sin disimular los síntomas de Covid que presenta pero haciendo gala de una notable generosidad: “A menudo ocurre que rodar una película te lleva a lugares y situaciones que en tu vida normal muy probablemente nunca hubieses conocido o experimentado y te cambia mucho la percepción sobre cosas que pensabas antes. En este caso, espero que la película consiga hacerlo con el espectador sobre su imagen de las cárceles, de los presos y de los funcionarios que trabajan en ellas, pero también sobre sensaciones como el dolor, el sufrimiento, la culpa o la libertad”, afirma el actor sobre el estímulo interpretativo de meterse por primera vez en la piel de un carcelero y la oportunidad de alejarse como actor del exceso de estetización tan característico del cine de Sorrentino.
“Desde luego ha sido muy excitante para mí sumergirme en un ambiente mucho más crudo, realista y sórdido que al que estoy acostumbrado con Sorrentino. Un actor necesita estar probando y reinventándose continuamente porque si uno se limita a proponer siempre el mismo tipo de personaje, termina fosilizándose. De todos modos he hecho un total de seis películas con Sorrentino y nunca he sentido que la que hacíamos en ese momento fuese igual que la anterior. Siempre había renovación y cambio”, reconoce.
Pese a que la cinta no se erige en ningún momento como proyecto moralizante sobre la labor social de éstas instituciones, la reflexión acerca de ello parece inevitable. “Creo que la posibilidad de reinserción depende en gran medida de la calidad de la cárcel. En el caso de Italia por ejemplo, aunque pocas, sí hay experiencias de cárceles “modelo” que ofrecen la posibilidad de reinventar la vida de quienes pasan por ellas. Son cárceles en las que se puede estudiar, salir incluso de allí con un grado o una licenciatura, especializarse en áreas laborales como jardinero, sastre o cosas así. En ese tipo de casos sí creo que es posible un aprovechamiento de la estancia, pero en otras ocasiones las cárceles se convierten simplemente en lugares donde se ejerce una vendetta, una especie de castigo para un mal provocado y se queda en eso, sin conseguir que eso conlleve una reinserción del preso en la sociedad”, señala con seguridad el napolitano.
El conflicto ético que se le plantea a Gaetano (Servillo), es en palabras del intérprete, “el aspecto más fascinante sin duda de este personaje” porque “en el corazón de Gaetano hay un enorme conflicto entre lo que es el sentido de la responsabilidad y la gran piedad que siente hacia los presos. La mayoría de las veces, los funcionarios de prisión viven la misma soledad, las mismas angustias, la misma segregación que ellos. Su trabajo en ocasiones se limita a abrir y cerrar puertas”, afirma. Como añadido a este particular reto, el actor ha podido compartir plano con otro gran bastión de la interpretación italiana como Silvio Orlando –que interpreta a un preso con buena mano para la cocina con el que Gaetano parece compartir algo más que el plato de comida–: “no sé por qué no había coincidido todavía con Silvio Orlando, pero ha sido un gran acierto juntarnos por parte de Leonardo porque la clave aquí yo creo que era contar con unos actores que supieran, de modo refinado, dar forma al interior de los personajes”. Y ambos consiguen moldear, entre la angostura de los barrotes, dos grandes esculturas llenas de humanidad y perdón.