“Fue la mano de Dios”: gol de Maradona, a pase de Paolo Sorrentino
De estreno este viernes en cines, y el próximo 15 de diciembre en Netflix, la película cuenta la adolescencia del director napolitano en clave futbolera, barroca y, otra vez, “felliniana”
Creada:
Última actualización:
El registro oficial de la FIFA dice que corría el minuto 50, ya en la segunda parte, pero la leyenda afirma que el tiempo se paró en seco. Nadie sabe si cuando Jorge Valdano (el único poeta que pisaba aquella tarde el Estadio Azteca de México) presionó al inglés Hodge, forzándole a dar un pase atrás, pasaba por su mente el verso que estaba a punto de escribirse. El balón voló en dirección al portero, Shilton, pero nadie esperaba que un morocho chacarero se metiera por debajo y, con la mano, superara al meta. El gol de Diego Armando Maradona, del que llevamos huérfanos justo un año, pasó a los anales de la historia como «la mano de Dios», pero en realidad había en ello un «puño apretado», como narró el mítico Víctor Hugo Morales con el gol posterior, el que ya valía para pasar a semifinales y, en cierto modo, también para que Argentina superara colectivamente el trauma de las Malvinas.
Mucho se ha escrito, filmado y hasta evangelizado sobre aquel gol, que nuestro VAR moderno de hoy en día habría anulado, pero, hasta ahora, nadie lo utilizó para desnudarse y hacer de él, fílmicamente, el episodio más importante de su existencia. Ese es el caso, y el glorioso atrevimiento, del director Paolo Sorrentino (Italia, 1970) con «Fue la mano de Dios», en la que hace verbo de la autoficción y regresa al Nápoles de los ochenta.
Un gol que le salvó la vida
Sirviéndose de su tropa habitual, con Toni Servillo al frente y el descubrimiento del joven Filippo Scotti, que se vuelve sombra generacional del realizador, Sorrentino intenta explicar cómo aquel gol, pero también aquella revolución «maradoniana» en la pequeña ciudad, sucia, carcomida por la mafia y denostada en el resto del país, le salvó literalmente la vida. Los padres del director, recién mudados a su nueva casa, murieron por un incendio del que él salió gracias a acudir al majestuoso Estadio San Paolo.
En la película, que se estrena el viernes, unos días más tarde en Netflix (el 15) y que pasó por el último Festival de San Sebastián, el director de «La gran belleza» y «La juventud» se entrega, masajeado tópico por delante, a su proyecto más personal: «Uno nunca está preparado para uno así. Yo no dije ‘’ahora es el momento para contar mi vida’', solo llegó. Algo tiene que ver que coincidiera con cumplir 50 años, pero no hubo un momento de lucidez concreto», explicaba en una clase magistral en Donosti, a la que acudieron numerosos cineastas e incluso presencias inesperadas, como la del cantante C. Tangana. Y añadía: «Todas mis películas son autobiográficas. Resulta innegable. La diferencia es que ahora no lo escondo».
Portentosa y barroca, con casi 130 minutos de metraje que van partiendo los goles del mítico 10 argentino, «Fue la mano de Dios» es la película, también, más autoconsciente del napolitano, que no tiene miedo a poner en la boca de Scotti todas sus fobias y manías: desde la obsesión por el verano eterno a la importancia de la familia, pasando por la gerontofilia de su sexualidad más pueril o su constante huida respecto a la irrelevancia: «En Italia siempre tuvimos la tradición de entregarnos a la Biblia. Hasta que llegó Fellini, lo mandó todo a la mierda y dijo: ‘’Me voy a inventar mis propios iconos’'. La única forma de saber qué es verdad y qué no es exponiéndote a lo más falso, a lo más burdo y a lo más impostado».
En esa puesta en escena, de dicción tan teatral como la comedia dell’arte y tan onírica como cualquier película de su maestro Fellini, al que no dudó en mencionar durante la charla, Sorrentino consigue que su filme avance como una cicatrización en directo. No es que haya nostalgia por el personaje de Servillo (su padre en la ficción), los goles de Maradona o los viajes en lancha con el lumpen napolitano, es que aquellas experiencias son parte de los glóbulos blancos del italiano.
Contar el mito del talento
La majestuosidad de «Fue la mano de Dios», además de por la total entrega de Sorrentino a sí mismo, no tanto en propio homenaje como en desnudo emocional, pasa por su último acto. Desencantado, huérfano y deprimido, su protagonista encuentra en el cine, no una cura, sino un oficio mientras sigue convaleciente: «Antonio Capuano fue la primera persona que se atrevió a darme un trabajo. Él me enseñó, aunque ahora lo niegue, una de las lecciones más importantes de mi carrera: lo único que tiene que haber en cada maldita escena es conflicto», confesó el director sobre su mentor, también napolitano y junto al que rodó en la ciudad películas como «Polvere di Napoli» o «Luna Rossa».
Antes de despedirse y de terminar de rematar el presupuesto tono intelectual de la charla explicando que el cine no tiene «nada que ver con el talento», Sorrentino volvió a hablar de la inspiración para el filme: «Cuando has cumplido veinte años, ya te han pasado la mayoría de las cosas que te pueden dar para una película. Por eso hay tantas de ese género, y por eso las vemos todas. Quien consigue hacer buenas películas no lo hace por su talento, o al menos no solo por ello, sino por su dedicación».
Es complicado saber si «Fue la mano de Dios» le valdrá a Sorrentino su segundo Oscar, pero sí podemos afirmar que inaugura una nueva etapa en su carrera. Gracias a los regates del «Pelusa» y al verdadero impacto sociocultural que provocaron en Nápoles –para ello, es recomendable volver al documental titulado «Diego Maradona», de Asif Kapadia–, la película se desata en las formas y estructuras del director, haciendo al espectador cómplice de sus anhelos, deseos y miedos. Para cuando el protagonista quiere tomar el tren, metafórico y explícito, de la madurez y lo adulto, es imposible no estar ya de rodillas o, al menos, celebrando que Valdano le quisiera morder la pierna a Hodge.