José Canalejas, el asesinato anarquista que truncó la modernidad de España
El político español, que apostó por una mayor democratización, suprimió el impuesto que gravaba productos de primera necesidad y defendió un reclutamiento militar más justo, fue asesinado un 12 de noviembre delante de una librería en la Puerta del Sol
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El 12 de noviembre, un día como hoy, pero del año 1921, fue asesinado José Canalejas. El reloj marcaba las once y veinte de la mañana y, en ese momento, contemplaba un mapa de la primera guerra de los Balcanes expuesto en el escaparate de la Librería San Martín, situado en el que hoy sería el número 6 de la Puerta del Sol. El establecimiento solía ser una parada frecuente para el político español, un hombre de enorme cultura y una inteligencia brillante y precoz, hasta el punto de ser definido de superdotado por algunos de sus profesores debido a que, con apenas diez inviernos a su espalda, ya traducía libros del francés. Esa misma mañana había despachado con el rey, una audiencia que había concluido pronto, y le permitía disponer de un tiempo para él. Con esa intención decidió caminar, dar una vuelta antes de acudir al Consejo de Ministros que tenía después, y despejarse aireándose por las céntricas calles de Madrid. Pero aquella vuelta imprevista, sin ningún itinerario fijo, terminó siendo fatal para él y para el futuro de España.
La figura de José Canalejas arrastraba la modernidad y las contradicciones de todos los políticos de su época. La más evidente, por ser la más sencilla de ver en un somero repaso a su biografía, es la paradoja derivada entre sus creencias religiosas y su actuación legislativa en este campo. Canalejas era un católico de libro, sin tacha alguna, que observaba los oficios propios de la fe y que conservaba en su domicilio privado un oratorio. Pero también había hecho una fuerte apuesta por llevar al país a un grado de modernidad mucho más alto. Aprobó la conocida «ley del candado», de diciembre de 1910, que prohibía el asiento de más órdenes religiosas en nuestro territorio. Una decisión que no era ultramontana ni caprichosa y obedecía a dos claros motivos: evitar que se instalaran en España órdenes religiosas que habían sido expulsadas de Francia (debido a la regulación entre Iglesia y Estado que se había producido en el país galo) y, por encima de todo, calmar los ánimos y tratar de alcanzar cierta paz social. Sobre todo, después de los incidentes de la Semana Trágica de Barcelona, donde la revuelta tenía tintes anticlericales y la aparición de organizaciones de esa tendencia, que fraguarían en el nacimiento de la CNT. Su aspiración, por tanto, era una separación de mutuo acuerdo entre Iglesia y Estado, y una paulatina laicización del país para mitigar la confesión católica reconocida en la Constitución y que no hubiera brotes anticlericales en la población.
Canalejas, liberal, con tendencia izquierdista, era también un político férreo que no vacilaba en emplear medidas duras para reprimir y sofocar revueltas obreras y motines, como el que se desencadenó en la fragata Numancia. Tenía una capacidad innata, empatía se diría hoy, para detectar los temas que irritaban a los españoles. Uno de ellos era la injusticia que arrastraba el reclutamiento militar, una obligación de la que muchos podían escapar si pagaban una suma en metálico. Esto conllevaba que las clases populares no pudieran esquivar su incorporación a filas, mientras las familias pudientes y con caudal podían pagar una cantidad y evitar que sus hijos pasaran por los cuarteles. Este era un asunto delicado, que inflamaba mucho a la gente y que reforzaba un paulatino antimilitarismo, sobre todo debido a la Guerra de Marruecos, que llevaría a infinidad de soldados al Rif. Para evitar que hubiera problemas, Canalejas auspicio un reclutamiento obligatorio, una ley que en su momento resultó de una extraordinaria modernidad.
Canalejas, que había estado en Cuba y que había vestido el uniforme militar para acudir allí en 1897, se dio cuenta al momento de la mala gestión de España de sus últimas colonias de ultramar. De hecho, cuando se perdió Cuba en una guerra contra Estados Unidos, denunciaría la desidia política que había conducido a ese desastre. Por esa realidad, y por muchas otras, Canalejas apostó por una lenta, pero incesante democratización. Un aspecto que esperaba encontrar terminando con el caciquismo y aboliendo el impuesto de consumo, que gravaba alimentos y artículos de primera necesidad, que era una vieja reivindicación de las clases trabajadoras.
Sin embargo, nada de esto supuso un freno para los anarquistas. En especial para Manuel Pardiñas, quien aquella mañana empuñó el arma que acabó con la vida de José Canalejas. Este individuo, que estuvo en Argentina, que pasó por Miami, contaminado por la retórica de la propaganda por el hecho, sea acercó de manera taimada a él y le descerrajó tres disparos a quemarropa con una pistola Browning. Dos de las balas se perdieron o acabaron donde no debían, pero una de ellas impactó en la cabeza del político español, que murió en el acto. Su cuerpo quedó tendido en el suelo, como registra una imagen de la época. Canalejas disponía de guardaespaldas, a los que, de vez en cuando, gustaba despistar, pero esa mañana no era el caso. Aunque no lograron evitar el asesinato, sí consiguieron detener a Manuel Pardiñas.
Aquí existen distintas versiones. La tradicional es que el asesino, al verse acorralado, decidió quitarse la vida. La otra, derivada de investigaciones más recientes, ha concluido que existen contradicciones. Esta teoría sostiene que Manuel Pardiñas ya había disparado más balas de las que tenía su arma y que las heridas que presentaba su cadáver no concuerdan con un posible suicidio. A partir de aquí también se han levantado algunas dudas sobre la muerte de Canalejas. El motivo es que su paseo fue improvisado y que no existía ninguna manera de que hubiera sido planeado por alguien con antelación. Las incógnitas, como suele ocurrir en este caso, se amontonan. La realidad es que José Canalejas, que ya veía venir un posible choque entre una España tradicional y otra modernizadora, falleció ese día y con él se perdió una posibilidad de que nuestro país avanzara hacia una mayor democracia. Algo que podría haber subsanado muchas de las tensiones y peligros que después se materializaron.