Las incógnitas no resueltas del complot de Canalejas
El asesinato del presidente del Gobierno José Canalejas dejó muchas dudas en el aire aún no resueltas. Julián Granado investiga el magnicidio en su obra «Complot Canalejas», ganadora del XXIII Premio de Novela Ciudad de Salamanca
Creada:
Última actualización:
«Han matado a Canalejas, ¡qué horror!», «¡esto no se puede tolerar!». Así recogía la Prensa el suceso que conmocionó a Madrid y a España entera aquel 12 de noviembre de1912. El presidente del Gobierno, don José Canalejas, había sido asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas en plena Puerta del Sol. Después de despachar con el Rey, regresaba de su domicilio de la calle Huertas dando un paseo hacia el Ministerio de Gobernación, donde tenía convocado al Consejo de Ministros, seguido a cierta distancia por tres agentes: Eduardo Borrego, José Martínez y Demetrio Benavides. A las 11:25 horas, el presidente se detuvo frente a la librería San Martín–esquina con Carretas– a ojear algunos libros que había en el escaparate. En ese momento, un hombre joven, con zamarra clara, pantalón azul marino y sombrero negro, se acercó al presidente y le descerrajó tres disparos con una pistola Browning. Canalejas había recibido una herida con orificio de entrada detrás de la oreja izquierda y de salida por la derecha. La muerte fue instantánea. Ocurrió tan rápido que los policías no pudieron evitarlo. El criminal, viéndolo caído y que la gente se arremolinaba, trató de huir entre unos coches de caballos. El agente Borrego contó posteriormente que se abalanzó sobre él y lo derribó de un bastonazo. Al verse sin escapatoria y ante un posible linchamiento, se suicidó pegándose dos tiros en la cabeza. Manuel Pardiñas había nacido en El Grado (Huesca), en 1886; tenía pues, 26 años, había trabajado como pintor decorador y pasado temporadas en Buenos Aires, La Habana, Tampa –La Florida- y Francia antes de regresar a España para asesinar nada menos que a un presidente del Gobierno.
El final de los sueños
En su cadáver encontraron, entre otras pertenencias, una partida de nacimiento, un retrato de mujer con la dedicatoria «A mi inolvidable Manuel», propaganda anarquista, un fragmento de la «Astronomía Popular» de Flammarion, un periódico, una estilográfica y un billete de 25 pesetas. Acababan así los sueños de cambio que el político liberal prometía llevar a cabo en España tras el desastre de 1898. Esta es la versión oficial de un magnicidio que, sin embargo, «hace aguas por los cuatro costados», señala Julián Granado, cuya novela histórica «Complot Canalejas», ha ganado el XXIII Premio de Novela Ciudad de Salamanca, editada por Ediciones del Viento.
El planteamiento de Granado parte del agente Borrego, «sobre cuya conciencia pesa no haber cumplido a fondo su labor de custodio, y cuando la viuda de Canalejas lo llama para proponerle investigar la muerte del marido porque algo le huele a podrido en ese asesinato, éste decide emprender un viaje a la inversa del que hizo Pardiñas, como única forma de investigar la verdad. El viaje de Borrego es ficción, pero el de Pardiñas sobre el que está basado mi relato, es absolutamente cierto», afirma Granado. Para el autor, «más que un anarquista con ideales, que los tenía, parece más bien un pobre hombre al que utilizaron, el peón ejecutor de una trama más importante». Pero, ¿quién podía estar interesado en la desaparición de Canalejas? Se barajaron diferentes hipótesis, Alguna aseguraba que su objetivo era el rey Alfonso XIII, pero mientras lo esperaba vio a Canalejas solo y aparentemente indefenso y cambió de opinión». Según Granado, sobraban candidatos para realizar ese magnicidio, «los más evidentes eran la trama anarquista internacional, la CNT tenía sus resquemores contra él. Pero interesados podrían estar, incluso, la propia Iglesia, que dijeron que era el creyente más laico que habían conocido. Canalejas quiso firmar un nuevo concordato y establecer el poder político separado de la Iglesia, además de promulgar la “Ley del Candado”, que restringía las órdenes y congregaciones religiosas. Por otra parte estaban los clericales más reaccionarios, como los carlistas, que pedían su cabeza en público y proclamaron que ya era hora de que alguien quitara de en medio a un hombre tan nocivo». Y prosigue: «Además, estaba Francia, que pretendía hacernos comulgar con ruedas de molino quedándose con la parte más fértil del protectorado marroquí, dejando a España una zona árida sin el menor interés y habitada por las cabilas más insurgentes y feroces. Canalejas dijo que no firmaría mientras fuera jefe del Gobierno». Quince días después del asesinato, el 27 de noviembre, se cerraba el Tratado Hispano-marroquí. Posteriormente, un libro de Franco bajo el seudónimo de «Jakim Boor», acusaba a los masones del crimen. «Y parece cierto que pertenecía a la masonería y que la norteamericana no veía con buenos ojos a muchos de los masones europeos», dice Granado.
Su entierro supuso una de las manifestaciones de duelo más grandes que se recuerdan. Aquella muerte generó tal polémica que unos meses después se filmó un cortometraje de carácter documental, «Asesinato y entierro de José Canalejas», con Pepe Isbert en el papel del anarquista. Nunca se aclararon las verdaderas razones que llevaron a Pardiñas a cometer este magnicidio, de ahí que sigan abiertas muchas incógnitas sobre él y su muerte. Por ejemplo, ¿cómo financiaba sus numerosos viajes a América? Granado asegura que, «cuando llega a Europa, va inmediatamente a Francia a buscar financiación para el atentado con instrucciones de asesinar a Canalejas, pero duda si no sería más útil eliminar al propio monarca, enemigo de la causa anarquista, o incluso a Maura, responsable de la Semana Trágica de Barcelona. Propone cambiar el objetivo, pero se niegan porque ya habían decidido desde Londres que fuera Canalejas quien cayera». Pero hay más enigmas abiertos. ¿Hubo negligencia policial en el atentado o la policía formaba parte del complot? «Parece que la Jefatura miraba para otra parte y permitió que en los días previos Pardiñas se moviera con libertad por Madrid, llegando incluso un anónimo a Canalejas, puede que de la policía, advirtiéndole de que su vida corría peligro. Se tenían noticias de su presencia en Madrid, de quién era, de dónde venía y con qué intenciones, y, sin embargo, solo faltó allanarle el camino para cometer el asesinato. Más que negligencia policial, parece complicidad», dice Granado.
Autopsia chapucera
El mismo rey al ver su cadáver le espetó al jefe de Policía: «¡Pues sí que han vigilado ustedes bien!», y en la crónica de «El Heraldo», el periódico de Canalejas, se afirmaba que hubo un motín ciudadano «por la negligencia policial». Para el autor, «allí hubo cosas que no cuadraban, la primera, una autopsia chapucera tratando de demostrar que Pardiñas se había suicidado, que únicamente hubo un disparo a su cabeza producido por él mismo». Pero existe la duda, ¿se mató o lo mataron? «Se sabe que salió huyendo y entre dos coches de caballos allí estacionados ocurrió lo que tuviera que ocurrir, pero sin presenciarlo los transeúntes. Ni siquiera hubo consenso sobre cuántos tiros sonaron. La versión policial dice que con la bala que quedaba en la pistola se disparó él mismo, aunque la Browning no apareció –resalta Granado–. Entonces no había estudios balísticos para comprobar si ésta era de su pistola o no y, por otro lado, no se encontró el proyectil dentro del cráneo». ¿Por qué la versión oficial dice que se suicidó dándose «dos tiros» en la cabeza? ¿Cómo pudo dispararse en la sien derecha y realizar otro disparo en el lóbulo izquierdo como indicaba la autopsia? ¿Cómo provocarse él mismo dos disparos mortales? ¿Es posible que hubiera un ejecutor que preparó todo para que pareciera un suicidio? Otras versiones indican que Pardiñas fue arrastrado al interior de un portal. El relato difundido resulta poco fiable. El asesinato ponía fin a su obra de reformas y a su esfuerzo regeneracionista, truncado definitivamente. Tal vez, fue la última oportunidad de reconducir la nave de la Restauración.