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Gaspar Noé y su demoledora radiografía de la muerte en “Vortex”: “Haneke no inventó el Alzheimer”

El irreverente director presenta en San Sebastián su último trabajo, un retrato extremo de la vejez que llegará a España de la mano de Filmin
La razonLa Razón

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A Gaspar Noé no le asusta la muerte, pero le interesan los muertos. Conocedor aventajado de los discursos dominantes dentro de la industria europea y saboteador profesional de cada uno de ellos, el cineasta franco-argentino sigue sintiéndose cómodo en la radicalidad de sus propuestas pero firmemente reacio, eso sí, a la manida costumbre de llamarlo provocación. Los nueve minutos ininterrumpidos de violación a Mónica Bellucci en “Irreversible”, los frenéticos y extenuantes noventa y cinco de malos viajes y alteraciones alucinógenas y violentas de un grupo de jóvenes bailarines drogados hasta las cejas en “Clímax” o los lúbricos segundos de la eyaculación en 3D que tiene lugar en “Love” se quedan en plásticos y estéticos recursos de sobredimensión audiovisual al lado de lo que consigue el director en su último trabajo, “Vortex”, presentado el lunes en una extrema sesión nocturna que tuvo lugar en el marco de la quinta jornada del Festival de San Sebastián en el interior de Tabakalera.
En esta cinta con vocación de radiografía de la vejez, el amor, la muerte y el Alzheimer, el realizador se apoya en la capacidad de improvisación -sustentada por un guion de apenas diez páginas con el que ambos se conformaron para recrear sus personajes- de dos grandes figuras del mundo del cine como el también cineasta Darío Argento y la francesa Françoise Lebrun (“La mamá y la puta”), multidisciplinar artista y veterana de la cinematografía gala, para vertebrar un recorrido visual hacia la muerte. El matrimonio de ancianos a los que dan vida -ella víctima de una incipiente demencia que la consume y la anula y él un cinéfilo empedernido con vocación tardía de escritor-, lucha por encarar el tramo final de sus vidas desde una casa parisina llena de libros, papeles y cajas de pastillas en la que su memoria se consume dilatadamente y va dejando de tener imágenes y sonidos.
La muerte en el cine
Noé habla deprisa, con un tono pequeño, sin pregonar. Y arquea las cejas cuando se ríe. Nos recibe ligeramente cansado en la Sala Zubia del Hotel María Cristina pero lo suficientemente despierto -después de haberse acostado a las cinco de la mañana tras la presentación-, como para hablarnos de la muerte sin estridencias, sin el espíritu elevado o intelectualizado en exceso que se le podría suponer a un tema como este. “Como dije una vez en Cannes: Haneke no inventó el Alzhéimer. Me gustó mucho su película y efectivamente también trata de demencia y de acompañamiento, pero es una cosa tan común en la vida cotidiana…Yo mismo he pasado situaciones muy parecidas a las que muestro en la película con mi propia madre, mis abuelos, mi suegra”, reconoce cuando le preguntamos por las inevitables comparativas con “Amor”.
¿Y qué pasa con esa representación histórica de la muerte en el cine? “Me parecía que pocas veces esa realidad que es omnipresente en la vida había sido representada correctamente en el cine, salvo justamente por Haneke y alguna película japonesa, por eso tenía ganas de hacer esto. La muerte es difícilmente representable de todas formas. Uno puede representar un entierro, un último suspiro -algo que se exhibe mucho en el cine ya sea por un balazo o por el cáncer- pero más allá de eso, plasmar la percepción interior de la muerte yo creo que es imposible, porque no estamos hablando de otra dimensión, sino de una ausencia. Y de hecho hice una película que pretendía ser un chiste sobre las historias que te venden sobre el momento de la muerte, por eso “Enter de Voice” está inspirada en todos esos libros tibetanos de la reencarnación, en los cuales por cierto no creo lo más mínimo. La muerte de una persona es como la muerte de una planta: creció, se desarrolló y desapareció”, asegura.
Respecto a la experiencia de dirigir a un director, Noé no puede evitar deshacerse en halagos con el exponente del giallo: “Fue fácil dirigir a Argento porque conoce todo el sistema de marcas en el cine, dónde llegas, cuándo tienes que apurarte o pararte… conoce todo de memoria. No escribí los diálogos y los dejé improvisar delante de la cámara y él utilizaba su propio vocabulario a veces con ese acento italiano. Desde el principio le dije mira aquí el gran director eres tú, yo voy a hacer como de joven camarógrafo, así que tú ocúpate de tu personaje, Francoise se ocupa del suyo y yo del mío. A esa edad los actores se cansan más rápido que cuando tienen 20 o 30 años y cuando hacíamos dos o tres tomas me decía ¡ya está, ya basta, se acabó la toma!”, admite entre risas.
No está aparcando, dice Noé, la radicalidad de su cine, simplemente considera que “cada película tiene su tema y cada tema medio que impone un tratamiento. Esta película no es sobre adolescentes que se drogan, tampoco tenía razón de ser meter una secuencia erótica. A la gente todavía le sorprende que grabes a gente drogándose o follando pero en esta película no había razón alguna para introducir algo así. Esta película es sobre una pareja que la edad está descomponiendo y que tienen un hijo cuarentón que está medio perdido en la vida y apenas puede ayudarles”.
Pese a la ausencia de imágenes explícitas como las mencionadas, las particularidades técnicas siguen estando presentes y ubicando al espectador en una película con sello de Noé. “Argento describe que ir a ver una película a una sala oscura es como meterse en la cabeza de alguien y soñar con otra persona. En esta película no hay secuencias oníricas, solo están los hechos, tal y como ocurren, la vida cotidiana. El único concepto cinematográfico que apliqué a la vida cotidiana en la peli es la utilización de dos pantallas: una que acompaña al marido y otra que sigue la vida de la mujer hasta que de repente desaparece uno de los dos. La existencia es la suma de vista de los puntos que constituyen un momento, una realidad”, señala el director.
La casa en esta ocasión, es el lugar donde nacen y mueren todos los sueños: “Lo que enriquece esta pareja es el pasado que tuvieron y el pasado está presente en las bibliotecas de la casa, en los muebles, en los espacios. Al mismo tiempo el pasado que los protege es el mismo que los invade y los agobia. Al final la casa actúa como un personaje más dentro de la historia que ellos tienen encima todo el tiempo. No hay un solo centímetro de la pared que esté libre y así son muchas vidas”.
Antes de disolvernos en la vorágine del festival, Noé comenta que hace un año y medio sufrió un derrame cerebral que estuvo a punto de dejarle en el sitio. “La verdad es que imagino mi muerte de una forma muy pacífica. Porque en la muerte no luchas para que no se te pare el corazón, simplemente ocurre y está todo bien. Por suerte parece que pertenezco a ese 10 o 15% de la población que regresa vivo e indemne de algo como un derrame cerebral, pero si pienso en la posibilidad de que esa situación hubiese terminado mal no me da miedo. Supongo que te duele mucho la cabeza al principio y luego te alivia que deje de doler porque simplemente se acabó todo. No existe algo como la muerte, existe la vida y después hay una ausencia de vida”. Con su cámara partida en dos escenarios, su pátina de grabación casera y realismo y su indagación quirúrgica, casi háptica y dolorosísima del paso del tiempo, la memoria y la extinción, “Vortex” consigue matar literalmente al espectador con su extenuante sendero para, tal vez, revalidar aquello que ya vaticinó Octavio Paz: la civilización que niega la muerte, acaba por negar la vida.