Los atávicos e indescifrables miedos de una madre según Claudia Llosa
La directora peruana presentó en San Sebastián “Distancia de rescate”, de la mano de Netflix y en la que adapta la novela homónima de Samanta Schweblin
Creada:
Última actualización:
Hay mucho de adivinación poética parcialmente extraída del realismo mágico en “Distancia de rescate”, el nuevo trabajo de Claudia Llosa con el que la directora de origen peruano agitó ayer el ánimo de los presentes durante la cuarta jornada del certamen donostiarra. En la película, que compite en la sección oficial, también hay mucho de “anticipado cementerio”, como diría Umbral, de magnetismo lírico, de oscuridad indescifrable y de belleza rural envenenada para relatar la asfixia de una madre, Amanda, que es en realidad todas las madres del mundo.
“Ahora mismo estoy calculando cuánto tardaría en salir corriendo del auto y llegar hasta ella si se cayera a la pileta. Es la distancia de rescate. Así llamo al hilo que me ata con mi hija. Me paso la mitad del tiempo calculando esa distancia y siempre arriesgo más de lo que debería”, narra en off María Valverde (Amanda) para principiar el relato –adaptación de la novela de Samanta Schweblin– protagonizado por dos mujeres que son vecinas ocasionales y viscerales, cada una con sus diferentes manejos de la contención.
Obsesión por el detalle
Valverde aterriza en una casa de campo a las afueras de un pueblo argentino para pasar unos días de vacaciones con su hija pequeña y su marido cuando, a los pocos minutos después de que ellas lleguen primero al destino, Amanda conoce a Carla (interpretada por Dolores Fonzi), una involuntariamente atractiva y atormentada mujer cuyo hijo, David, pasó por una experiencia traumática relacionada con la contaminación de las aguas que circundan los alrededores de las viviendas. El hombre emponzoña a la Tierra y la Tierra hace lo propio con el hombre. Explica Llosa que pese a las dificultades de adaptar una novela que todos los que estaban a su alrededor parecían ver menos ella, el flechazo por las capas más intrincadas de la obra fue inmediato: “Samanta recorría espacios que sentía tan propios…como la complejidad de lo femenino, la maternidad, la exploración del universo mágico al mismo tiempo anclado en lo real, lo psicológico, en estas dos mujeres que comparten y conversan sobre sus miedos, sus vacíos, que se contagian, se embelesan, se intoxican y recorren esta especie de estado febril que parece hablarnos del mundo en descomposición en el que vivimos”.
Y añade cuáles fueron sus propuestas principales que le planteó a la escritora antes de empezar el rodaje: “Cuando me encontré con Samanta mis dos propuestas desde el principio fueron: la voz en off, porque para mí era indispensable sostener esta cosa fracturada de la linealidad y por otro lado, la necesidad de sacar a David y a Amanda de esta clínica, de este cuarto donde estaban porque sentía que necesitábamos movernos y salir de ahí para no entender dónde estamos. De ahí el río como cordón umbilical, como esa especie de Caronte. ¿Es Carola acaso la proyección de la subjetividad de Amanda?”.
Como añadido a la alternancia de flash-blacks, que lejos de emborronar machaconamente la secuencialidad ayudan a ordenar el ritmo de las sensaciones que manifiesta Amanda, y el apoyo de la voz en off, la realizadora se sirve de la “obsesión por lo detalloso y la forma en la que cuidamos nuestro entorno” para articular la película. Cuando le preguntamos por su característico tratamiento -explícitamente reivindicativo- de las violencias estructurales ejercidas contra la mujer en su cine, la directora de “La teta asustada” afronta con seguridad la respuesta: “la evolución que ha experimentado la mujer en los últimos 50 años y especialmente en los 10 últimos, que ha sido muy importante y todos podemos palparla y disfrutarla, no se traduce en una evolución de lo relacionado con lo materno. Digamos que el asunto de la maternidad no se ha transformado a la misma velocidad y eso lo demuestran las leyes que la rigen, por lo menos en mi país y en muchos países de Latinoamérica y del mundo”.
Uno de los temas que rebota descontrolado por las esquinas de los escenarios de la cinta es el derecho a tener miedo de no estar ejerciendo la maternidad de una manera “socialmente ordinaria”. “Todos nos reconocemos en el miedo a la perdida, el miedo al cuidado de los niños… ¿Pero qué pasa con el miedo a no reconocer a nuestros hijos como propios, con el miedo a la extrañeza, a la pérdida de conexión con ellos? A veces hablar de todos esos miedos también es importante para romper con viejos preceptos. Por me interesa tanto la maternidad como tema dentro de la complejidad de universo femenino, siendo además la maternidad algo que rebota 100% a la paternidad y a la relación no solo de uno como madre, sino como hijo, como ser humano. Es parte de nuestro trabajo generacional empezar a tocar esos temas, levantarlos, alivianarlos y liberarnos de viejos constructos que lo único que hacen es controlar”, señala la realizadora.
Subraya además, que “la verdadera transformación en las relaciones sociales se da con la transformación en el campo de lo simbólico. Por eso para mí es tan importante que nos repreguntemos temas políticamente incorrectos todo el rato” y antes de que la conversación finalice y la empática atmósfera de escucha, aprendizaje y sororidad generada durante la entrevista llegue a su término, Llosa alude a la idea de que “esa distancia de rescate siempre va a estar presente. Es un miedo perpetuo, visceral, incontrolable, pero paradójicamente el individuo solamente se construye como tal desde la separación de la madre. Por eso el equilibrio de cómo gestionar esos miedos, va a ayudar en el proceso de independización del niño y de creación de su propia individualidad”.