Viajes

La perspectiva de la muerte según diferentes culturas del mundo

Cada cultura y religión interpretan a su manera el significado de la muerte y lo que ocurrirá después de la vida. Difieren en numerosos aspectos, pero hay uno muy concreto en el que todas están de acuerdo: hace falta dar mucho amor.

Para el hinduismo, la muerte consiste en una transición de un cuerpo a otro.
Para el hinduismo, la muerte consiste en una transición de un cuerpo a otro.Engin Arkyut

La gorila Koko fue un primate adiestrado por un grupo de científicos de la Universidad de Stanford que era capaz de comprender 2000 palabras en inglés hablado, y de comunicarse a través de 1000 signos. Era una gorila muy inteligente, hasta tenía un gatito como mascota. Cuando los científicos preguntaron a Koko qué era la muerte para ella, la gorila utilizó los símbolos de “dormir”, “adiós” y “agujero cómodo”. Comprendía, vagamente pero de forma más compleja de lo esperado, el significado de la muerte como un sueño eterno. Sin embargo, al morir su gatita unos años después, Koko quedó desolada. Dijo estar triste, que la muerte era mala, que quería llorar.

Las religiones judeocristianas

El ser humano no es un gorila. Nosotros buscamos ir más allá en esa incógnita que es la muerte y hemos procurado darle una explicación válida desde el inicio de nuestra existencia. Es precisamente la explicación que demos a la muerte, fundamentalmente por medio de la religión, la que nos hace temerla en mayor o menor medida. En ciertas religiones, como la judía, la cristiana, o el islam, el final de la vida terrenal es resultado de un castigo divino. Un castigo que conlleva, por tanto, ciertas connotaciones negativas. Lo mismo ocurría en las civilizaciones griega y romana, donde la muerte se explicaba como un castigo de los dioses a Prometeo, para vengar que este hubiese entregado el fuego a los humanos. En el momento en que tomamos la muerte como un concepto negativo, un castigo, pese a que más tarde afirmemos que existe una vida más allá, la perspectiva de la muerte es en sí misma aterradora. Igual a un niño que rompe el jarrón de su casa y espera en el sofá a que su madre regrese para recibir una regañina. Temeroso. Aunque después de la regañina, su madre le hará la merienda y terminará por perdonarle.

El color negro y el dolor, mitigados por la esperanza de una vida eterna, escenifican los enterramientos de dichas culturas. El “castigo”, aunque esperanzador porque siempre cabe la opción de una vida eterna, se ha cumplido. Y empujados por la idea de que el alma volverá a tomar forma en el cuerpo del difunto tras el fin de los tiempos, entierran el cuerpo en vez de incinerarlo y destruirlo.

El hinduismo

Otras religiones cambian radicalmente el concepto del fallecimiento. Para el hinduismo,se trata de una simple transición. El cuerpo físico que alberga nuestra alma se marchita, y dicha alma encuentra un nuevo recipiente en otro cuerpo. En función de los actos cometidos durante la vida anterior, buenos o malos, el cuerpo que recibamos será mejor o peor. La muerte no es un castigo, es el comienzo de un nuevo ciclo, tan natural como dormir y despertarse cada mañana. En caso de alcanzar la santidad absoluta en alguna de estas reencarnaciones, el alma abandonará el mundo terrenal y entrará en el Suarga (conjunto de mundos celestiales); si, por el contrario, cumple una vida extremadamente malvada, también saldrá del ciclo para entrar en el Naraka (infierno o purgatorio).

Los ritos fúnebres en la religión hinduista y budista son extremadamente diferentes a los judeocristianos. Tras expresar grandes muestras de dolor en el momento inmediato al fallecimiento de un ser querido, dolor explicado porque ya no estará con ellos nunca más, dolor por los que siguen vivos y no por quienes han partido, comienza un intrincado ritual que finaliza con la incineración del cuerpo. Se destruye el recipiente del alma para que esta encuentre uno nuevo. Aunque esta búsqueda de un nuevo cuerpo puede tardar milenios en cumplirse.

Las religiones africanas

La percepción que una sociedad otorga a la muerte también viene influida por la naturalidad con que se produzca. La esperanza de vida en Europa es muy elevada en comparación con la haitiana. En Haití, lamentablemente, la muerte es una realidad constante y siempre a la vuelta de la esquina. Terremotos, epidemias, hambrunas... además de accidentes de tráfico, infartos y cánceres.

Hace unos años estuve en Puerto Príncipe y conocí a una mujer cuyo hijo estaba gravemente enfermo. Cuando le ofrecimos un médico para tratar al niño, ella lo negó argumentando que era su destino morir, y que ya había comenzado los preparativos de su funeral. Insistimos pero ella se negaba, a la que el niño empeoraba día tras día. La madre se hizo un bonito vestido para el día señalado y comenzó a enviar pomposas invitaciones a sus amigos y familiares para que acudiesen al entierro. Una tarde que ella estaba fuera de casa haciendo recados, trajimos a un médico que le diagnosticó un simple catarro. El médico le recetó las pastillas pertinentes y nosotros se las dimos cada día a escondidas de la madre, hasta que la criatura se recuperó definitivamente y pudo salir de la cama. La madre no comprendía cómo su hijo pudo recuperarse de lo que parecía una muerte segura, hasta que nosotros le confesamos que habíamos hecho llamar un médico y que llevábamos una semana dándole medicinas. La madre entró en cólera. Nos tachó de irrespetuosos, rasgó las pocas invitaciones que le quedaban por entregar, incluso lloró amargamente.

La cultura haitiana y el vudú que la caracteriza vienen influidos por su ascendencia africana, donde la muerte es un elemento más de la naturaleza y no supone castigo alguno. Para ellos, no es más que el paso definitivo del mundo material al mundo espiritual. El mundo espiritual no puede verse, ni oírse, ni tocarse, pero está siempre presente a nuestro alrededor. En numerosas tribus, los cuerpos de los difuntos se entierran directamente debajo de la casa, de manera que los antepasados velan eternamente por la seguridad de la familia. Y por esto nos decía la madre: ¿qué tiene de malo la muerte de mi hijo? ¡No iba a abandonarme, no iba a morir realmente! Iba a seguir siempre conmigo, aunque de una forma espiritual en vez de física. Y ese cambio es motivo de celebración, no de dolor.

Y ella nos tachaba de ateos, nihilistas. Porque para el ateo no existe la vida más allá. La muerte es para el ateo algo parecido a lo que pensaba la gorila Koko: dormir, adiós, un agujero cómodo. Solo hay una vida y es esta, la terrenal. Por eso es importante exprimirla al máximo.

El amor como justificación de la vida en todas las culturas

¿Qué tienen en común las diferentes perspectivas sobre la muerte? Solo una y la más importante: la necesidad de hacer el bien. Ya sea para no ir al infierno, reencarnarnos en un cuerpo superior o ser un espíritu bueno que proteja a la familia y no la martirice. Incluso el ateísmo aboga por la bondad para hacer del mundo físico, el único que contempla, uno más amable a la vida. La pregunta de qué habrá en el más allá es una marcada por la fe en las diferentes creencias y la esperanza en un plano espiritual, cada una interpretada en función de su relación con la muerte y sus fuentes religiosas. Pero este aspecto acerca de la bondad y el amor es inamovible en todas ellas. No importa la cultura, la religión, el dios, todos nosotros tenemos la excusa perfecta para regalar nuestro amor. Con eso nos basta hasta que descubramos la respuesta.