Ciencia
Descubren cómo se hicieron gigantes las ballenas
El tamaño de los cetáceos se debería a un conjunto de genes relacionados con el gigantismo
Las ballenas son enormes, mucho más grandes de lo que solemos estimar. De hecho, el animal más grande que ha existido jamás es una ballena y vive en la actualidad. Se trata de la ballena azul, un cetáceo de entre 25 y 30 metros de largo. Es cierto que algunos estudios estiman que dinosaurios saurópodos como el Bruhathkayosaurus matleyi eran incluso más largos, pero cuando hablamos de tamaño, conviene más pesarlo que medirlo.
Una ballena azul (Balaenoptera musculus) puede pesar entre 130.000 y 150.000 kilos. En cambio, raro es que las estimaciones paleontológicas le supongan más de 100.000 kilos a un saurópodo. Es cierto que hace poco se ha encontrado el diente de un reptil marino que, a juzgar por su tamaño, podría pertenecer a un animal incluso mayor que las ballenas azules, pero por ahora no hay suficientes pruebas como para arrebatarles su récord.
Cuestión de tamaño
Y, aunque la ballena azul es la reina, no es el único cetáceo gigante. Si consideramos a aquellos que superan los 10 metros de largo (más o menos lo mismo que un autobús), extenderemos la lista a ballenas francas, rorcuales comunes, ballenas grises y de Groenlandia, el cachalote y la ballena jorobada. Casi parece ridículo no considerar gigantes a especies como las orcas, con sus 8 metros de largo, o el zifio calderón boreal, con casi 9 metros. Sin embargo, en algún punto hay que trazar la línea, porque si queremos entender qué ha hecho de los cetáceos los leviatanes que ahora son, tendremos que indagar en su genética y desentrañar los secretos que guardan sus cromosomas.
Eso es, precisamente, de lo que trata la investigación recientemente publicada en Scientific Reports bajo el nombre de The molecular evolution of genes previously associated with large sizes reveals possible pathways to cetacean gigantism (La evolución molecular de genes previamente asociados a grandes tamaños revela posibles vías hacia el gigantismo de los cetáceos). Y no solamente han encontrado algunos de esos genes, sino que han podido localizar mecanismos que les protegen de los tumores que, en condiciones normales, se asociarían a su descomunal tamaño.
Interrogando gigantes
Los investigadores decidieron reducir el amplísimo mundo filogenético de las ballenas a 19 especies entre las que se encontraban las 7 mayores de 10 metros que nombramos antes. Junto a estos 7 gigantes añadieron otras 12 especies de tamaños más modestos, aunque igualmente notables y analizaron el ADN de todas ellas. Concretamente, analizaron nueve genes sospechosos de tener un papel en este crecimiento desaforado.
Cinco de ellos (GHSR, IGF2, IGFBP2, IGFBP7 y EGF (porque por consenso los genes se escriben con cursiva)) guardaban relación con el llamado “eje hormona de crecimiento / factor de crecimiento”, dicho de otro modo, podían actuar bajo determinadas condiciones como una suerte de hormona del crecimiento, estimulando el desarrollo de los tejidos como hace la insulina.
Los otros cuatro genes fueron seleccionados por asociarse con el crecimiento corporal en artiodáctilos como las vacas y las ovejas. Aunque las ballenas descienden de ungulados pequeños que abandonaron la tierra hace 50 millones de años y los artiodáctilos son un tipo de ungulados, no podemos decir que estén demasiado emparentadas con las vacas y las ovejas. En cualquier caso, servía como orientación y seleccionaron los genes GHSR, IGFBP7, NCAPG y PLAG1.
El peligro de ser gigante
Tras analizar la presencia de estos genes en los cetáceos elegidos y estudiarlos en detalle, los investigadores concluyeron que, posiblemente, los genes GHSR, IGFBP7,NCAPG y PLAG1 habían sido seleccionados con más ahínco a través de las generaciones de cetáceos. Ya solo con esto podríamos considerar el estudio como relevante, pero hay más, porque parece que dos de estos genes tienen una función doble y que, por otor lado, se relacionan con procesos que podrían contrarrestar algunos de los efectos negativos del gigantismo.
Aunque pueda parecer una gran ventaja evolutiva (y en parte lo es), hacerse gigante tiene inconvenientes. Obtener la comida suficiente para sobrevivir y soportar tu propio peso son los dos más conocidos, pero hay otros más celulares en los que no solemos caer. Sabemos que los animales de tamaños considerables tienden a desarrollar más tumores, en parte porque cuantas más células tenga su cuerpo, más papeletas tiene para que una acabe mutando. Así pues, parece que GHSR ayudaría a controlar el ciclo celular para que la división no descarrilara. Por otro lado, IGFBP7 actúa directamente como supresor de varios tipos de tumores, poniendo freno a los procesos por los que surgen estos aberrantes tejidos.
Así que, aunque puede que pronto encontremos animales fósiles mayores que la ballena azul, esta seguirá siendo un verdadero gigante de nuestro planeta. Una incógnita de la evolución que nos hace reflexionar sobre las oportunidades, las ventajas y los inconvenientes con los que lidian las especies.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Este tipo de estudios abren las puertas a que otros investigadores ahonden incluso más en las hipótesis de trabajo y que pongan a prueba los resultados de sus antecesores. De ese modo, las conclusiones de una investigación se van afinando con el tiempo, ya sea perdiendo fuerza o consolidándose. Por eso, aunque es interesante hacerse eco de las nuevas investigaciones, rara vez alcanzan demasiada relevancia entre los investigadores más relacionados. O, al menos, hace falta mucho más tiempo para que la alcancen.
REFERENCIAS (MLA):
- Mariana Nery, et al., The molecular evolution of genes previously associated with large sizes reveals possible pathways to cetacean gigantism. Scientific Reports. 10.1038/s41598-022-24529-3
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