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Escritores espiados por el FBI (III): Hannah Arendt

La filósofa fue investigada porque un padre pensaba que estaba "corrompiendo" a su hija

Hannah Arendt, una de las cuatro pensadoras que protagonizan «El fuego de la libertad»
Hannah Arendt, una de las cuatro pensadoras que protagonizan «El fuego de la libertad»La Razón

Hannah Arendt fue una de las grandes voces del siglo XX. Crítica y necesaria, siempre se alzó contra los totalitarismos y contra los abusos de poder, un hecho que podemos ver reflejo en su clásico libro “Eichmann en Jerusalén”, tan vigente hoy como cuando se publicó en 1963. El FBI también se interesó por la autora alemana, aunque no por motivos literarios. El motivo sigue siendo hoy sorprendente.

En el mes de abril de 1956, hasta el despacho del director del FBI J. Edgar Hoover llegó un informe de dos páginas. Estaba redactado por la oficina de la agencia en Los Ángeles y se refería a una denuncia que había realizado un hombre cuya identidad sigue hoy censurada. En este sentido, acusaba a Arendt de haber “corrompido” a su hija.

Según podemos leer en lo que ha desclasificado el FBI, la hija del denunciante estudiaba filosofía con el profesor Paul Ricoerur en Estrasburgo. La persona que había tenido algo que ver para que la joven fuera a Europa fue Hannah Arendt quien era “muy peligrosa para los mejores intereses de nuestro país porque ella es la profesora que trabaja por Estados Unidos instruyendo a numerosos estudiantes como profesora invitada”. El anónimo quejica alegaba que “su hija ha cambiado completamente si pensamiento después de asistir a las clases de Hannah Arendt en la Universidad de California en Berkeley, California, en 1955, y siente que fue su influencia la que ha influido a su hija para estudiar en Europa junto con el profesor Paul Ricoerur”. La cosa no acaba aquí porque, según el memorándum, el censurado denunciante creía, pese a que no había podido reunir información sobre ello, que Arendt “era una comunista, pero declaró que estaba defendiendo una filosofía totalitaria en sus cursos políticos”.

El mismo informador se preocupó de proporcionar al FBI una peculiar descripción sobre la personalidad de la filósofa: “Es una mujer pequeña, rotunda, de hombros encorvados, con un corte de pelo como el de una tripulación, voz masculina y una mente maravillosa. Ella es descrita como muy positiva, dominante, entusiasta y una oradora elocuente, y de unos cincuenta años”.

El documento incluye una breve biografía sobre Hannah Arendt elaborada por el agente receptor de la denuncia del preocupado padre. Este último se encargó de recoger los datos sobre la vida de la autora de “Los orígenes del totalitarismo”. De esta manera se asegura que nació en 1906 y siendo educada en Könisberg, en la actualidad Kaliningrado. Estudió filosofía, pero también teología y griego, recibiendo el doctora de Filosofía en 1928. Su primer libro fue “El concepto del amor en San Agustín”, aparecido en 1929 en Berlín. “En 1930, empezó a escribir la biografía de Rahel Varnhagen von Ense bajo los auspicios del Notgemeinschaft der deutschen Wissenschaft pero que no pudo publicarse porque la autora tuvo que dejar Alemania en 1933 por ser judía. Desde 1922 y hasta 1940, vivió en París”, nos informa el documento que intenta buscar alguna conexión política sin suerte, para añadir que en 1941 Arendt dejó el sur de Francia para trasladarse a Estados Unidos.

Tenemos a continuación, de la mano del FBI, una breve descripción de las actividades intelectuales de la filósofa en suelo americano, destacando la aparición de “Los orígenes del totalitarismo” y que fue becada por la Guggenhein “por sus trabajos en el campo de la teoría política y la ciencia”. También se subrayaba que había sido profesora en las universidades de Notre Dame y en Berkeley. “Está todavía casada con el profesor Blucher y en la actualidad reside en el número 140 de Morningside Drive en Nueva York”, escribió el agente del FBI.

Todo este material fue enviado a las oficinas de la agencia en Nueva York, por ser lugar de residencia de Hannah Arendt. En respuesta al director del FBI, J. Edgar Hoover, desde la ciudad de los rascacielos se llegaba a la conclusión de que la queja del enfadado padre no justificaba “ninguna investigación activa”. Así que se dio el carpetazo, algo que parece bastante inusual en el FBI de Hoover, tan obsesionado con seguir a todo tipo de intelectuales, en ocasiones por los motivos más leves.

Hannah Arendt tuvo suerte.