Cultura
Joaquín Díaz, un sabio en octosílabos
"El conocimiento y uso correcto del entorno son esenciales para vivir y convivir", asegura
Como el sabio de los versos de Calderón, que recogía lo que otro tiraba, Joaquín Díaz ha recolectado siempre lo que la sociedad ha desdeñado y desde esa actitud ha cimentado toda una vida consagrada a la interpretación del hombre a través del análisis y difusión de la cultura tradicional.
"El conocimiento y uso correcto del entorno son esenciales para vivir y convivir. En la medida que uno desconoce o menosprecia el valor de todo lo que le rodea, se desubica y pone en peligro sus raíces y su propia supervivencia", explica Díaz (Zamora, 1947) en una entrevista con la Agencia EFE.
Preguntas y respuestas
Son más de cincuenta años los que ha dedicado a la búsqueda de preguntas y respuestas sobre la condición humana, al estudio de códigos de comportamientos desde las fuentes de la tradición oral en cualquiera de sus vertientes, principalmente la musical y literaria.
La tradición "es el hilo conductor que nos vincula a lo mejor del pasado y además de un carácter indudablemente sentimental tiene un sentido práctico y de utilidad", añade este estudioso que en 2025 celebrará los cuarenta años de la creación en 1985 del Centro Etnográfico que lleva su nombre en Urueña (Valladolid).
"Cuando salí de la Universidad, un poco decepcionado por la ausencia de recursos para el estudio del patrimonio tradicional, me impliqué en la tarea de crear un centro o instituto que permitiera a cualquier persona interesada conocer y valorar los logros de anteriores generaciones en la cultura y en la vida", argumenta.
Musicólogo, etnógrafo y folclorista, entre otros timbres, se subió a los escenarios como intérprete durante diez años (1964-1974) en recitales por colegios mayores, universidades y festivales, pero echó pie a tierra en un momento especialmente comprometido para la supervivencia de la memoria tradicional.
Obra monumental
Se bajó en plena eclosión del franquismo para dar principio a una obra monumental, feraz e inabarcable, consciente del riesgo de desaparición de un patrimonio oral sustentado de boca en boca, de generación en generación, por un medio rural severamente tocado entonces por el éxodo de los años sesenta y setenta.
"Se trata de un patrimonio de amplio espectro: la persona, el individuo debe cultivarse en el estudio y observación de la historia", aunque el mero análisis de los datos "no es lo mismo que pensar o sentir emociones, que al final son el principal caudal que aporta la tradición al individuo", añade.
Directamente, de la boca de los últimos depositarios de ese patrimonio, recopiló canciones, romances y cuentos, documentó costumbres y tradiciones hasta reunir un repertorio que sistematizó y del que han bebido numerosos investigadores desde la llegada, en los ochenta, de unas autonomías que recurrieron a la tradición para fortalecer señas de identidad y fomentar el sentido de pertenencia.
El pasado como fortaleza
"Recordar es volver a vivir y nos ayuda a hacer menos insoportable la levedad del ser sobre la que escribió Kundera", analiza sobre un pasado que "se refuerza con nuestra memoria aunque debamos vivir en un ambiente hostil y caótico".
Joaquín Díaz sacrificó el éxito, la fama y popularidad que ya había adquirido para seguir la senda abierta por otros visionarios de su estirpe, maestros como Dámaso Ledesma, Federico Olmeda y Agapito Marazuela, que en España evitaron el naufragio de la memoria con otros tantos cancioneros publicados en los siglos XIX y XX, en momentos de especial dificultad sociopolítica.
Figura clave
Pero mucho antes abrió caminos al descubrir y forjar artistas como Cecilia, fundó un sello discográfico para su lanzamiento, colaboró semanalmente en la revista Mundo Joven como una autoridad indiscutible en la música de raíz, e introdujo el estudio de la tradición en la Universidad.
Conoció y se carteó con Pete Seeger, mito y padre del folk norteamericano, y en España introdujo con su voz y su guitarra las canciones y versos de un entonces desconocido Bob Dylan.
A sus 77 años, Joaquín Díaz ha cantado y contado la intrahistoria de España e Iberoamérica en octosílabos (romance) a través de numerosos discos, libros y artículos, y rescatado para la cultura hispano-hebrea el delicado habla y tonada de la música sefardí.
Sobre la utilidad de todo este legado, reconoce que su optimismo "es el mejor antídoto personal contra la duda permanente y el mejor remedio contra la decepción actual de la sociedad", concluye.
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