
Opinión
Goya a la valentía
"María Luisa Gutiérrez, productora de "La infiltrada", recordó el dolor que ETA dejó en España y reivindicó el valor de la democracia"

Y pasó una edición más de los Premios Goya. Cada año el escenario se convierte en tribuna de causas de innegable justicia y urgencia, donde la verdadera pluralidad de pensamiento suele quedar reducida -en el mejor de los casos- a una leve nota discordante que apenas altera la melodía dominante.
El sábado, en medio del guion de reivindicaciones previsibles, María Luisa Gutiérrez, productora de "La infiltrada", recordó el dolor que ETA dejó en España y reivindicó el valor de la democracia. Su discurso no fue incendiario ni desafiante; fue sereno y sincero. Y, sin embargo, su atrevimiento radicó precisamente en eso: en apartarse de la retórica habitual, en no acomodarse a la ovación automática de lo incuestionable. Huyó del aplauso fácil.
El cine, adalid de la libertad de expresión, encuentra sin embargo sus propias mordazas. No es que ciertos discursos estén prohibidos, pero algunos gozan de un aplauso inmediato mientras otros se acogen con una simple cortesía o, peor aún, con un incómodo silencio. No se trata de menospreciar las causas defendidas, sino de preguntarnos por qué otras, más cercanas y menos confortables, apenas tienen eco.
¿Mencionar a las víctimas del terrorismo? ¿A la familia Ordóñez? ¿A la democracia española? La pluralidad no debería ser selectiva. El arte, en su vocación de retratar la realidad, no puede permitirse el lujo de pasar de puntillas sobre aquellas heridas que aún supuran en la historia reciente de un país.
El cine es memoria, es compromiso, pero sobre todo es una conversación abierta. Y esa conversación, si ha de ser honesta, debe admitir todos los matices, incluso aquellos que incomodan. La verdadera diversidad no se mide en pancartas, sino en la valentía de escuchar lo que no encaja en el guion preestablecido.
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