"Méritos e infamias"

Salvador Illa y el ridículo

"Qué poco 'seny', ir a un acto de la Diputación para celebrar el primer aceite para dar en las narices a los esforzados, oprimidos y represaliados empresarios catalanes"

El presidente electo de la Generalitat, Salvador Illa (d), y el expresidente, Pere Aragones, durante el acto de toma posesión de Illa este sábado en Barcelona. Illa fue investido el pasado jueves, fecha en la que el expresidente catalán Carles Puigdemont hizo una fugaz irrupción en la capital catalana tras la que huyó para eludir su detención. Puigdemont asegura encontrarse ya de regreso a Waterloo (Bélgica).
El presidente electo de la Generalitat, Salvador Illa (d), y el expresidente, Pere Aragones, durante el acto de toma posesión de Illa este sábado en Barcelona. Illa fue investido el pasado jueves, fecha en la que el expresidente catalán Carles Puigdemont hizo una fugaz irrupción en la capital catalana tras la que huyó para eludir su detención. Puigdemont asegura encontrarse ya de regreso a Waterloo (Bélgica).Quique Garcia EFE

El ridículo es una cualidad que permite a los seres humanos disfrutar de su libertad como pocas cosas. Para no hacerlo o para disfrutarlo. Mi lúcido y admirado Leopoldo María Panero miraba por la ventana en pelotas y con una botella de ginebra en la mano saludando a la calle cuando llegó su madre, Felicidad Blanc. «¿Pero qué haces hijo?», le preguntó. «Mamá, el ridículo», le contestó. Sin que nadie se lo dijera, el presidente catalán, Salvador Illa, sospechaba que se metió en un charco al ir a una fiesta del aceite de Jaén en Cataluña. «Es que tiene huevos, con lo mal visto que están estas cosas por los catalanes verdaderos y puros». Qué poco «seny», ir a un acto de la Diputación para celebrar la primera cosecha y acabar dándole en las narices a los esforzados, oprimidos y represaliados empresarios catalanes, que ven cómo su aceite es vetado por los represores españoles todos los días. Qué digo cada día, en cuanto cualquiera pide una tostada de pan con aceite se le advierte que jamás puede ser de Cataluña. «Catalán, no», por eso Illa ha tenido que pedir disculpas, ponerse de rodillas, solicitar clemencia ante su pueblo para concluir declarando una verdad universal hasta ahora vetada: «El aceite catalán es el mejor del mundo». Venga esa cerrada ovación que ya recorre el país de punta a punta, con gran orgullo por su valentía, por su entrega a la libertad de un pueblo. Nadie osará jamás poner en duda esas palabras cuando vaya aliñar una ensalada o mientras agrega los ajos al sofrito. «Como el catalán, ninguno», y nuestros ojos se nos reblandecen de lágrimas, admiración y cierta envidia viendo en lo que quedaron nuestras almazaras y olivares. Hay muchas formas de crear una nación. Desde la propia geografía, desde la lengua (la peor de todas), desde el derecho, la Historia, la guerra… En Cataluña algunos se empeñan desde hace lamentablemente mucho tiempo en intentarlo desde posiciones ridículas y vergonzantes como ésta, pero que no le engañen, usted sabe cuál es el mejor aceite. Ridículos.