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Un mirador «glorioso» en Barcelona
La Torre Glòries, en la Ciudad Condal, gran reclamo turístico internacional, es un soberbio mirador desde el que perder la mirada contemplando toda la ciudad.
Dentro de muy poco el edificio Glòries celebrará su vigésimo aniversario. Anteriormente conocido como Torre Agbar, esta obra de los arquitectos Jean Nouvel y Fermín Vázquez, acabada de construir en el 2005, constituye un maravilloso mirador que, además de invitar a ver Barcelona desde las alturas, proporciona el hecho de vivir una experiencia artística y sensorial. De esta manera, a una altura de 125 metros, rodeando el cilindro que forma la torre, con vistas 360º, se puede otear Barcelona experimentando una propuesta que conjuga arquitectura y arte, ciencia y tecnología. Pero, para especificar a qué nos referimos, empecemos desde abajo, primero de todo.
Y no sólo abajo en esta especie de géiser –en su día el edificio fue un encargo de Aguas de Barcelona, de ahí este componente acuático–, sino que hay que descender una planta más, donde puede uno asombrarse ante una exposición única. Se titula «Barcelonins» y es absolutamente bellísima, realizada por el artista Joan Sallas, un maestro en el arte de la papiroflexia: animales y vegetales, también ellos barceloneses de pura cepa pues habitan el mismo espacio que los seres humanos, ocupan una serie de cubos transparentes que parecen flotar en el espacio y que están acompañados de algunas palabras a modo de poema visual.
Esta es una puerta de entrada fabulosa a la Torre, en la avenida Diagonal, 209 —en un eje que une las tres principales vías de Barcelona: la Avenida Diagonal, la Avenida Meridiana y la Gran Vía—, y que tiene el nombre de «Hipermirador»; en ella, al instante tendrá la compañía de una especie de música, cual conjunto de sirenas de mar que nos estuvieran llamando para que cayéramos ante sus encantos, y que encierra una explicación asombrosa. Con ese fondo de sonido uno se introduce en las delicadas esculturas de papel plegado de Sallas: 132 figuras de erizos, hongos, jabalíes, nenúfares, rorcuales, plátanos de sombra, anguilas, posidonias y petirrojos, entre muchas otras.
Las pequeñas cosas de una ciudad
«Barceloneses» propone poner el foco, en vez de en los ciudadanos, en todas aquellas criaturas vegetales o animales sin las que tampoco sería posible entender la ciudad tal y como es, ha sido y será, ya que tienen su propia relevancia (por ejemplo, otros elementos como el polen, las medusas o las aves). Todo ello nos lleva «Atmósferas», una instalación impresionante: una proyección sobre una pantalla de gran formato de 108 m²; con una duración de 7 minutos, esta experiencia audiovisual está dividida en cuatro piezas, las cuales conducen al espectador a las diferentes atmósferas que envuelven la ciudad de Barcelona (el cielo, el viento, el mar y los sonidos); lo alucinante es que, en su mayoría, estos aspectos de la ciudad tienen su traslación en tiempo real gracias a que las proyecciones se generan de forma automática gracias por medio de los datos registrados que toman una serie de sensores situados en la ciudad.
Así las cosas, se puede «ver» lo que está ocurriendo en un momento específico en el cielo, cuántos aviones están volando, o qué constelaciones o satélites están visibles por encima de la Torre Glòries. Y algo similar ocurre con el viento, del que se puede conocer su exacta velocidad cada segundo, o con el mar, a partir de una representación de su orografía (realizada con un escáner del Institut de Ciències del Mar-CSIC), merced a la cual se puede conocer su temperatura, o la actividad de los barcos. Para acabar, lo que se da en llamar «Paisajes sonoros»invita a sentir los sonidos que envuelven Barcelona: la sierra de Collserola, el mar en la playa de la Barceloneta, el río en el delta del Llobregat y la ciudad. Todo ello está creado a partir de la ecología acústica, que se basa en tres fuentes: biofonías, los sonidos emitidos por los organismos vivos no humanos; geofonías, o sonidos de la Tierra; y antropofonías, los sonidos producidos por el ser humano.
Por lo que respecta al sonido que da la bienvenida al visitante, cabe decir que se trata de «Sirena», y está interpretado por Maria Arnal y John Talabot. Es una pieza de música generativa que se crea a diario en respuesta al latido y la respiración de Barcelona, y que muta en función de la velocidad del viento, el clima, las fases lunares, la temperatura del mar o los niveles de partículas en el aire. Sería algo así como la banda sonora viva que cambia con los estados de la ciudad.
La experiencia de estar en las nubes
Este inicio subterráneo y en exquisita penumbra dará paso a un ascensor futurista que nos lleva a la planta 30 —con techo panorámico y que hace ese trayecto en poco más de medio minuto—, para ascender al Mirador Torre Glòries, que forma parte desde el 2022 de la World Federation of Great Towers, hecho que lo pone al mismo nivel que edificios de renombre internacional como la Torre Eiffel o el Empire State Building. El proyecto había nacido cinco años atrás, después de que Merlin Properties, propietario de la Torre Glòries, hiciera la petición a Mediapro Exhibitions de desarrollar un mirador que facilitase a la ciudadanía tener una visión excepcional de Barcelona desde su cúpula.
Una vez allí, la urbe se extiende de forma abrumadora, y lo visto y oído abajo, en la exposición de papiroflexia y en las diversas instalaciones, cobra otro sentido, sugiriendo la necesidad o la curiosidad de darse cuenta de otras cosas que podrían pasar inadvertidas. Las montañas circundantes, el litoral desde la central térmica de Sant Andreu hasta el hotel W Barcelona; la Sagrada Familia… Toda la ciudad disponible desde las alturas, tocando el cielo, pero, si se quiere ir más allá, entren en los dos senderos suspendidos en lo alto de la cúpula, los que forman la escultura transitable «Cloud Cities Barcelona», diseñada por el artista argentino Tomás Saraceno.
Observar semejante obra, desde el suelo, o recorriéndola dentro —a una altura de entre 4 y 10 m respecto al nivel del suelo—, te deja boquiabierto. Cómo habrá sido posible usar 6 kilómetros de cables tensados para componer una red de araña industrial que aguanta más de dos toneladas de peso; sus 1.200 paneles evocan nubes, o gotas, o lo que la imaginación del transeúnte elevado considere mientras interactúa con una propuesta que pretende invitar a reflexionar sobre el futuro de las ciudades, que distópicamente ofrecerán al ciudadano una vida en cubículos, aislados de la inevitable polución, en su burbuja de vida, en tierra de nadie. Subidos, perdidos a la deriva en su propia nube.
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