Turismo
Menorca, belleza por capas
Cada palmo de la isla se caracteriza por su riqueza cultural y natural
Lo que la tierra regala, Menorca lo multiplica
53 kilómetros de ancho y 19 de largo conforman uno de los núcleos de belleza más valorados en nuestro país. Una belleza que pasa por todas sus etapas hasta madurar en lo que hoy conocemos como isla de Menorca, naturaleza de verde sobre verde y playas de calas, fiestas tradicionales y detalles ensimismados frente al mar. Una belleza clásica que atraviesa también por su raza de caballos autóctona, ¿los conoces? Son negros y esbeltos, pastan los atardeceres en las fincas, desbrozando restos de luz que se cayeron en la hierba.
53 kilómetros de ancho y 19 de largo no parecen demasiado. En el continente es casi lo que separa nuestra casa del trabajo, no parece que puedan permitirse demasiados cambios en tan reducido espacio, o lo que los números reflejan como reducido espacio. Pero los números engañan, o nos engañan nuestros ojos, en todas las islas uno diría que el concepto del espacio se distorsiona y lo que sería un kilómetro en el continente, son cinco en las islas. En Menorca serían diez. Cada uno de esos kilómetros alargados parecen dibujados por una mano delicada, cada detalle está tan bien cuidado, y el perfecto ejemplo son los barrancos que motean su interior, cortando las ráfagas de viento siniestro para mantener resguardada la humedad y proteger la beneficiosa vegetación de la isla.
Un recorrido por sus faros
Una buena forma de descubrir estos cambios (que no son bruscos sino suaves, como arrastrados por una brisa) sería recorriendo la ruta que nos lleva a sus siete faros. Esta gran cantidad de faros se debe a un pasado triste de la isla, probablemente recelosa de mostrar sus encantos, cuando las embarcaciones peligraban contra el muro de acantilados que la esconden. Cada faro está situado sobre o junto a su peñón de rocas particular y existe poca diferencia entre la tierra inmediata que los rodea (aunque cada vista desde ellos es un mundo). Hacen de núcleo de resistencia al cambio que se desperdiga por el resto de la isla. Para llegar a cada uno de estos núcleos y acceder a su rincón de rocas, haría falta atravesar los bosquecillos de pinos chatos del Parque Natural de s´Albufera des Grau, antes de alcanzar el faro de Favàritx en el este; los terrenos agrícolas de un verde intenso durante la primavera y coronados por el Monte Toro para tocar el famoso faro de Punta Nati al norte (declarado Paisaje Cultural por la Unesco); humedales y roca roja, intercalada con sinuosos acantilados, antes de respirar brisa fresca desde el Faro de Cavalleria.
Tras pasar el faro de Cavalleria y su raza de caballos autóctonos, los niveles ecuestres de la belleza menorquina nos arrastran al Camí de Cavalls (Camino de Caballos), un sendero de 185 kilómetros que rodea la isla por su costa y puede recorrerse a pie, en bicicleta o a caballo. Lo que comenzó como una suma de senderos para facilitar la defensa de la isla frente a los piratas, ha terminado por ser una de las señales de identidad de la isla, como bien afirmó Joan Gomila. Es recomendable elegir una o dos de sus veinte etapas, todas ellas oscilando entre las dos horas y media y cinco horas, para visitar pedazos seleccionados de la isla sin agotarse demasiado. Yo recomiendo la que va por el norte, desde Binimel·là hasta Els Alocs, y una de sus etapas del sur, quizás la que cruza desde Son Bou hacia Cala en Porter.
Las ciudades como libro de Historia
Tres ciudades podrían explicar con más acierto que mis palabras vulgares el paso de la Historia por la isla. Dos de ellas continúan habitadas, mientras que la tercera la habitaron hombres misteriosos de los que apenas podemos discernir más que suaves rasgos. Desde atrás hacia delante, lidera la lista el yacimiento de Trepucó, un poblado datado entre los siglos IX y V a. C, excavado por la arqueóloga británica Margaret Murray en 1931. En realidad no se podría limitar este primer puesto a un solo emplazamiento, ya que son cerca de 1.500 los yacimientos prehistóricos (algunos de hace 4.000 años) que todavía se conservan en la isla, la mayoría de ellos abiertos al público.
Sigue su camino la Ciutadella de Menorca, situada en el oeste insular y la que fue capital de la isla hasta la ocupación inglesa de 1714. Añadida a los restos arqueológicos que también pueden encontrarse aquí, la Historia de la ciudad destaca por su fortaleza frente a la adversidad. El ejemplo más conocido es el cruel ataque turco que en 1558 destruyó gran parte de los edificios y tomó cautivos a 4.000 habitantes. Aunque de poco sirvió esta muestra de violencia, la ciudad fue reconstruida hasta el punto de que fue a partir de entonces cuando alcanzó su época de mayor esplendor, volviendo cierto el dicho nietzscheano: lo que no les mata les hace más fuertes. Más fuertes y más hermosos frente al mar. Merece la pena dedicar un par de días a la ciudad, culebreando por sus calles hasta encontrar la Catedral de la Ciudadela, o disfrutando un refrigerio en las terrazas adyacentes a su puerto natural.
La actual capital de la isla es Mahón, o Mo como le dicen sus paisanos, fundada por los cartagineses bajo el mando de Magón (de aquí viene su nombre), hermano del famoso Aníbal Barca. Contiene el segundo puerto natural más grande de Europa y tanto dentro de este puerto como en sus proximidades, el agua la salpican graciosas islas de minúsculo tamaño y deliciosas de visitar. Esta ciudad también fue atacada por corsarios turcos al mando de Barbarroja, con el mismo resultado de determinación y fuerza que la Ciutadella. La Fortaleza de Mola defiende a la isla desde el siglo XIX a las nuevas amenazas que pretendan hacerle daño. Un paseo por su casco antiguo, visitando el mercado de pescado o las casas de la calle Isabel II, son una parada obligada en su visita.
Sobre playas y gente excepcional
El lector habrá comprobado que no he mencionado ninguna de sus playas de arena blanca pero esto tiene una explicación sencilla. No tendría sentido condicionar el placer eligiendo una, dos o incluso cinco de sus playas más hermosas porque no es posible elegir lo más bello entre lo más bello, ni es sano intentarlo. Es preciso que cada uno investigue por su cuenta, probando bocados de uno y otro lado de la isla, hasta que encuentre la calita que pueda guardar en sus recuerdos bajo el título de rincón mágico.
El último eslabón del atractivo menorquín pasa por la cualidad más importante de la isla, lo que convierte un pedazo de tierra hermoso en uno exquisito, y son sus habitantes. Su habitual entusiasmo por la vida se muestra en el gran número de festividades que celebra a lo largo de los meses de verano. La algarabía empieza en la Ciutadella con la Fiesta de Sant Joan, entre el 23 y 24 de junio, y termina por todo lo alto en la festividad de la Virgen de Gracia en Mahón, del 7 al 9 de septiembre. Casi todas estas festividades están caracterizadas por el paso de los jinetes cajeros a través de las calles del pueblo, vestidos de blanco y negro y embriagados por las bandas de música, para disfrutar del habitual jaleo tras las ceremonias religiosas. De las mejores épocas para visitar la isla son los días que se celebra San Cristóbal de las Corridas (quinto fin de semana de julio o primero de agosto) y San Antonio de Fornells (cuarto fin de semana de julio).
Si la tierra pierde vida sin su gente, Menorca estalla de belleza por su gente.