Religion
Monjes budistas afirman que este es el centro de energía del universo
Ciertas sectas budistas afirman que se encuentra inmerso en el desierto del Gobi, alejado de toda civilización.
¿De dónde procede la energía que alimenta nuestro cuerpo? ¿Cómo se consigue ese paso imborrable que separa lo vivo y lo inerte? Es una chispa, nada más. Al encenderse, ruge una llama intensa hasta que el tiempo inclemente la sopla por última vez. Esta es una pregunta en extremo complicada y sus respuestas son complicadas. La ciencia tiene su respuesta, al igual que cada una de las religiones que pueblan la tierra. ¿Será Dios, o un cúmulo de casualidades, ordenadas en un caos perfecto de infinitas probabilidades? El misterio de la vida y la muerte son preguntas que han perseguido al hombre desde sus primeros pasos en la Tierra.
Entre estas afirmaciones, se encuentra aquella que asegura que la energía de todos los seres se encuentra en un punto muy preciso, inamovible, concretamente en el centro del desierto del Gobi. Así lo dicen diversas corrientes budistas, lideradas por una secta conocida como los Gorros Rojos.
Un monje budista mujeriego y bebedor empedernido
La leyenda se originó relativamente tarde, en torno al año 1820, y comienza con un nombre: Dulduityn Danzanravjaa. Se trataba de un monje y poeta mongol que dedicó años largos de su vida a la meditación en este inhóspito desierto, encerrado en una minúscula cueva de cuyo techo apenas goteaban, muy de vez en cuando, rastrojos de la lluvia que en ocasiones se pasea por el Gobi. Pero no todo fueron sufrimientos, no era Danzanravjaa el clásico monje de los cuentos, retirado de la vida pública y anclado a su cueva con goteras. Se trata de un personaje más fascinante que todo eso. Su rama del budismo no le abstenía de probar el alcohol y relacionarse con mujeres, y es bien sabido que recurrió a ambos placeres con asiduidad. Se casó dos veces y tuvo multitud de amantes.
Pintor, poeta, conocedor del arte de la medicina. Incluso fue considerado un adivino fiable por sus contemporáneos, hasta el punto que predijo la fecha exacta de su propia muerte. Fue él quién dijo haber recibido la iluminación necesaria para descubrir el centro de la energía en el universo, precisamente junto a la cueva en la que tantos años meditó, y fue él quien decidió erigir un templo, el Templo de Khamar, en el lugar exacto. Escuché la leyenda cuando viajé por Mongolia y no quise perdérmelo.
El Templo de Khamar
¿Cómo te explico el centro de la energía del universo? Ciertamente, cualquiera que lo visite podría creer la leyenda. Tras coger un tren de quince horas desde Ulán Bator y recorrer dos horas en coche (el autoestop en Mongolia es un medio de transporte estupendo) desierto a través, llegué al pequeño templo. A su alrededor, nada, únicamente arena, polvo y viento. Se asemeja a la zona cero de una terrible explosión nuclear, como si su energía fuese tan poderosa que no hay formas de vida que aguanten a existir tan cerca de ella. A todas las quemaría con su ardor milenario. El viento ardiente salpica el rostro de quien la visita. Los pedazos de tierra blanca se sucedían con franjas de tierra roja, como de fuego, la roja con franjas marrones, y vuelta al blanco y al rojo y vuelta al marrón. Cada franja que atraviesas camino de ese centro, intercalada con la fantasía y una extraña sensación de realidad, es una marca que te avisa de la proximidad de ese centro de energía del universo.
Aquí se acumulan los ritos, es preciso tratarlo con respeto. Me explicaron, entra cruzando el arco de la izquierda muy despacio, ofrece tus respetos a cada pedazo de tierra que aguante tus pasos, llega hasta aquél extremo, da tres vueltas al “Ovoo” (altar de piedra) y desanda tu camino por el lado derecho. No tengas prisa por completar el proceso.
Preguntas que no precisan una respuesta
¿Realmente es este el centro de energía del universo? ¿Y por qué no? Lo será, si queremos. En cuestiones de fe no valen los peros. Aunque más acertado sería decir que sí se trata del centro de energía de ciertos pueblos, aquí acuden a rezar en peregrinajes serios, no por simple curiosidad como yo lo hice, y las pocas personas que encontré dando vueltas al “Ovoo” recogían, con sinceridad sobrecogedora, su energía a cada vuelta que le daban. Fue hermoso dar las tres vueltas al altar de piedra vieja, casi descompuesto, y observar desde su posición privilegiada el desierto llano e infinito rodearme en un abrazo ardiente. El viento soplando suave, sin ruidos artificiales que lo trabaran, pudo entregarme cierta sensación de paz espiritual.
No se equivocaba el señor Danzanravjaa al augurar la fecha de su muerte. Se dice que fue envenenado por una de sus esposas, celosa de las amantes que este tenía. Pero arrancando a la historia sus facetas de leyenda, indagando en su parte razonada, uno podría pensar que el envenenamiento no fue más que un pacto entre el monje y su esposa. Llegó el día de su muerte anunciada y le dijo, esposa, vierte el veneno. Al fin y al cabo, no se había molestado en decir cómo iba a morir, bien pudo estar todo planeado. ¿O fue la esposa celosa en realidad, sin que su marido estuviese implicado en el envenenamiento? ¿O era la esposa una fiel creyente de sus augurios, y quiso ahorrarle al monje la dolorosa humillación de haberse equivocado?
Son demasiadas preguntas. No queremos tantas preguntas, únicamente conseguirían arrancarle el misterio. Y qué sería de los lugares mágicos sin misterio. Sería algo así como preguntarse con demasiada intensidad si aquél templo budista es el centro de energía del universo. Bien podría serlo. Pero por el momento nos contentaremos diciendo que merece la pena conocerlo.
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