Entrevista

Eduardo Strauch: «Nunca tuve depresión ni traumas ni remordimientos ni pesadillas»

Sobrevivió a la tragedia de los Andes y presenta una nueva película documental

Eduardo Strauch
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Es superviviente y se pasea por el palacio de Congresos de Cádiz con la ilusión de un niño. Ha venido de su Uruguay natal para la presentación de la película documental «Alive. The Andes Plane Disaster», producida en Reino Unido y que ha contado con su colaboración. Vino el avión, en el mismo medio en el que vivió en el 72 la catástrofe más mediática que ha pasado a la historia. La de los Andes en la que estuvieron dos meses y medio desaparecidos y lograron sobrevivir. Juan Antonio Bayona y su «Sociedad de la nieve» también nos ha vuelto a poner a estos supervivientes hace no tanto de actualidad. De todo ello conversamos en el South Internacional Festival Series de Cádiz.

¿Por qué se animó a hacer este documental?

Me llamaron desde Inglaterra, fueron a Uruguay a la casa de campo en la que vivo y me gustó mucho el enfoque que me presentaron sobre el documental. Es inteligente y sensible y me abrí para que me hicieran todas las preguntas que quisieran.

¿Uno acaba de contar la historia?

No, por supuesto que no. La película de Bayona la cuenta en un 90 por ciento. Hay un diez que no se puede contar.

La película de Bayona es una barbaridad.

Para nosotros fue muy impactante. El guion, los silencios... Tuve el primer contacto con él hace como ocho años y me dijo que usaba los silencios para explicar las emociones y pensé que era el director que estaba esperando. Los silencios de la película son tremendos.

¿Qué momento de la realidad no se olvida nunca?

Diría que hay tres o cuatro que dan igual los años que pasen van a estar siempre ahí. Es imposible que se olviden. El momento del impacto con los segundos antes. Cuando escuchamos por la radio que nos habían abandonado, el mundo ya no buscaba más. La avalancha, que fueron varios minutos...

Verla en la película de Bayona resultaba insoportable...

Me lo ha dicho mucha gente. Se rodó muy bien, porque fue así. Teníamos un espacio de 80/90 centímetros y estuve tres minutos en un viaje hacia la muerte. Pensé que estaba muerto. El momento en el que escuché el Ave María, que me pareció el mensaje del universo para decirnos que estábamos salvados es otro de los momentos que no podré olvidar jamás.

¿Qué le mantiene tantos días ahí? ¿Hay fe?

Ya no creía en el dios que nos habían enseñado de chico. Me había desprendido de todas las religiones y tenía mi camino y cada vez me sentía más unido con la naturaleza y parte del todo. Seguí por ese camino que me resultaba muy bien. No pensaba en ningún dios. Me ayudó ir dándome cuenta de lo que es el ser humano. Del poder potencial de la mente y la adaptación. Y nos dio la fuerza y el motor de lograr todo lo que logramos el amor a nuestras familias. El objetivo era llegar a casa y abrazar a mis padres y a los seres queridos.

Otra faceta no menos dura comienza en la vuelta a casa. ¿Nunca se vuelve a ser el mismo?

La mayoría de la gente nunca captó eso. Yo mismo me sorprendí cuando ocurrió. Pensé que ya había pasado lo peor y que estábamos salvados. Luego llegó la readaptación a la sociedad y me quedé desconectado de muchas cosas que antes me interesaban y no lo volvieron a hacer jamás. Y hubo un periodo de más de un año que fue muy complejo.

¿Cómo se curaron esas heridas?

Es curioso porque nunca tuve depresión ni traumas ni remordimientos ni tan siquiera pesadillas. Estudiando el por qué de esto creo que fue por el proceso de dos meses y medio que estuvimos allí. Hoy me siento agradecido por todo lo positivo que me dejó.

¿Qué aporta la película documental «Alive»?

Aporta información fuera de la historia. Se entrevista a cinco supervivientes, a los familiares y se ataca la historia desde distintos enfoques. Me parece una historia inagotable.

¿Cómo es su vínculo?

Muy especial e imposible que se destruya. Más ahora todavía que cuando estábamos en la vorágine laboral. Ahora nos decimos cosas que antes no.

¿Costó volver a montar en avión?

He hecho miles de millas. Pensé que lo antes posible había que quitarse ese miedo. A los dos meses me volví a montar en un avión. Hice un par de vuelos cortos a Buenos Aires y sufrí horrible, me sudaban las manos... Ya al segundo vuelo pasé el miedo. En mi mente poderosa había argumentado algunas cosas. Después, con el tiempo he tenido todo tipo de vuelos, y algún susto, pero la mente lo controla.

¿Se pierde el miedo?

A la muerte sí. Aunque tengo en mente vivir hasta los 104.