Hollywood
Crítica de «Hollywood»: Ryan Murphy, amor al cine como a sí mismo
La miniserie que el hiperactivo «showrunner» acaba de estrenar en Netflix es una carta de amor a la meca del cine, una fantasía progresista y una celebración de su propio narcisismo
«Las películas nos muestran no solo cómo es el mundo, sino también cómo puede ser», asegura alguien en «Hollywood», la nueva miniserie de Netflix. Y esa es una opinión a buen seguro compartida por su creador, Ryan Murphy. Si el prolífico «showrunner» lleva años usando su producción televisiva para dar voz a aquellos históricamente marginados en la industria del entretenimiento –mujeres maduras, afroamericanos, asiáticos, miembros de la comunidad LGTBI–, ahora ha decidido reescribir la historia del «showbiz» para corregir sus errores. «Hollywood», en efecto, trata de ser a partes iguales una carta de amor a las películas de los años 40 y 50 y el retrato de una versión idealizada de la meca del cine en la que, décadas antes de que eso sucediera en el mundo real, las minorías lograron sobreponerse a los abusos y la opresión de los que eran objeto para cumplir sus sueños y redefinir la industria. Y en el proceso nos ofrece una dosis de glamur francamente estimulante en estos tiempos en los que muchos espectadores se pasan el día en pijama.
Sus protagonistas, decimos, son un grupo de «outsiders» y viejas glorias decididos a triunfar frente al sexismo, la homofobia y el racismo: un cineasta prometedor, una actriz negra que solo logra obtener papeles de criada, un guionista negro gay que se pluriemplea como gigoló y una estrella de cine mudo que no logró encontrar su sitio en el sonoro, entre otros. Mientras los observa, la serie incluye cameos de personajes históricos como las actrices Tallulah Bankhead y Vivien Leigh, y Hattie McDaniel se cuela en las fiestas que solía celebrar el director George Cukor e imagina los problemas que Rock Hudson afrontó mientras se enfrentaba a su propia sexualidad.
Murphy no es un autor que destaque precisamente por su sutileza pero, incluso teniendo en cuenta sus estándares, resulta notoria la tosquedad narrativa de la que aquí hace gala de varias maneras. De entrada, los personajes de «Hollywood» son insólitamente propensos a dar sermones y verbalizar sus sentimientos y deseos. Asimismo, en su esfuerzo por predicar un mensaje triunfal y esperanzador, la serie ofrece una mirada al pasado simplista y teñida de rosa, según la que cada conato de conflicto se resuelve a base de cordialidad y abrazos. Esa blandura explica no solo el flagrante sentimentalismo y el déficit de tensión dramática que sus episodios aquejan, sino también la ausencia del tipo de humor perverso a menudo presente en el trabajo de Murphy.
Considerando que las ficciones protagonizadas por colectivos minoritarios suelen centrarse en su sufrimiento, cualquier intento de mostrar cómo vencen las adversidades es bienvenido. Lo más importante es que sean retratos complejos, y otro de los problemas de «Hollywood» es que sus personajes no son personas de carne y hueso sino meros avatares de orientación sexual o raza o género. Murphy da la sensación de estar menos interesado en sus respectivas individualidades que en usarlos para sugerir que la industria cinematográfica actual podría ser un entorno mucho más progresista e inclusivo si, en su día, los negros y los homosexuales se hubieran comportado como él los imagina aquí. Intencional o no, lo que esta ficción acaba sugiriendo es que una película, o una miniserie de Ryan Murphy, podría haber logrado fácilmente aquello por lo que tantos movimientos civiles lucharon durante tanto tiempo.
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