Bendición Urbi et Orbi

El Jubileo de Francisco: «Que callen las armas»

El Papa abre la Puerta Santa de la basílica de San Pedro y convierte su bendición Urbi et Orbi en un grito global para poner fin a las guerras

La Iglesia está de Jubileo. El 24 de diciembre, en torno a las siete de la tarde, el Papa golpeó tres veces la puerta de la basílica de San Pedro, se abrió y la atravesó en total silencio. Un sencillo gesto con el que quedaba inaugurado un Año Santo en el que los 1.400 millones de católicos están llamados a vivir un proceso de conversión personal y comunitario con un valor evangélico como eje: la esperanza.

Sin embargo, Francisco quiere que esta invitación a una purificación vital se contagie a la comunidad internacional. Así lo puso de manifiesto a mediodía desde el balcón de la Logia central de la basílica de San Pedro durante la tradicional bendición «Urbi et Orbi».

En una soleada y fría pero apacible mañana invernal, el Pontífice desafío a los líderes mundiales a sumarse a lo que podría ser un jubileo civil: «Invito a todas las personas, a todos los pueblos y naciones, a armarse de valor para cruzar la Puerta, a hacerse peregrinos de esperanza, a silenciar las armas y superar las divisiones». «Vengan, Jesús es la Puerta de la paz», enfatizó.

Sin muros

En esta misma línea, confió en que «el Jubileo sea ocasión para derribar todos los muros de separación: los ideológicos, que tantas veces marcan la vida política, y los materiales». En este sentido, volvió a reclamar la condonación de las deudas, «especialmente aquellas que gravan sobre los países más pobres».

No podía ser de otra manera en un Sucesor de Pedro que un día y otro también recuerda en cada una de sus intervenciones dominicales, y en otros tantas alocuciones, que la guerra siempre es una derrota.

Con esta propuesta por delante, como suele ser habitual en este discurso navideño, Jorge Mario Bergoglio realizó su particular escáner sobre el «statu quo» global, que no solo buscan poner en el foco de la opinión pública los conflictos más graves, sino también los más olvidados del planeta. Sus palabras también vislumbran cuáles son las líneas claves de la geopolítica vaticana.

«Que callen las armas en la martirizada Ucrania», fue la primera plegaria explícita que verbalizó el Papa ante las cerca de 30.000 personas que se acercaron a la plaza de San Pedro, con un recado directo para Zelenski, Putin y el resto de actores implicados: «Que se tenga la audacia de abrir la puerta a las negociaciones y a los gestos de diálogo y de encuentro para llegar a una paz justa y duradera».

Justo después, Francisco puso la mirada en Gaza, donde apuntó que «la situación humanitaria es gravísima». «Que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se ayude a la población extenuada por el hambre y la guerra», reclamó al Gobierno de Benjamin Netanyahu, con el que ya tuvo un rifirrafe diplomático el pasado sábado, cuando el Papa públicamente reclamó que se levantara el veto para entrar en la Franja al patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa. Esta denuncia en voz alta durante su encuentro con la Curia provocó que a las pocas se permitiera al cardenal Francisco visitar la única parroquia de Gaza.

Al adentrarse en el avispero de Oriente Medio, Francisco también citó a Líbano y Siria como puntos calientes en lo que a violencia se refiere, pero hizo especial hincapié en el desamparo en el que se encuentra el pueblo libio, «animándolo a buscar soluciones que permitan la reconciliación nacional».

Desde ahí, el Sucesor de Pedro dio un salto a Myanmar por sus «continuos enfrentamientos armados». Para Francisco, la guerra abierta en el país asiático y el éxodo de más de un millón de rohingya, una minoría étnica mayoritariamente musulmana, le marcó de tal manera durante su viaje a la antigua Vietnam que busca dar voz a la discriminación que sufren de forma constante. Ayer deseó que «el anuncio de la Navidad traiga consuelo» a una población que padece «grandes sufrimientos».

Epidemia y terrorismo

Con la mirada puesta en África, mostró su preocupación por la epidemia de sarampión en la República Democrática del Congo, Burkina Faso, de Malí, de Níger y de Mozambique. De manera genérica, denunció «la plaga del terrorismo» y «los efectos devastadores del cambio climático». A la par, reclamó el compromiso de la comunidad internacional «para favorecer el acceso de la población civil de Sudán a las ayudas humanitarias» y facilitar un alto el fuego.

El primer Papa latinoamericano de la historia puso negro sobre blanco ante la encrucijada que atraviesan Haití, Venezuela, Colombia y Nicaragua, y, volviendo a Europa, quiso enfatizar la crisis abierta en Chipre: «Hago votos para que se pueda alcanzar una solución compartida, que ponga fin a la división respetando plenamente los derechos y la dignidad de todas las comunidades chipriotas». Lo cierto es que se cumple medio siglo desde que la tercera isla más grande del Mediterráneo está dividida en dos partes, tras la invasión en la zona norte de Turquía en respuesta a un golpe de estado respaldado por Grecia. Aunque la violencia se detuvo, la tensión política continúa y no parece que se vislumbre una solución.

Sacralidad de cada vida

Más allá de este repaso al mapamundi, en un sentido más pastoral, Francisco incidió en su empeño a lo largo de esta década de pontificado de mostrar el rostro de una Iglesia inclusiva y, por tanto, sin reservar derecho de admisión. «Hermanos y hermanas, la puerta del corazón de Dios está siempre abierta, regresemos a Él», remarcó, presentando a Jesús como «Puerta de salvación abierta a todos».

Como único requisito para sumarse a esta peregrinación compartida, planteó «el sacrificio de dar un paso adelante, de dejar atrás contiendas y divisiones, para abandonarnos en los brazos abiertos del Niño que es el Príncipe de la paz». «Dios perdona siempre, Dios perdona todo, dejémonos perdonar por él», apostilló en su único comentario al margen del discurso previsto.

El Obispo de Roma reivindicó «la sacralidad de cada vida», desde los niños que «sufren por la guerra y el hambre» hasta los ancianos, «obligados muchas veces a vivir en condiciones de soledad y abandono». No se olvidó en su discurso de los presos, los desempleados y los migrantes que «han perdido la propia casa o huyen de su tierra, tratando de encontrar un refugio seguro».

A la par, agradeció la entrega de los misioneros «esparcidos por el mundo, que llevan luz y consuelo a tantas personas en dificultad», así como de los padres y educadores. «A todos les deseo una serena y santa Navidad», concluyó Francisco antes de entonar el rezo del ángelus y pronunciar la bendición «Urbi et Orbi» de pie.

El cardenal protodiácono Dominque Mamberti, que acompañó al Papa Francisco en la Logia junto al cardenal scalabriniano Silvano Maria Tomasi, anunció por su parte la concesión de la indulgencia plenaria a «todos los fieles presentes y a los que reciben su bendición, a través de la radio, la televisión y las nuevas tecnologías de la comunicación».