Consumo de antidepresivos
La 'medicalización de la vida', un alarmante fenómeno en auge
En la última década, la venta de medicamentos ansiolíticos y antidepresivos en farmacias ha subido un 40%. España es el país líder mundial en el consumo de estos fármacos.
En las consultas de atención primaria se ha convertido en algo habitual escuchar este tipo de frases: “Mi hijo ha tenido un conflicto y le hemos tenido que dar un lorazepan para tranquilizarle”. Detrás de esta inocente afirmación reside la alarmante confirmación de que nuestra sociedad adolece de un perjudicial exceso de confianza hacia los medicamentos ansiolíticos y antidepresivos. Este lleva a muchas personas a naturalizar el hecho de recurrir a la automedicación o de proveérsela a sus seres queridos cuando estos sufren una situación de decepción o tristeza deportiva, amorosa o colegial que, en muchas ocasiones, es parte integral de la vida, de la montaña rusa de experiencias que nos desafían y nos hacen crecer enseñándonos importantes lecciones sobre resiliencia, perseverancia y apreciación de los momentos de felicidad. Es lo que se conoce como la “medicalización de la vida”.
Los datos son alarmantes: Los antidepresivos, con un crecimiento de las dosis diarias por cada 1.000 habitantes cercano al 40% en la última década, lideran el incremento del consumo de medicamentos en nuestro país seguidos por las pastillas para el colesterol (36%) y los nuevos tratamientos para la hipertensión (32%). El consumo de los primeros, que venía experimentando un crecimiento constante año tras año, se incrementó en 2020 de manera significativa durante el confinamiento. Según los resultados del Consejo General de Farmacéuticos tras analizar los datos de dispensación de medicamentos en farmacia comunitaria con cargo al Sistema Nacional de Salud durante 2020, durante el primer confinamiento se llegó a aumentos de entre un 10 y 15% el uso de medicamentos para el sistema nervioso, es decir, para patologías como ansiedad, depresión o trastorno del sueño. Reflejo del impacto emocional de la Covid-19 es que el incremento en su consumo superara el doble en 2020 con respecto a 2019: 4,8% frente al 2%. El incremento anual en el grupo específico de medicamentos ansiolíticos fue de más del 5%, y el de los sedantes más de 4%, comparando datos de 2020 y 2019. Y los datos siguen en aumento.
Estas cifras convierten a la española en la población que más benzodiacepinas consume de todo el mundo. Según los datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), en España se consumen 110 dosis al día por cada 1.000 habitantes. Los países que nos siguen son Bélgica y Portugal con 80, mientras que en Alemania de esta sustancia tan solo se consumen 0.4 dosis/día/1.000 habitante.
Un problema con múltiples aristas
El aumento del consumo indebido de este tipo de sustancias responde a múltiples circunstancias. Entre ellas, el aumento de la prevalencia de la depresión, la ansiedad y el estrés. Se estima que 4 millones de personas sufren depresión en España y el 15% de la población tiene ansiedad o estrés. “Estos medicamentos son extraordinariamente efectivos y seguros cuando se utilizan adecuadamente”, señala Antonio Torres, responsable del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la Sociedad Española de Medicina General (SEMG).
Otro factor responsable de esta tendencia creciente es la sobrecarga en las consultas de atención primaria y especializada de nuestro sistema de salud. “Llevamos tiempo diciendo que la falta de tiempo en atención primaria se traduce en enfermedad grave y en cronificación. El médico no puede hacer un buen control de la prescripción en estas circunstancias y Atención Especializada no corre mejor suerte. El número de psiquiatras y de psicólogos no ha aumentado lo óptimo para atender las necesidades existentes y ayudar a los pacientes a asumir que vivir tiene sus inconvenientes. Hay falta de control de la emotividad y falta de autodisciplina”, apunta.
También atribuye el consumo abusivo de estos fármacos a su gran capacidad de adicción. “Su forma de actuar sobre los receptores cerebrales inducen adicción” por lo que se produce una “resistencia al abandono por parte de los pacientes, siendo uno de los principales factores que favorecen su continuidad”, reconoce el responsable de Salud Mental de la SEMG. Y añade: “Tras la pandemia ha habido un mecanismo automático de renovación de prescripciones. En muchas ocasiones, ha favorecido que, personas que tenían que haber abandonado el tratamiento no lo hayan hecho hasta el punto de que, hoy en día, tendrían una dificultad para abandonarla bien por la adicción o por el síndrome de privación que genera”. Según la Encuesta sobre Alcohol y otras Drogas en España EDADES 2022, las benzodiacepinas se han convertido en la tercera sustancia de adicción en España. Es decir, que después del alcohol y el tabaco, es la sustancia con mayor consumo adictivo de España, por encima del cannabis. EDADEs también nos desvela que el 9,7% de la población española había consumido hipnosedantes con o sin receta en los últimos 30 días, mientras que el 7,2% de la población reconoce consumir a diario estos fármacos.
Benzodiacepinas: Soluciones rápidas, efectivas y baratas
Otro elemento clave que estaría contribuyendo al aumento del consumo indebido de benzodiacepinas es la actitud social. “Estamos viviendo una época de intolerancia a cualquier trastorno emocional y en la que existe un gran temor a la pérdida de salud. Esto conlleva un incremento de medicación y consultas que, en otra época de la historia, podrían haber sido más banales. A esto se suma que vivimos en una sociedad competitiva y estresante en la que debemos sostener rutinas que exigen mantenerse al límite del rendimiento sin angustia y sin claudicaciones”, apunta el portavoz de la SEMG. Así, tendemos a buscar soluciones rápidas, efectivas y baratas que nos permitan superar cualquier contratiempo vital o situación de la vida cotidiana que nos afecte negativamente pese a que esta circunstancia no sea patológica. “Esto, unido a que la percepción del riesgo de esta medicación por parte de la sociedad es muy baja, explica los alarmantes datos que tenemos en España”, lamenta el doctor Torres.
Sin embargo, los especialistas advierten de que esta visión está poco adaptada a la realidad. Entre los principales efectos negativos están el aumento de la mortalidad general en sus consumidores habituales, la debilidad muscular, ataxia, sedación, alteraciones de memoria y de las fases de sueño o reacción de discontinuación, lo que lleva a un aumento de los accidentes. “Las personas que los utilizan de forma prolongada tienen un 21% más de probabilidad de muerte prematura. También se ha demostrado que estos fármacos están involucrados en un importante número de procesos, especialmente característicos de la accidentalidad. Es decir, detrás de un importante número de accidentes de tráfico, laborales y domésticos puede que haya una asociación con los efectos secundarios de las benzodiacepinas y su uso prolongado”, detalla el doctor.
Estos efectos de las benzodiacepinas a corto y largo plazo son, en general, grandes desconocidos para la población. “El consumo a largo plazo y de una forma prolongada, aboca a una disminución de la capacidad de atención y de concentración. Pero a nuestras consultas llegan chicos que están preparando exámenes u oposiciones pidiendo que les prescribamos estos medicamentos porque se ponen nerviosos en los exámenes cuando, en realidad, su consumo producirá una disminución importante de su memoria, lo que reduce sus opciones de éxito”, comenta el experto.
Los médicos hacen autocrítica
Este exceso de confianza en los ansiolíticos y antidepresivos no solo afecta a los pacientes. Los profesionales sanitarios hacen autocrítica estos días durante el XXIX Congreso de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) y ponen el foco en la deprescripción de bezodiacepinas. “Ha habido una baja conciencia por parte de los profesionales sanitarios, en general, sobre los riesgos en el uso de estos fármacos. Esta es una situación que ha cambiado afortunadamente. Las medidas de control de prescripción cada día son más estrictas, pero no quita que siga habiendo un cierto mercadeo actualmente”, asegura el doctor.
En este sentido, recomienda prescribir estos tratamientos “solo cuando hace falta” y hace hincapié en la necesidad de advertir al paciente sistemáticamente sobre los riesgos que tiene la medicación y que se le está suministrando por un tiempo limitado. En ese momento, se producirá una desescalada. “Nosotros recomendamos la deprescripción lenta, pero sin pausa. Es decir, una disminución progresiva de la dosis cada dos o tres semanas. Si se hace un calendario realista de abandono, es raro que, en unos dos y seis meses el paciente no pueda abandonar la medicación”, concluye.✕
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