Misa del Gallo
El Papa Francisco: «Las armas impiden que Jesús tenga sitio en Belén»
El Papa arranca su celebración de Navidad denunciando «la lógica perdedora de las armas» que asola la región donde nació Cristo
Nuestro corazón esta noche está en Belén, donde el Príncipe de la Paz sigue siendo rechazado por la lógica perdedora de la guerra, con el rugir de las armas que también hoy le impiden encontrar una posada en el mundo». Con estas palabras de recuerdo a la crisis de Gaza, el Papa Francisco arrancó ayer por la tarde la homilía de la tradicional Misa del Gallo, la eucaristía con la que arranca oficialmente la Navidad. No se trataba de una referencia retórica ni bucólica.
Y es que el enclave que acogió el nacimiento de Jesús de Nazaret hace más de dos mil años se ve cercado en estos días por el conflicto entre israelíes y palestinos. Ni procesión, ni villancicos, ni peregrinos. De hecho, el Niño Jesús de la basílica de la Natividad está rodeado de escombros como gesto de denuncia de los pocos católicos que quedan en la región. Una realidad que el Obispo de Roma conoce de cerca, puesto que está en permanente contacto, tanto con el único párroco de Gaza como con el el patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa.
En medio del silencio y el recogimiento de una basílica de San Pedro repleta de fieles, Francisco entonaba este grito en favor de la paz, que se convirtió en punto de partida para proclamar cómo Cristo, al que presentó como «el Rey de la historia», elige «el camino de la pequeñez» y nace «casi a escondidas». «Ninguno de los poderosos se percata de Él, sólo algunos pastores, relegados a los márgenes de la vida social», subrayó el pontífice argentino, que afronta sus décimas navidades en Roma.
En su alocución, el Papa quiso hacer redescubrir a su aforo el verdadero origen y sentido de la Navidad, a la vez que alertó a los creyentes de los riesgos de redibujar un dios a su medida y, por tanto, alejado del Dios cristiano. Usando metáforas cotidianas propias de un párroco y alejadas de complejos argumentarios de laboratorio teológico, Francisco presentó al Dios de Jesús como aquel que «no usa la varita mágica, no es el dios comercial del ‘todo y ahora mismo’». Es más, llegó a decir que «no nos salva pulsando un botón, sino que se acerca para cambiar la realidad desde dentro». Por ello, recordó que «no elimina los problemas de nuestra vida, sino que da a nuestras vidas una esperanza más grande que los problemas».
Con esta premisa, denunció la «obsesión del beneficio» en medio de «un mundo que busca el poder y la fuerza, la fama y la gloria, donde todo se mide con los éxitos y los resultados, con las cifras y los números». En esta misma línea, subrayó que Jesús «no combate las injusticias desde lo alto con la fuerza, sino desde abajo con el amor; no irrumpe con un poder sin límites, sino que desciende a nuestros límites; no evita nuestras fragilidades, sino que las asume». Por tanto, Francisco no cree en «un dios iracundo que castiga» sino en el «Dios misericordioso». «No es el dios del beneficio, sino el Dios de la encarnación», suscribió. «Este es el asombro de la Navidad -insistiría después- : no una mezcla de afectos melosos y de consuelos mundanos, sino la inaudita ternura de Dios que salva el mundo encarnándose».
En ese instante de la homilía, como suele hacer habitualmente, interpeló a su auditorio con una pregunta: «¿En qué Dios creemos? ¿En el Dios de la encarnación o en el del beneficio?». Como respuesta, advirtió a los presentes del «riesgo de vivir la Navidad con una idea pagana de Dios, como si fuera un amo poderoso que está en el cielo» que «se alía con el poder, con el éxito mundano y con la idolatría del consumismo».
El Papa desechó «la imagen falsa de un dios distante e irritable, que se porta bien con los buenos y se enoja con los malos». Dentro de su particular batalla contra los clichés de un errado tradicionalismo, lamentó lo «arraigada que está en nosotros la idea mundana de un dios alejado y controlador, rígido y poderoso, que ayuda a los suyos a imponerse sobre los demás». «Pero no es así, Él ha nacido para todos», apostilló Jorge Mario Bergoglio, que hizo una apelación directa a quienes le escuchaban: «Hermano, hermana, para Dios, tú no eres un número, sino un rostro; tu nombre está escrito en su corazón».
En esta misma línea de ataque al consumismo ya se había referido por la mañana el pontífice durante el rezo del ángelus desde el ventanal del Palacio Apostólico del Vaticano. «Se puede, y como cristianos debemos, celebrar con sencillez, sin despilfarros, y compartiendo con quienes carecen de los necesario o les hace falta la compañía», expresó el Papa. «Navidad no es consumismo, es compartir con quien no tiene», aseveró.
Y de la misma manera, también manifestó su cercanía a quienes sufren por la guerra, la pobreza, el hambre y la esclavitud. «Estamos cerca de nuestros hermanos y hermanas que sufren por la guerra. Pensemos en Palestina, Israel, Ucrania», relató. A la vez, lanzó un dardo contra las multinacionales y los países que permiten la explotación de los territorios donde viven comunidades indígenas, regiones contaminadas y que aún no han sido bonificadas económicamente, en línea de una de las principales demandas eclesiales durante la pasada Cumbre del Clima. «Expreso solidaridad con estas poblaciones y espero que su voz sea escuchada», sentenció.
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