Religión
Un año sin Benedicto XVI: "Lo mejor está por llegar"
Pablo Blanco, el mayor investigador del pensamiento del pontífice alemán, analiza su legado en el primer aniversario de su muerte: «La fórmula Ratzinger sigue vigente»
Dicen que fueron sus últimas palabras: «Señor, te amo». Así al menos lo certifica su secretario personal, Georg Gänswein. Eran las tres de la madrugada del sábado 31 de diciembre de 2021 y Benedicto XVI dirigió la mirada hacia el crucifijo situado en la pared frente a su cama. En italiano, con una voz frágil, pero con la suficiente claridad en la pronunciación, la enfermera que le acompañaba le escuchó esa última profesión de fe. Unas horas después comenzó una agonía que duraría poco más de treinta minutos. A las 9:34 su corazón dejaba de latir.
Fallecía el primer Papa emérito de la Iglesia católica que convivió con su sucesor en el Estado Vaticano, el pontífice que entró en la historia por presentar su renuncia ocho años después de llegar a la Sede de Pedro. El alemán Joseph Ratzinger fallecía a los 95 años en el monasterio Mater Ecclesiae, su residencia vaticana después de retirarse de la vida pública, acompañado de Gänswein, las consagradas que lo asistían habitualmente y el equipo médico. Un deceso esperado después de que el propio Papa Francisco diera la voz de alarma en la mañana del 28 de diciembre en una audiencia general en el Aula Pablo VI. «Está muy enfermo», dijo el pontífice argentino sobre su precaria salud de hierro, que le llevó a vivir nueve años más después de su particular exilio interior.
Tres días para despedirse en vida a los que seguiría un último adiós de otros cinco días entre el velatorio privado, la capilla ardiente pública, las exequias en la basílica de San Pedro y su entierro en la cripta del templo epicentro de la catolicidad, en la misma tumba que hasta 2011 fue la de Juan Pablo II. «Conseguimos una furgoneta con un grupo de sacerdotes y nos plantamos en Roma para asistir al funeral», confiesa al echar la vista atrás Pablo Blanco, el mayor especialista en el pensamiento del Papa alemán, junto a Peter Seewald, su biógrafo personal. No en vano, este mismo año era galardonado con el Premio Ratzinger, ex aequo con el pensador Francesc Torralba, un reconocimiento que va mucho más allá de ser el traductor de la obra del pontífice fallecido, sino también analista e intérprete. «Un año es demasiado poco tiempo para hacer balance de su ser y hacer, y para cuantificar su legado. La propia actividad del pontificado crea un ruido que impide comprender en profundidad su figura y su pensamiento», apunta el profesor de la Universidad de Navarra, convencido de que «lo mejor de Ratzinger está por llegar, que pasa por continuar recopilando e investigando sus obras». Prueba del interés que genera el que algunos catalogan como el Papa sabio es «el goteo constante de consultas de jóvenes, desde sacerdotes a religiosas pasando por laicos, que me manifiestan que sintonizan con su pensamiento y quieren saber más de él».
En cualquier caso, Blanco no considera que la histórica renuncia ensombrezca su herencia intelectual, sino que más bien, la marida. «Su decisión es muy coherente con su pensamiento, un gesto revolucionario y muy práctico porque él pensaba que apenas le quedaban dos años de vida y es consciente de que la Iglesia necesita una reforma, encarga un informe y asume lo que implica sacarlo adelante dejando paso», aprecia. «Él dijo que era para el bien de la Iglesia y que tomaba la decisión en conciencia, desde su capacidad reflexiva y su racionalidad, no tuvo un bajón o un subidón emocional ni fue fruto de arrobamientos místicos».
¿Es arriesgado catalogar a Ratzinger como el mejor teólogo del siglo XX? «Hay que dejar a la historia que decida si es el mayor, el segundo o el tercero», plantea Pablo Blanco con cautela, para matizar justo después: «Su pensamiento es una buena síntesis de toda la teología del siglo XX y la introduce en el siglo XXI. En el siglo pasado ha habido mucha y buena teología, desde la que promovieron e hicieron posible el Concilio Vaticano II, a todos los que reciben este impulso y lo reflexionan, como sucede en España o en América Latina con la teología de la liberación, pero también la teología de las religiones en el mundo asiático». Para Blanco, «asume todas estas realidades desde su capacidad de escuchar, de hacerse cargo, de analizar y comprender para hacer una síntesis actualizada y nos lanza al tercer milenio». En cualquier caso, «la fórmula Ratzinger puede ser muy útil hoy, sigue vigente».
Eso sí, no se aventura a profetizar si subirá en breve a los altares: «Dios dirá y doctores tiene la Iglesia, pero a mí su ejemplo, su visión y su conducta me sirven de inspiración y cuando se estudia el hecho de que alguien pueda ser santo, se analizan todas sus virtudes». En lo que a su conocimiento personal respecta, sentencia que «siendo un gran personaje, en su vida tenía una visión muy realista de sí mismo que se traduce en una humidad que a mí me conmueve». Lo cierto es que Benedicto XVI dispensó 42 días después de la muerte de Juan Pablo II los cinco años de espera que marca el Código de Derecho Canónico para abrir una causa de canonización, un paso que no ha dado Francisco un año después.
Iglesia polarizada
En este año sin él, la polarización presente en la política y en las sociedad también se ha contagiado en la Iglesia y hay quien ha utilizado al Papa alemán como arma arrojadiza contra el pontífice argentino. Y viceversa. «Es evidente que son distintos, solo por el mero hecho de que uno es argentino y otro es alemán, uno actúa más ad extra y otro más ad intra, uno propone una reforma práctica y otro una reforma más teológica, entendida como purificación, pero les unía una gran amistad y un gran respeto», comenta el investigador. «Son dos movimientos complementarios para la Iglesia, no contrapuestos, uno es sístole y otro diástole, y los dos son necesarios para que el corazón y el cuerpo funcionen».
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