Entrevista
Esmé Weijun Wang: “La psicosis no es creativa, no eres capaz ni de lavarte los dientes”
La escritora estuvo ocho años sufriendo alucinaciones hasta que fue diagnosticada con un trastorno esquizoafectivo; creía que la perseguían demonios y locomotoras por el campus de Yale y pasó meses convencida de que estaba estaba muerta
Dice Esmé Weijun Wang que su rutina de maquillaje es regular. Que puede vestirse y acicalarse tanto si está en una fase psicótica como si no, aunque si se encuentra en etapa maniaca lo hará con especial celo y, si está deprimida, pasará de todo menos del pintalabios. Si no lleva carmín, mala señal. Es que ni siquiera ha podido llegar al espejo del baño. Esta secuencia tan nimia pero tan cargada de significado es una de las intimidades que la autora, nacida en Michigan (EE UU) hace 38 años de padres taiwaneses, cuenta en “Todas las esquizofrenias” (Sexto Piso), que acaba de ser publicado en castellano.
Diagnosticada con un trastorno esquizoafectivo de tipo bipolar en 2013, Esmé desnuda en este libro brillante y conmovedor una enfermedad mental de la que apenas se habla porque da más miedo que vergüenza. Y que acarrea un sufrimiento extremo: “Yo me he perdido, y hablo de estar perdida físicamente, en una habitación totalmente a oscuras. He ido por el campus de Yale esquivando demonios invisibles y he visto cómo una locomotora bien definida avanzaba hacia mí hasta que se desvanecía de pronto”. La enfermedad tiene una realidad propia e intransferible que sacrifica la que vivimos el resto de humanos borrando de paso al paciente, “que desaparece para quienes le rodean, es como si estuviéramos muertos”.
La conversación con LA RAZÓN se produce a través de Zoom pero con la cámara apagada, afirma sentirse más cómoda así. Confiesa que, mientras hablamos, el corazón le va a mil por hora y la cabeza la siente “rara”. En los últimos tiempos, los síntomas del trastorno de estrés postraumático complejo que también padece han sido aún “más intensos” que los que le inflige la esquizofrenia.
-Asegura que su diagnóstico de trastorno esquizoafectivo de tipo bipolar le alivió porque, aunque ya podía sentirse “loca”, al menos lo era de una forma muy concreta.
-Es muy importante sobre todo darte cuenta de que no eres la única, que no estás tan loca que tu trastorno aún ni se ha descubierto. Puedo decir, incluso, que me sentí aliviada cuando me dijeron que tenía esquizofrenia. Llevaba mucho tiempo con síntomas psicóticos, casi diez años, y sospechaba cuál podía ser el diagnóstico final. Así que cuando llegó el veredicto por fin pude poner en orden mi medicación.
-¿Por qué tardaron tanto en ponerle un nombre a su tormento?
-Mi asunción es que mi psiquiatra estuvo llamando a mis alucinaciones “distorsiones sensoriales” durante un tiempo para evitar diagnosticarme con un trastorno psicótico. Quizá para evitarme el estigma, dado que yo era una estudiante brillante con un gran futuro. También puede que tratara de protegerme de mí misma para que no me identificara con esa clase de pacientes. Es muy común que se tarde años en llegar a la esquizofrenia, lo normal es pasar primero por otros diagnósticos, incluidas la depresión y la ansiedad.
-En el libro repasa su infancia. Con dos años ya leía, tenía una gran imaginación... ¿Recuerda el momento exacto en que se dio cuenta de que algo no iba bien?
-Era muy pequeña, tendría unos cuatro o cinco años. Estaba en la cama y, de pronto, me entró mucha sed. Me levanté para beber agua y pensé que después tendría que ir al cuarto de baño. Volví a la cama y al instante empecé a pensar lo mismo, así que lo repetí varias veces hasta que me senté en las escaleras y me puse a llorar. Mi madre vino a preguntarme lo que me ocurría y le dije que no sabía, que no podía parar de hacer lo mismo una y otra vez. Fue la primera vez que experimenté el estrés mental.
-Habla mucho de la familia. ¿Qué influencia le atribuye en su salud mental?
-Me gustaría explorar un poco más sobre mi tía abuela. Ha sido borrada de la familia de mi madre porque sufría una enfermedad mental grave en una época y en un lugar, Taiwán, donde el estigma era enorme. Bueno, sigue siéndolo en la cultura china. A mi madre le dio pánico cuando me fui a estudiar a Yale por si acababa igual que ella, algo que, en realidad, acabó ocurriendo. Recuerdo que me escribió una carta muy larga contándomelo todo. Mi tía abuela fue la primera en ir a la Universidad y allí le dio su primera gran crisis. Nunca se recuperó y fue relegada al desván de la casa familiar donde mi madre creció. La acabaron obligando a casarse con un tipo al que pagaron, pensaron que igual si tenía un hijo...
-Qué manía tienen algunos con que la maternidad lo cura todo, ¿no?
-Sí, exacto. Fue muy triste porque, efectivamente, tuvo un hijo al que, obviamente, no pudo cuidar. Acabó muriendo en un hospital psiquiátrico y el niño fue dado en adopción. Una vez que mi madre entendió mi enfermedad, se convirtió en la defensora de la salud mental en la familia.
-En el libro describe con mucho detalle cómo comienza un episodio de alucinaciones y cómo entra en esa realidad paralela. Cuenta, por ejemplo, que hubo temporadas en que pensó que estaba muerta o que sus familiares habían sido reemplazados por robots.
-Lo peor es no saber cuándo terminará, si me quedaré allí para siempre. Y nadie puede responder a esta pregunta. Es curioso, además, cómo los síntomas de este Trastorno de Estrés Postraumático complejo no difieren apenas de los que noto cuando estoy psicótica. La semana pasada, por ejemplo, estuve cinco días sin experimentar ninguna emoción. Estaba súper confusa pero, al mismo tiempo, no había nada que me hiciera daño.
-Se sentiría muy liberada.
-Totalmente. Cuando tengo episodios malos me pongo triste, o me enfado, así que no estuvo mal no sentir nada. Ni lo bueno ni lo malo. Mi marido y yo estuvimos en un concierto de un grupo que me encanta y era como si no fuera conmigo. Pensé que quizá era el principio de un nuevo estado para el resto de mi vida. Con la psicosis es igual. Lo peor es no saber cuándo termina.
-¿Es un mito que la inteligencia y la locura van muchas veces de la mano?
-No creo que sea cierto. Sin embargo, es interesante. Hace poco mantuve un encuentro con Joanne Greenberg, autora de “Nunca te prometí un jardín de rosas”, un libro de 1954 sobre una joven con esquizofrenia que al final se supo que era autobiográfico. Estuvimos charlando y me dijo que una de las cosas que más le cabreaba era esa idea extendida de que la psicosis te hace más creativa. Cuando tienes un brote no puedes funcionar a ningún nivel, ni siquiera al más básico. Ni ducharte, ni lavarte los dientes, ni mantener una conversación. Como para escribir algo brillante...
-Es como si te dijeran que la tortura te vuelve más creativa.
-Justo. Quizá cuando termina el tormento, con el paso del tiempo eres capaz de escribir algo bueno sobre la tortura y compartir tu experiencia.
-¿Se siente frustrada con la Psiquiatría?
-En mi opinión, es como si se fuera construyendo sobre la marcha. Un diagnóstico según el DSM es, simplemente, una constelación de síntomas que se dan a la vez en gente diferente y reciben un nombre. Hasta que es incluido en ese manual tarda un tiempo y tiene que cumplir una serie de requisitos. Por ejemplo, el trastorno de estrés postraumático complejo aún no lo está, y eso no significa que no haya muchísima gente que lo esté sufriendo por todo el mundo. Digamos que la Psiquiatría es producto de la invención humana y opera con las consiguientes limitaciones.
-¿Dónde encuentra usted más respuestas sobre lo que le ocurre?
-En realidad es una gran pregunta para cualquiera que tenga una enfermedad severa. Esa fue una de las razones por las que escribí este libro, para plantear multitud de preguntas que me hago a mí misma y encontrar alguna contestación. Y, si de paso ayudo a alguien, mejor que mejor.
-¿En qué confía? ¿Qué es lo que más le ha funcionado?
-Lo pruebo absolutamente todo. Cuando estás desesperado no le haces ascos a nada. A veces son tantas cosas que no sé al final qué es lo que ha puesto punto final a la psicosis. ¿Será el Haloperidol? ¿La nueva terapia? ¿Que estoy escribiendo más? Quizá todo ayuda a su manera, no tengo una única respuesta.
-Dice que se suele comparar a la depresión con la diabetes y a la esquizofrenia con el Alzheimer, como para dejar claro que de la última no se regresa.
-Sí, y no debería ser así. Este mes, por ejemplo, es el de la Salud Mental en EE UU, y toda la discusión pública gira en torno a la valentía de esta o aquella estrella de cine que se ha atrevido a hablar de que padece ansiedad o depresión. No digo que no sean condiciones serias, pero lo que nunca veo en los medios es una celebridad que salga y diga que tiene esquizofrenia. Eso seguramente terminaría con su carrera al instante.
-En España un conocido presentador acaba de hacer público su brote psicótico, algo inédito hasta la fecha.
-Eso es increíble. Y mucho más efectivo que cualquier testimonio de alguien que no sea conocido, tristemente.
-Habla mucho de la película “Una mente maravillosa”. ¿El cine ha sabido retratar esa realidad extraña?
-En general, no. Te diré que he visto una relativamente nueva en Netflix, “The horse girl”, que se aproxima bastante a lo que es la psicosis. Refleja bien la tristeza y la caída en esa situación espantosa.
-Da la impresión por sus textos de que cada esquizofrenia es única. ¿Existe una comunidad de pacientes en la que encontrar consuelo?
-Creo que en cualquiera de estos diagnósticos graves puedes encontrar alguna similitud, aunque la experiencia es única. Igual que ocurre con otras muchas identidades. Seremos capaces de hablar de algunas cosas comunes, pero los humanos son enteramente diferentes.
-¿Cree que la pandemia ha derribado algún estigma sobre salud mental o es solo una ilusión?
-Lo cierto es que no. Quizá la gente con enfermedades crónicas, que pasan la mayor parte de su tiempo en casa, sí ha podido sentirse más comprendida cuando el confinamiento se ha hecho universal. En mi caso, me sentí muy bien al principio porque mi organismo y mi cerebro está acostumbrado a hacer frente a situaciones extremas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar