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Investigación

Un nuevo estudio despeja dudas sobre la relación entre el Ozempic y los pensamientos suicidas entre adolescentes

Un trabajo publicado en "JAMA" detecta una menor incidencia de las ideas suicidas entre los adolescentes con obesidad que toman algún tipo de agonista del receptor de GLP-1 que entre los jóvenes tratados sin ellos

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La constante búsqueda de tratamientos eficaces para abordar la obesidad, ha llevado a la creciente utilización de medicamentos basados en agonistas del receptor del péptido similar al glucagón-1 (GLP-1) diseñados para la diabetes tipo 2. Se trata de Ozempic, Saxenda y Wegovy, considerados por muchos como la "tabla de salvación" frente a esta patología que se ha triplicado a nivel mundial desde 1975.

Y pese a que la FDA y la Agencia Europea del Medicamento han descartado la relación entre los medicamentos GLP-1 y la ideación suicida, lo cierto es que recientes investigaciones han suscitado preocupaciones sobre posibles riesgos psicológicos asociados con estos fármacos.

Así, hace un mes un estudio publicado en 'Jama Network' alertaba de un aumento de ideas suicidas en personas que toman semaglutida (Ozempic), pero no en los consumidores de liraglutida (Saxenda).

Pues bien, ahora un nuevo estudio publicado también también en "JAMA" analiza ese riesgo entre los adolescentes obesos a los que se les recetó un agonista del receptor del péptido similar al glucagón-1 (GLP1-R) y concluye que estos tuvieron una menor incidencia de ideación o intentos de suicidio en comparación con pacientes a los que no se les recetó GLP1R y que fueron tratados con una intervención en el estilo de vida.

Estos resultados sugieren un perfil de seguridad psiquiátrica favorable del GLP1R en adolescentes, algo clave cuando la obesidad infantil afecta en la actualidad a más de 124 millones de niños y adolescentes en todo el mundo.

En concreto, el análisis, un estudio de cohorte retrospectivo, se llevó a cabo entre diciembre de 2019 y junio de 2024. En el se incluyó inicialmente a 77.854 pacientes.

Tras la exclusión por falta de seguimiento o por hacer uso de los agonistas de GLP-1R antes de haber sido diagnosticados de obesidad, la muestra de participantes se redujo a 54.164 adolescentes obesos de entre 12 y 18 años en su mayoría de EE UU.

De ellos, 4.052 adolescentes a los que se les había prescrito GLP1 y a 50.112 a los que se les había recomendado toda una intervención en su estilo de vida, pero sin este fármaco.

Las cohortes se equilibraron en cuanto a las características demográficas iniciales, los medicamentos psiquiátricos y las comorbilidades, y los diagnósticos asociados con el nivel socioeconómico y el acceso a la atención médica.

Durante los 12 meses de seguimiento, la prescripción de GLP1R se asoció con una reducción del 33% en el riesgo de ideación o intentos suicidas (1,45% frente a 2,26%).

Además, los investigadores comprobaron que estos participantes tenían una tasa más alta de síntomas gastrointestinales (6,9% frente a 5,4%), pero con menos eventos de pancreatitis aguda (0,29% frente a 0,67%).

Además, no hubo diferencias en las tasas de diagnósticos de infecciones del tracto respiratorio superior (10,33% frente a 10,88%).

Los autores del estudio destacan a su vez que no se observó ninguna señal de un aumento en la ideación o los intentos suicidas asociados con la prescripción de GLP-1R en todos los subgrupos estratificados por sexo y raza, tipo de GLP-1R ni estado de diabetes, así como tampoco vieron ningún aumento durante los diferentes tiempos analizados durante el seguimiento no ya al año, sino a los tres años.

Los investigadores sostienen que las posibles tendencias previas al tratamiento en ideación o intentos suicidas no influyeron en los resultados primarios. Este análisis no reveló diferencias significativas en la incidencia de ideación o intentos suicidas entre las cohortes (1,52% frente a 1,64%), lo que proporciona una validación adicional de que las diferencias observadas se debieron más probablemente al inicio de GLP-1R que a condiciones preexistentes.

La prevalencia de la obesidad entre los niños de cinco a 19 años se ha multiplicado por ocho en las últimas cuatro décadas. El análisis epidemiológico predictivo realizado en 2017 sugirió que si estas trayectorias persisten, más del 50% de la población pediátrica tendrá obesidad cuando tenga 35 años.

Desde entonces, se han observado importantes aumentos en el Índice de Masa Corporal (IMC) durante la pandemia de la covid, que afecta principalmente a adolescentes diagnosticados con sobrepeso u obesidad antes de la pandemia, lo que subraya la susceptibilidad de esta población a las influencias ambientales.

En Europa la situación se repite, pero no así en España. Así, recientemente un estudio publicado en 2023 «Child and Adolescent Obesity» y en el que participaron más de 745.000 adolescentes de 41 países de Europa y Norteamérica, alertaba del aumento de adolescentes con sobrepeso que, además, no lo perciben.

En cambio, también recogía que la obesidad de los adolescentes en España, Dinamarca, Inglaterra y Gales bajaba.

No es el único estudio en apuntar este descenso. Así, hace unos meses los datos preliminares del informe «Pasos 2022», que elabora la Fundación Gasol, concluía que descendía ligeramente la obesidad y el sobrepeso en los menores españoles. No obstante, la prevalencia de exceso de peso infantil seguía siendo muy alta: el 33,4%.

En cualquier caso, la obesidad durante la infancia y la adolescencia ha sido asociado con resultados adversos inmediatos y a largo plazo incluyendo complicaciones cardiometabólicas, diabetes tipo 2, enfermedad hepática asociada a disfunción metabólica y mortalidad prematura.

La etiología de la obesidad infantil es algo complejo y multifactorial. La predisposición genética a la adiposidad, un entorno que favorece el aumento de peso y la obesidad y el sedentarismo contribuyen sinérgicamente al desarrollo de obesidad infantil.

Estudios recientes muestran que las variantes en los genes activos en el circuito neuronal del hipotálamo que regula el apetito podrían ser la causa de la sensación de hambre y por ende provocar el desarrollo de obesidad en la niñez y la adolescencia. Estos hallazgos respaldan la idea que la obesidad infantil no es el resultado de la falta de fuerza de voluntad. Una idea que también se asocia con la obesidad en adultos.