Medicación
¿Por qué nos deprimimos? Johann Hari tiene la respuesta
El periodista Johann Hari indaga en las causas de la depresión, una enfermedad que afecta en este momento a más de 350 millones de personas en todo el mundo
Johann Hari sabe de lo que habla. Con apenas 18 años, este periodista británico se tragó su primer antidepresivo, lo que él define como “un beso químico”. Se lo había recetado un médico que le explicó, como si esto fuera tan fácil, que lo único que le pasaba era que su cerebro estaba descompensado. Trece años después, Hari estaba tomando la dosis más alta permitida. Lo peor es que no había logrado sacudirse el malestar, el miedo, la tristeza, la vergüenza. No lo ha tenido fácil: de pequeño sufrió abusos sexuales y, después, él mismo se complicó la vida con un turbio asunto de plagio y descrédito de sus competidores cuando ya era un periodista de éxito en Reino Unido. Pidió perdón, reconoció su culpa y desapareció de escena en 2012 para volver tres años después como autor de éxito. Su primer libro sobre el mundo de las drogas, “Tras el grito”, tuvo una acogida espectacular y el vídeo TED en el que describe la trastienda de la adicción ha tenido casi catorce millones de visitas. En “Conexiones perdidas” (Capitán Swing), este reportero de 41 años nos cuenta ahora sus conclusiones sobre otro mundo de sombras. Después de recorrer más de 60.000 kilómetros en busca de las verdaderas causas de la depresión y de la ansiedad, Hari plantea soluciones interesantes. La medicación no sale bien parada, aunque él está a favor de cualquier cosa que funcione. Lo más importante, según él, es que “cada depresión tiene sentido”, el acertado título de la versión francesa del libro.
-¿Cuál ha sido su hallazgo más revelador?
-Que además de las necesidades físicas, como el agua o la comida, el ser humano tiene otras que son de tipo psicológico. Nos hace falta el sentido de pertenencia, que nuestra vida tenga un propósito, que la gente que nos rodea nos valore. También necesitamos seguridad sobre el futuro. Y esta cultura que hemos construido, tan buena en muchas cosas, cada día es menos capaz de cubrir estas necesidades profundas. No es el único motivo, pero tiene mucha culpa de que nuestra salud mental empeore cada año. Por eso tenemos que reflexionar sobre la depresión de una manera radicalmente diferente.
-¿Cuál debe ser esa nueva perspectiva?
-Está claro que también existen aspectos de tipo biológico en la depresión, pero si le dices a la gente que el origen de su dolor es exclusivamente químico es como si le dijeras que no tiene ningún sentido. Y si algo he aprendido es que sí lo tiene. Si te encuentras mal, no estás loco ni eres débil. Tampoco eres una máquina con un mecanismo roto. Eres un ser humano con necesidades insatisfechas.
-Usted habla de reconectar, ¿de qué forma lo ha hecho usted y cómo le ha ayudado en su propia batalla contra la depresión?
-Me di cuenta de que había malinterpretado por completo mi malestar. Fue un proceso costoso cambiar mi propio relato después de tantos años porque cuando te has contado una historia sobre tu dolor, aunque no funcione, al menos sabes a qué atenerte. Para mí fue difícil y aterrador.
-¿Para usted cuál fue el punto de inflexión?
-Hubo un momento clave, la entrevista al doctor Derek Summerfield. Me contó algo que le pasó a él en Camboya, donde los médicos locales no habían oído hablar nunca de antidepresivos. Le dijeron que ellos tenían sus propios remedios y él pensó que serían plantas o algo parecido. En cambio, le contaron una historia que había pasado con un vecino que había perdido una pierna por una mina. Empezó a sentirse triste porque no podía trabajar en los arrozales con la prótesis y se sentaron con él, lo escucharon, lo comprendieron, vieron cuál era la causa de que se sintiera tan mal. Así que a uno de ellos se le ocurrió que podían comprarle una vaca y que se hiciera granjero. En un mes su depresión había desaparecido. Esta línea de actuación que los doctores camboyanos habían seguido de forma intuitiva es lo que la OMS nos lleva diciendo años. Tenemos que dejar de pensar tanto en el desequilibrio químico y más en la forma desequilibrada en la que vivimos.
-¿Cuál sería nuestra vaca en Occidente?
-Eso es lo que hay que hacer. Tenemos que buscar nuestra propia vaca.
-¿Cree que la industria farmacéutica nos ha tomado el pelo con los antidepresivos?
-No se trata de eso. Mis encuentros con científicos relevantes me han dejado la conclusión de que la medicación proporciona alivio a algunas personas, lo cual es bastante, pero no soluciona el problema. En la Facultad de Medicina de Harvard, por ejemplo, me explicaron cómo se mide la depresión a través de la escala de Hamilton. Del uno, en el que serías un suicida, al 51, en el que estarías dando saltos de alegría. Para que te hagas una idea, si mejoras tus patrones de sueño ganas seis puntos. De media, los antidepresivos te mueven un 1.8 en esa misma escala, un tercio de los efectos de dormir mejor o peor.
-¿Qué evidencias científicas ha manejado para el libro?
-El estudio más completo sobre los efectos a largo plazo fue el STAR*D. Reveló que la mayoría de las personas que toma antidepresivos tendrá alguna recaída. Mi objeción no es a la droga sino a la historia que te cuentan algunos médicos sobre lo que te sucede. Pensar que solo se trata de que tienes la serotonina baja te impide un entendimiento más profundo de lo que te ocurre.
-¿Y entonces qué causa la depresión?
-La ciencia nos dice que existen nueve causas diferentes y solo dos tienen una base biológica. La mayoría de disparadores tiene que ver con la forma en la que vivimos. Una vez que entiendes eso, se abre un abanico enorme de soluciones.
-Usted dice que somos los primeros seres humanos en deshacernos de la tribu para tratar de vivir en soledad.
-Una de las causas es el increíble incremento de los niveles de soledad en nuestras sociedades. Somos los más solitarios de la Humanidad. España, por ejemplo, no está a mucha distancia de EE UU. Allí hubo un estudio hace unos años en el que se preguntaba a cuántas personas podías recurrir si te ocurría algo grave y la respuesta media fue cinco. Cuando lo han repetido hoy, la respuesta más extendida es nadie. El 25% de los millennials asegura que no tiene ningún amigo íntimo.
-¿Y por qué insistimos si nos perjudica tanto?
-He pasado mucho tiempo hablando de esto con uno de los mayores expertos, John Cacioppo, de la Universidad de Chicago. Uno de los motivos de la supervivencia de nuestra especie es que éramos los mejores a la hora de cooperar entre nosotros. No éramos ni más grandes ni más rápidos que los animales que nos acechaban. Igual que las abejas evolucionaron para vivir en una colmena, nosotros lo hicimos en una tribu y somos los primeros que hemos tratado de disolverla. Si te separaban de la tribu te sentías triste y ansioso porque tu vida peligraba. Ese sentimiento de dolor cuando nos sentimos solos tiene una razón de ser, que volvamos a la tribu.
-Parece como si la ansiedad y la depresión fueran algo nuevo, cuando en realidad han estado ahí siempre.
-Sí, es cierto. No tiene sentido que idealicemos el pasado, había cosas terribles y muchas de ellas causaban depresión. Es verdad que el estigma es hoy mucho menor y ahora la gente se atreve a hablar de ello, lo que es genial. Mi abuela se pasó la vida deprimida y nunca dijo esa palabra. Sin embargo, hay causas que sí son propias de nuestro tiempo.
-¿Como cuáles?
-La inseguridad financiera. Piense, por ejemplo, que en EE UU la mitad de la población tiene menos de 500 dólares de ahorro. La desigualdad ha alcanzado hoy en día niveles de epidemia.
-Usted dice que el materialismo es el Kentucky Fried Chicken del alma. ¿Qué quiere decir?
-Igual que la comida basura nos pone enfermos, estos valores basura de perseguir el estatus y el dinero nos contaminan el alma. Hemos sido entrenados para buscar la felicidad en todos los lugares equivocados y eso nos ha hecho sentir fatal.
-¿El trabajo deprime mucho?
-Ser humillado o carecer totalmente de control sobre lo que haces, sí. Hay un gran estudio sobre cómo se sienten los trabajadores en EE UU y Reino Unido muy revelador: al 13% le gusta lo que hace, al 63% ni le gusta ni lo aborrece, simplemente hace lo que puede para ganarse la vida, y el 24% lo odia o lo teme. Así que a la mayoría de la gente, al 87%, no le agrada a lo que se dedica.
-Dice que frases como que “el único que puede ayudarte eres tú mismo” nos han acabado de rematar.
-Hemos interiorizado tanto ese individualismo que nos parece que es la única manera y que incluso nos ayuda. Si decides invertir dos horas al día en ser más feliz, ¿serviría de algo? Para averiguarlo, hicieron un estudio en cuatro países: EE UU, Rusia, Taiwán y Japón. Descubrieron que si tratas de ser más feliz en EE UU, no lo consigues. En cambio, en los otros tres países, sí. ¿Por qué? Porque si lo intentas en EE UU, en general harás algo en tu propio beneficio, como intentar que te suban el sueldo, irte de compras, alardear en Instagram... En cambio, en los otros países la gente hacía algo por otras personas. Para mí esto fue totalmente transformador. Me di cuenta de que estamos totalmente equivocados, que la historia que nos hemos contado sobre la felicidad simplemente no funciona. Una especie de seres individualistas se habría extinguido en las sabanas de África, no habría sobrevivido.
-¿Cómo lo ha incorporado a su vida?
-Es el mayor cambio que he hecho después de escribir el libro. Muchas veces, cuando noto que llegan sentimientos dolorosos, lo que hago es salir a hacer algo por alguien. Dejar el teléfono en casa y escuchar a alguien, por ejemplo. En una sociedad en la que nadie escucha a nadie esto puede ser un gran regalo. Y es algo mucho más poderoso que hacer algo por mí mismo, se lo aseguro.
-Dejar de ser tanto uno mismo para ser más nosotros.
-Exacto. Estamos todo el rato siendo bombardeados por mensajes que nos dicen que tratemos de ser nosotros, porque tú lo vales, como dice el anuncio del famoso champú. Lo hemos oído tanto que lo hemos integrado en nuestro sentido común, pero nos aleja del camino de la felicidad.
-¿Cómo fue el tiempo que pasó con los amish?
-Fue todo un desafío para mí, que soy gay y ateo. Los amish tienen niveles muy bajos de depresión y quería saber por qué, así que pasé un tiempo con ellos en Indiana. Como rechazan la tecnología y el individualismo, viven en comunidades muy fuertes, con grandes valores. Obviamente no estoy de acuerdo en cómo tratan a las mujeres, pero tengo que admitir que conservan cosas que nosotros hemos perdido.
-Habla poco sobre relaciones románticas en el libro, que son una fuente de placer o de dolor según cómo vaya la cosa.
-Si vives en una sociedad sana, en la que la tribu te respalda, puedes satisfacer tus necesidades afectivas de varias personas, y así no pones tanta presión en tus relaciones amorosas. Pero es que tal y como vivimos ahora, de esta forma tan solitaria, muchas veces son todo lo que tenemos. Y eso las hace mucho más vulnerables. Si vives en comunidad, hasta los niños pueden nutrirse de muchos adultos que no tienen que ser tus padres. Si confinas a la gente exclusivamente a la familia nuclear es un desastre, es como una prisión.
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