Religión

Lo imprevisible

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Lo imprevisible
El Greco, "Cristo sanando al ciego" (1570), Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.José Javier Míguez Rego

Meditación para el domingo XXXIII del tiempo ordinario 

El domingo pasado meditábamos sobre la necesidad de dar TODO a Dios. Hoy Jesús nos habla sobre el destino de ese todo que Él nos ha dado. Sí, tanto lo que conocemos como lo que nos supera. Todo lo que consideramos fijo, medible, previsible, como la órbita del sol y los astros. Por eso nos habla hoy con un lenguaje apocalíptico, que no quiere decir catastrófico, sino lleno de imágenes cósmicas que revelan que las últimas realidades están bajo la soberanía de Dios. Leamos con atención:

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.» (Marcos 13,24-32)

Nuestra continua conversión nos abre también hacia esta dimensión universal, es decir, católica, de nuestra fe. Dios está en nosotros y entre nosotros, pero siempre va más allá de nosotros. No lo podemos encerrar en nuestros cálculos ni pretender que ya lo conocemos del todo. Su infinita libertad nos pone siempre en camino, en un éxodo en que lo dejamos todo para alcanzar el Todo.

Cristo nos muestra que tenemos necesidad de lo imprevisible, de mirar más arriba y más allá de nosotros mismos. Vivir de otro modo es encerrarnos en un mundo demasiado chato. En el universo todo está en movimiento. La vida es un continuo devenir y crecimiento hacia lo desconocido, porque Dios siempre puede sorprendernos con un golpe de timón, un nuevo derrotero en nuestro camino. Seguir a Jesús no es ir tras el guía de un plan turístico donde todo está acordado desde antes. Es seguir al autor y renovador de la vida, de la libertad y la creatividad. Eso ha de alimentar nuestra esperanza y hacernos confiar, apasionarnos, seguir avanzando hacia él. Por eso, medita hoy en la continua creatividad de Dios y disponte a seguirle con una mayor confianza.

Lo imprevisible no vendrá solo al final de los tiempos, sino que Dios gusta de manifestarse así en la historia particular de cada hijo suyo. Cada persona que encontramos, cada situación que nos toca asumir, son la posibilidad de abrirnos a la novedad de la vida, descubrir nuevas dimensiones de nuestro ser. Con la imagen de la maduración de la higuera, Cristo nos habla de esta atención y esperanza con la que debemos contemplar los signos de la vida. Todo nos habla de renovación, nuevos impulsos de existir y trascender. Vayamos más allá de nuestras reticencias, desconfianzas y desánimos. No detengamos el fluir de la vida, más bien abrámonos a su continua novedad. Así encontraremos a Dios, y en Él, la plenitud de nosotros mismos.

Pero la dinámica cristiana no es un avanzar ciego hacia el futuro, olvidándonos de lo que nos precede. Nuestra esperanza mira hacia un mañana desde el ahora, que ha tenido su origen en un antes lleno de significados. Por eso todo progreso en la fe apunta hacia esa consumación de todas las cosas en Cristo, tal como hoy anuncia este evangelio y que celebraremos con solemnidad el próximo domingo, fiesta de Cristo Rey del Universo. Él está tanto en la culminación de todo, como igualmente en su origen. Es el alfa y la omega el principio y el fin, que todo lo envuelve en un sentido de amor y verdad. Por eso, al meditar sobre nuestra vivencia de la fe debemos, sí, mirar siempre hacia adelante con seguridad y confianza, pero a la vez mantener la gratitud y aprender de lo que nos ha precedido, tanto de lo vivido personalmente como también de lo que hemos recibido de nuestros antecesores en la fe. Las formas y estilos de seguir al Salvador pueden cambiar, pero lo esencial ha de permanecer, pues él es el mismo ayer hoy y siempre (Hebreos 13, 8). Es el mismo que hoy te dice: “Yo soy el que soy”. Y tú, ¿de dónde vienes y a dónde vas?