V de Viernes
Vuelta al fracking
El impulso de Trump a la industria de fracturación hidráulica reabre el debate sobre la explotación de petróleo con métodos agresivos
Le dijo Seneca en carta a Lucilio que «todo lo que nos había de servir de bien, Dios lo puso a nuestra mano. En cambio, las cosas que nos habían de perjudicar, las colocó a mucha profundidad. No podemos quejarnos de nada sino de nosotros mismos, pues hemos sacado afuera aquellas cosas que causarán nuestra perdición en contra de la naturaleza, que las escondía». Interesante expresión que vale para el actual momento, en el que un Donald Trump victorioso anuncia la vuelta al fracking para seguir sacando petróleo de la tierra y mantener viva la industria de los vehículos de motor de combustión, frenando la creciente penetración de los coches eléctricos chinos. Trump ha dicho que la solución es «perforar, perforar y perforar». Es obvio que las políticas de Biden, tendentes a enterrar de golpe a los derivados del petróleo, tuvieron consecuencias nefastas para el empleo en EE UU. Pero pasar de un extremo al otro tampoco parece que sea la solución.
Cuando hablamos del fracking nos referimos a un tipo de extracción de crudo de entre rocas situadas a gran profundidad. Llamado a ser la revolución energética del XXI, la realidad es que no lo será, por mucho que Trump la apoye. Se ha dicho, con razón, que el fracking produce energía sucia. Los aditivos químicos que se inyectan contaminan el subsuelo y llenan las aguas subterráneas de porquería, cualquiera sabe con qué efectos sobre la salud de las personas. Las explosiones parece que provocan micro-seísmos.
Para entender el procedimiento, hay que saber que el petróleo está almacenado en formaciones de rocas, con poros o grietas de todo tipo, y que soportan el peso de millones de toneladas de tierra. Cuando se taladra, se produce una erupción similar al efecto del descorche de una gaseosa. Pero para que salga hay que poner un camino expedito, una tubería que lo permita. El fracking, o fracturamiento hidráulico, rompe las rocas gracias al agua a presión que inyecta. Para llegar dónde está el crudo hay que perforar más de dos km hacia abajo y otros tres kilómetros en horizontal, lo que obliga a incorporar tuberías demasiado largas, con fricciones severas, de modo que el agua que se inserta pierde potencia. Con objeto de mejorar el resultado, se mezcla ese agua con químicos que lubrifican la tubería, para combatir la fricción, y así tener más eficacia. Buena parte del líquido vuelve a la superficie sucia. Las rocas tienen metales pesados y compuestos radioactivos. La contaminación es tal que no es posible convertir ese agua en limpia. Y si en el subsuelo existen reservas de agua potable, y el agua sucia contaminada del fracking se mezcla con ellas, estamos ante un problema ecológico de gran magnitud. La industria petrolera reviste de cemento las tuberías para evitar que el agua polucionada se filtre y mezcle. Pero no está claro que tales medidas sean suficientes.
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