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El bisturí
Los tres tipos de dirigentes que pululan en el PSOE sanchista
En el sucedáneo de partido en que se ha convertido el PSOE rige la espiral del silencio con todas las voces que son díscolas como paso previo a su expurgación
En este peculiar sucedáneo de PSOE que con tanto ahínco ha fabricado Pedro Sánchez existen tres tipos de dirigentes. Los primeros, que conforman la mayoría, son aduladores profesionales del líder que les mantiene en el aparato, burócratas que siguen ciegamente las instrucciones del partido. Los signos que les delatan son fáciles de detectar. Suelen tener las palmas enrojecidas de tanto aplaudir en los congresos provinciales, autonómicos o nacionales, responden siempre a las directrices de sus superiores con un «sí bwana» y repiten como papagayos el contenido de los argumentarios que se les entregan. Cuando la prensa canalla les pregunta por situaciones comprometidas, sobre todo en materia de corrupción, todos coinciden en las respuestas, sin diferir en una coma. Además, hay otro rasgo físico que les identifica: su torso no suele estar recto, sino inclinado ligeramente hacia delante, lo que revela su pericia a la hora de practicar la genuflexión ante los deseos de los que mandan sobre ellos. A todos les parece bien que partido y Gobierno sean uno y que este último utilice todos los medios a su alcance para eliminar al que se obstine en entorpecer el paso. Son los que aplauden el uso de la Fiscalía para atacar a rivales políticos y los que arremeten contra los jueces que no entienden que no existe más justicia que la que dicta el partido. Si escuchan sus voces detenidamente, verán que los términos «bulo» y «fango» forman parte habitual de su vocabulario.
Hay también un segundo grupo de dirigentes que aparentan ser lo que no son y que de vez en cuando lanzan al aire críticas para hacer creer a los votantes crédulos que en el partido cabe la disensión interna y la crítica, fruto de un pluralismo democrático inexistente en otras formaciones. Son los que cuestionan los pactos con Puigdemont y con Bildu, las cesiones a los nacionalistas y los despropósitos que comete la izquierda radical, pero que luego reducen el tono de su voz y tragan ante tales cesiones, aplicando el principio de «aquí paz y después gloria». Se trata de dirigentes que, generalmente, pescan en el río revuelto electoral de la derecha con sus proclamas grandilocuentes en defensa de la unidad de España y de la vida, y contra los privilegios fiscales a alguna autonomía. Son una nota de color en un partido monocorde que va perdiendo sus ricas tonalidades cuando la estrategia política, que no es otra que la que marca el líder, así lo exige. Mucho ruido y pocas nueces. Puro fuego de artificio, vaya.
Y hay un tercer grupo díscolo, cada vez más reducido, al que conviene depurar por el bien de la colectividad, porque ya se sabe que en el socialismo los individuos han de subyugarse ante el todo que conforma el partido, que es el que vela por el bienestar de sus componentes. Cualquier alejamiento de los objetivos electorales es la excusa perfecta para su depuración, aunque dicho alejamiento sea producto de la desafección que causa el líder entre la gente de la calle. Entran aquí Juan Lobato en Madrid, como antes lo fue Tomás Gómez. También Juan Espadas en Andalucía, como antes lo fue Susana Díaz. Y Javier Lambán en Aragón o Luis Tudanca en Castilla y León.
En el sucedáneo de partido en que se ha convertido el PSOE rige la espiral del silencio con todas las voces que son díscolas como paso previo a su expurgación.
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