Tribuna
Subidos a un cómic de justicieros desangelados
Quizás, tras tanta estridencia de estos justicieros con marquesina luminosa, estemos viendo el tenue asomo de una luz, esa pequeña esperanza que, como escribió Serrat, nos recuerda que todavía podemos subirnos a un tren que avance hacia tiempos menos confusos
¿Lo ha notado? Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en espectadores de una especie de cómic global donde desfilan justicieros contemporáneos, personajes de viñeta que prometen redimir nuestras causas perdidas y resolver, con su épica particular, las cruzadas que nos esquivan. Desde cada extremo, aparecen envueltos en dramatismo, con discursos altisonantes y soluciones definitivas. Pero, en medio del espectáculo, uno no puede evitar preguntarse si este fenómeno está en pleno auge o si, en realidad, ya empiezan a asomar las primeras grietas de sus brillantes fachadas. ¿Son redentores genuinos o ilusionistas desgastados? En tiempos de promesas absolutas y gestos grandilocuentes, quizás lo que necesitamos esté menos en la ficción y más en el difícil trabajo de enfrentar la realidad.
Abundan de derecha a izquierda, especialmente en los extremos. Los ángeles justicieros de la política, autoproclamados paladines salvadores, dicen serlo, pero también cargan con sus sombras. De Trump a Harris, de Lula a Bolsonaro, pasando por el «libertario» Milei o el férreo Bukele, cada uno encarna una versión moderna del redentor: traen promesas de justicia, de orden, de renovación moral, y al mismo tiempo comienzan a quedar atrapados por la inercia del sistema que juraron destruir. Ahí están, exaltados, moviendo fanáticos y militantes, convencidos de que su cruzada es la única redención posible.
De un lado, los humanistas demagogos que prometían hacer las cosas de otro modo... siempre que no se trate de uno de los suyos. Los Íñigo Errejón o Alberto Fernández de la vida, cuyas vejaciones están arrastrando la moralina progresista de estos autoproclamados guardianes de la decencia, desnudando la hipocresía detrás de tanto relato de izquierda. ¿Puede haber un espacio para Pedro Sánchez en este cómic tragicómico? Quizás, como un figurante agotado, intentando disimular las fechorías y corruptelas de su entorno con lo poco que le queda de encanto. Pero ya ni siquiera alcanza para ser un personaje de viñeta convincente: sus gestos pierden fuerza, sus discursos suenan huecos, y, en este reparto de desangelados, Sánchez apenas se sostiene en escena y con el lastre de Begoña. ¿Y Yolanda Díaz? No sé ría. Subirla ya es un desperdicio. Con su «conocimiento justo y necesario» sobre la trama del niño prodigio, confía en arreglárselas para seguir en el guion.
Del otro lado del Atlántico, la tragicomedia alcanzará este «supermartes» su clímax: en Estados Unidos, la elección parece diseñada para superar la ficción. Se espera un voto tan reñido como solo puede verse en un cómic, con personajes que hacen de la exageración su marca personal. Allí tenemos a Donald Trump, la desmesura hecha carne, sentenciado por abusos y convertido en símbolo de una democracia tambaleante; y, del otro lado, Kamala Harris, quien se esfuerza por encarnar el papel de fiscal en este juicio público, tratando de convencer al «jurado» electoral de que Trump es poco menos que una amenaza bíblica. Harris, a estas alturas, es más un recurso de última instancia, sin demasiada gracia ni habilidades para inspirar más allá de sus líneas cuidadosamente recordadas por el apuntador, ¿Obama?. Este «alegato final» es, en sí mismo, un guiño amargo: una elección que raya en lo absurdo y deja en el aire la pregunta de si no estamos, en realidad, votando por caricaturas en lugar de líderes.
Pero, amable lector, permítame hacer una pausa en esta tragedia y detenerme en un momento que quiero recuperar. En medio de esta sátira de desangelados, las palabras de la princesa Leonor, al citar a Serrat en su discurso de los Premios Princesa de Asturias de este 2024, resuenan con una pureza casi refrescante: «En torno a septiembre, antes de que llegue el frío, compran su billete para el tren de la esperanza». Este verso lo compuso Joan Manuel Serrat hace 60 años, en su canción Els veremadors (Los vendimiadores), un homenaje a quienes partían lejos en busca de sustento y sueños.
Frente a héroes de cartón, uno no puede evitar preguntarse si aún quedan pasajeros dispuestos a subirse a ese tren. Lo cito porque, como bien señala la princesa, es bueno pensar que aún puedan existir personas extraordinarias, aquellas que, con sus actos, desafían el escepticismo y contagian la emoción de la esperanza. Y retomando el hilo, si uno se siente resignado a ver cómo algunos personajes utilizan la democracia para destruirla, aún podemos aferrarnos a esa esperanza que, aunque pequeña, sigue intentando abrir otros caminos.
En Brasil, casi inadvertido entre las fanfarrias de los agitados, otras celebridades de las desmesura, ni Lula ni Bolsonaro logran protagonizar las elecciones en las alcaldías: la derecha tradicional y el centro-derecha avanzaron, y la polarización que marcaron las presidenciales de 2022 podría estar comenzando a diluirse. El péndulo de los extremos se acorta y, casi inevitablemente, la moderación empieza a recuperar su espacio, empujándolos hacia esa gran avenida del centro, donde la mesura asoma con una naturalidad que parecía perdida. Quizás, tras tanta estridencia de estos justicieros con marquesina luminosa, estemos viendo el tenue asomo de una luz, esa pequeña esperanza que, como escribió Serrat, nos recuerda que todavía podemos subirnos a un tren que avance hacia tiempos menos confusos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar