Quisicosas
San Joderse
Estamos acostumbrados a que la lavadora limpie la ropa, el coche nos desplace, los viajes nos procuren «experiencias» e internet responda a nuestras preguntas, así que empezamos a tener problemas para colocar en los estantes de nuestro supermercado personal lo que no nos «da nada»: un marido pesado, una discapacidad, un cáncer.
«Un enfermo come, orina, duerme, conversa. Nada más. Los que vienen a visitarlo no soportan la visión de una vida completamente desnuda. Por eso se retiran con prisa y vuelven cubrir sus vidas con sus asuntos». La frase es del poeta Jesús Montiel en su maravilloso «Sucederá la flor» (Pre-textos) donde profundiza en la enfermedad de uno de sus hijos pequeños. Buena parte del malestar de muchos en los hospitales tiene que ver con la incapacidad de ponerse en silencio frente a la enfermedad, compartiendo el estupor, sin decir «todo va a salir bien», «ánimo, eres fuerte» o «tengo un amigo que se curó de lo mismo».
El dolor abre en la vida un boquete que obliga a mirar al fondo del abismo. Recoge Montiel unas declaraciones de un escritor en un entrevista: «El dolor no te da nada. No hay purificación en el dolor, ni elevación». Estamos acostumbrados a que la lavadora limpie la ropa, el coche nos desplace, los viajes nos procuren «experiencias» e internet responda a nuestras preguntas, así que empezamos a tener problemas para colocar en los estantes de nuestro supermercado personal lo que no nos «da nada»: un marido pesado, una discapacidad, un cáncer. Los frutos de estas otras cosas se producen lentamente, como las cosechas o la amistad, y requieren, como éstas, una espera paciente, una mirada atenta y el concurso de la libertad. No tendrás amigos si no perseveras, no cosecharás si no cultivas. Y en ninguno de los dos casos está garantizado el resultado, porque no depende sólo de ti. Necesitas reciprocidad afectiva en lo primero y lluvias y sol en lo segundo. No funciona con botón ni pedales.
El sufrimiento te «da» perplejidad y preguntas, un orden de prioridades nuevo, fortaleza e inteligencia para distinguir a los amigos de los advenedizos. Hace un año casi se mata mi hijo y mi lista de beneficios es privada pero larga, bien concreta. Para él y para mí. Recuerdo por ejemplo esa Nochebuena solos, él en coma y yo rezando el rosario, que fue como un portal de Belén de paz e inexplicable certeza de Dios. Lo único que le pasa al escritor citado es que no distingue entre una lavadora y la esperanza. Es un mal corriente.
Tengo un amigo que lleva veinte años lo menos batallando con el cáncer. El cáncer quiere llevárselo y él no quiere marcharse, es un tira y afloja encarnizado. Envidio su fuerza, su paciencia, su tenacidad. A lo mejor lo explica una pía devoción a un santo para el que está empeñado en fundar una cofradía. Le he preguntado el nombre, para ayudar. «San Joderse», contesta. Olvidaba decir que también se le está refinando el humor.
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