Editorial

Sánchez festeja una España que no existe

La España real es la del paro, la precariedad, la carencia y la asfixia fiscal. Esa en la que uno de cada tres niños se encuentra en riesgo de pobreza. La misma en la que ha blanqueado su bochornoso papel en la dana

El presidente del Gobierno ha brindado su balance del año tras el último Consejo de ministros. Se ha adelantado un día al mensaje navideño del Rey en Nochebuena con lo que se ha llevado por delante otra tradición con no sabemos qué intenciones, pero que alguna relación guardará con la búsqueda de una ventana de oportunidad y un terreno más propicio a la distracción tras los festejos del Gordo de la Lotería en probablemente la coyuntura más desfavorable y crítica de su mandato. Pedro Sánchez ha cumplido con lo que se esperaba, es decir, no se ha salido un milímetro del discurso habitual. Nada que no le hayamos escuchado en múltiples ocasiones para eludir algo parecido a una rendición de cuentas sobre los escándalos que lo cercan y que le ha sido reclamada por la oposición y la opinión pública con tanto celo como nulo éxito. No hubo autocrítica y sí autobombo y la embestida contra el PP, culpable de la crispación, actuar con ánimo destructivo, el fango y los bulos. El presidente no ha comparecido para responder por su desempeño en este año especialmente adverso para él y para la nación, sino con el exclusivo propósito de glosar los éxitos, fueran o no tales, pues preservar y controlar el relato es clave y en ello se vuelca. Más de tres cuartas partes de su parlamento las ha dedicado a esos hitos, especialmente económicos y sociales, pero también a los políticos e institucionales especialmente la ilegal Ley de Amnistía que ha transformado a España «en una democracia plena al fin». Queda claro que sin el separatismo golpista y los legatarios de ETA no lo era. Lo próximo será un encuentro con Puigdemont, como ha enfatizado. Se rubricará la debilidad de su Presidencia y de una Legislatura en manos de un político en busca y captura por increíble que resulte. Sánchez ha eludido la corrupción, las investigaciones, las imputaciones, las pruebas, los testimonios incriminatorios y los engaños al descubierto de sus más estrechos colaboradores. También la operación de Estado desde Moncloa contra Díaz Ayuso, con dos secretarios de Estado de Comunicación ya fuera del Palacio y un fiscal general bajo la lupa de la UCO. Lo ha sepultado bajo la narrativa del lodo. El presidente ha buscado como parapeto su letanía samaritana sobre transporte, vivienda, pensiones, Ingreso Mínimo y los éxitos en crecimiento, empleo, deuda, déficit e inflación de una de «las economías más prometedoras de Occidente». Ha sido Sánchez en el país de las maravillas. Lo ha festejado a sabiendas. Como ha forzado el impuesto a las energéticas sin mayoría y sin futuro. Puro esperpento. La España real es la del paro, la precariedad, la carencia y la asfixia fiscal. Esa en la que uno de cada tres niños se encuentra en riesgo de pobreza. La misma en la que ha blanqueado su bochornoso papel en la dana, la desatención y el desinterés con las víctimas y las ayudas fantasma, en uno de los capítulos más tenebrosos de la democracia. Comprará tiempo a costa de sembrar deuda y de hipotecar a generaciones de españoles. Incluso gobernará sin Presupuestos. Pero la gran mentira no se sostendrá eternamente.