
A pesar del...
La virtud de gastar
Muchos españoles recuerdan que cuando nuestra economía se derrumbó en 2008 el gasto en consumo e inversión estaba en niveles récord, lo que no impidió el monumental castañazo
Si hay economistas que son incapaces de apreciar la virtud del ahorro, y que sobrevaloran la del gasto, no cabe extrañarse si la falacia se extiende más allá de su profesión.
Lo comprobé leyendo Las pequeñas virtudes, el delicioso libro de Natalia Ginzburg, que publica Acantilado. Rafa Latorre detectó que podría tener interés para mi sección sobre Literatura y Economía en La Brújula de Onda Cero.
En efecto, apenas comenzado el ensayo que da título al libro, la gran escritora italiana aconseja no enseñar a los niños virtudes pequeñas sino grandes: «No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al próximo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber». En resumen: «No deberíamos enseñar a ahorrar; deberíamos acostumbrar a gastar».
No está claro que el crecimiento dependa de la demanda, algo que sugiere el sentido común, pero que tanto el análisis como la evidencia empírica permiten poner en duda. Muchos españoles recuerdan que cuando nuestra economía se derrumbó en 2008 el gasto en consumo e inversión estaba en niveles récord, lo que no impidió el monumental castañazo.
Pero desde el punto de vista moral, el rechazo de Natalia Ginzburg al ahorro tampoco se tiene en pie. No es evidente que la indiferencia hacia el dinero o el desprecio por el peligro sean virtudes: pueden ser defectos. Del mismo modo que las antinomias que plantea no son obvias, como enfrentar el deseo de triunfar con el deseo de saber.
Parece que incurre en la milenaria aversión al dinero per se. Dice que es malo que los niños tengan huchas, porque «pondrán en el dinero unos pensamientos y una atención que está mal que pongan: preferirán el dinero a las cosas». Y recomienda no premiar el estudio de los pequeños con dinero, porque si lo hacemos «mezclamos el dinero, que es una cosa sin nobleza, con una cosa meritoria y digna, como es el estudio y el placer del conocimiento». Si damos dinero a nuestros hijos «deberíamos dárselo sin motivo», con «indiferencia», palabra que usa a menudo y que, como el resto de sus ideas sobre la economía y el dinero, choca con el comportamiento normal de la gente.
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