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A pesar del...

Rojos matices

El régimen de Maduro sigue evidenciándose, ahora ante algunos sectores de la izquierda que comienzan a reconocerlo.

Cada vez resulta más evidente que el régimen de Maduro está podrido. Para los amigos de la libertad, dicha evidencia no representa ninguna novedad. Leí por recomendación del distinguido periodista peruano, Aldo Mariátegui, nieto del célebre José Carlos, estas líneas publicadas por Carlos Meléndez en El Comercio de Lima: «Las perversas irregularidades con las que Nicolás Maduro se ha perpetuado en el poder –mediante elecciones nada limpias, libres ni justas, y con represión hacia la oposición y la ciudadanía en general– han despejado cualquier duda con respecto a si el régimen político en Venezuela es una dictadura con votaciones, pero sin elección, como en Nicaragua y Cuba». En efecto, así es. Lo nuevo es que algunos en la izquierda parece que ahora se han dado cuenta de que el chavismo es una dictadura. Bendito sea Dios y bienvenidos al club.

Los rojos matices tienen dos aspectos interesantes relacionados con el tiempo. Primero, son antiguos. Y, segundo, tardan mucho en salir a la luz.

Desde sus mismos orígenes, el socialismo ha registrado subdivisiones, denuncias y enfrentamientos. Algunos con singular fortuna. Por ejemplo, Marx, con su característica e intolerante arrogancia, calificó a todas las variantes socialistas no comunistas que había en su tiempo como «socialismo utópico». Y así se sigue llamando hoy a figuras como Fourier, Owen, Saint–Simon y otros.

Las rupturas comenzaron temprano en el seno de la Internacional, desde los tiempos de Marx y Engels contra Bakunin y los anarquistas. Tuvieron larga vida, siendo la más destacada en el siglo XX la que separó a comunistas de socialdemócratas, y que fue bastante agria, hasta la caída del Muro de Berlín.

Hablando del Muro, abordemos el segundo aspecto de los rojos matices. Lo más notable de la historia criminal del comunismo es lo mucho que tardaron sus partidarios en reconocerla. Grandes estrellas del pensamiento, el arte y la cultura siguieron defendiendo el socialismo revolucionario cuando los testimonios de su carácter genocida eran incuestionables. Y Felipe González, personaje relevante del socialismo democrático, solo abandonó el marxismo en 1979.

Pues bien, algo parecido sucede ahora con Venezuela. Celebramos que Boric, Lula o incluso los kirchneristas, como otros izquierdistas en todo el mundo, maticen ahora sus persistentes elogios, y perciban que algo huele definitivamente mal en el Gobierno de Venezuela. Pero sus pituitarias se tomaron su tiempo en detectarlo.