México
¡Qué poca madre!
Me pregunto qué ganarán los pueblos originarios con este guirigay ¿les permitirá mejorar su calidad de vida actual?
En Ciudad de México eliminaron con máximo dramatismo el monumento dedicado a Colón en el Paseo de la Reforma, consumando la escenificación espectacular del rechazo a la figura del descubridor, en el marco de un movimiento mundial muy cursi (como todos los movimientos mundiales) en el que se vandalizan los elementos que recuerdan la llegada de Europa al continente americano.
Bien. El presidente López Obrador AKA AMLO estimulaba esta clase de actos pero también un absurdo de proporciones trasatlánticas como que los mandatarios europeos pidieran excusas a los tataranietos de los autóctonos ultrajados como si los habitantes del planeta tierra hubiéramos sido germinados en nuestros países de origen, o dicho de otro modo, desconociendo lo innegable: que todos somos mestizos.
Esto no significa que la vileza humana no haya existido siempre y acompañado al hombre (y a la mujer…), a la conquista y a la colonia; la misma vileza que acompañó a Roma en su expansión, a todos los pueblos en la historia y que continuará acompañando a cualquier criatura viviente, a ustedes, a mí, a cada uno de los papas, a los aztecas, mayas, incas e incluso a las plantas que luchan por tomar su espacio en el jardín, algunas de manera esplendorosa y otras invasiva, zafia y desagradable porque así es el comportamiento de todo lo vivo.
Y ya saben, ahora el nuevo gobierno mexicano no invita al rey a la toma de posesión el día 1 de octubre de la nueva presidenta por el asunto de pedir o no pedir perdón, Felipe IV, por la conquista, un fundamento digno de cerebro demediado, si no fuera cinismo del más grosero, con el que solazar a un pueblo tomado por idiota, que seguramente lo sea, como todos.
(Con esto no dejo de poner en valor la lección feminista que nos dieron, con las candidaturas de dos mujeres, mayores de cincuenta y poseedoras de currículos impresionantes…¡Ojo!) Dos madres.
¡Qué poca madre, que no inviten al rey! La expresión se utiliza en México cuando uno está indignado, o ante algo que se considera injusto, reprochable o de muy mal gusto.
¡Qué poca! (los más benignos la eufemizan sacando a la sacrosanta “madre” de la ecuación) la frasecita puede ser muy ofensiva dependiendo de la situación y el tono; a mí, que soy medio mexicana y madre por partida doble me produce risa.
Y no me indigna que Claudia Sheinbaum y su troupe inviten o dejen de invitar al rey porque indignarse más allá de los 5 años de edad es una posición muy comprometida para una persona inteligente; y porque con el artero buenismo de la izquierda internacional ya nos pinchan y no sangramos. Pero ¡qué les voy a contar que no sepan de la hipocresía en política!
Concordia, pluralidad, espíritu, recuentro, dialogo, transformación, gracia…Bienes que no alcanzaríamos sin la magnánima acción redentora de los zurdos…
Claudia Sheinbaum, les refresco, representa el Movimiento Regeneración Nacional, la opción continuista, y cuenta con el favor del antes presidente y de gran parte de los morenistas. (En mi opinión, estoy aquí para darla: su gobierno será una extensión del de López Obrador y un gran descalabro para el país tequilero y surrealista).
Ahh... Humanidad que no comprende su naturaleza y busca la seguridad en absurdas cotas de poder...¡Que pida perdón! ¿Felipe IV?
Y miren, respecto al perdón, no sé qué es peor... Los que dicen que no se arrepienten de nada o los que no se arrepienten de nada verdaderamente, porque aquí, y lo digo desde el cariño y sin personalizar, hablamos de lo mismo de siempre: de tontos, esta vez, en torno al asunto de la hispanidad y los indígenas.
Me pregunto qué ganarán los pueblos originarios con este guirigay ¿les permitirá mejorar su calidad de vida actual? ¿No debiéramos focalizar nuestra finita energía en la perversidad contemporanea, más que andar rascándole al pasado? ¿No hay suficientes feminicidios? Ese juego indominable entre lo sublime y lo malvado es el perímetro del foro en el que deberían moverse los que nos representan y actuar.
Pero ahora vivimos política y sociológicamente de enfaditos, en la era de los sentimientos de algodón, ocultando torpemente intereses manifiestos y luchando por manipular a los sencillos y tomarlos por idiotas, que lo serán, ¿eh? La moralidad en la que vivimos está totalmente desvirtuada por nuevos preceptos insustanciales y segregacionistas donde el más sobrevalorado es, repito, la sensibilidad y el juicio del tonto.
Sin embargo, entre los cursis y sus tejemanejes, y la prepotencia de aquellos (tan poco analíticos como los primeros) que piensan que los pueblos autóctonos eran dos docenas de monos que los españoles invitaron a bajarse del árbol, vestirse, calzarse e ir a la universidad, no me quedo con ninguno. Hablar tenía que doler o engordar.