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Mi paleto favorito
Adoro mi ciudad: su eterno paletismo (siempre intentando compensar su complejo de inferioridad) la hacen humanamente entrañable
Disfruté como un displásico del concierto de Springsteen en mi ciudad natal este finde. Disfruté aún más porque le diera a Obama por acudir y su santa quisiera salir a menear el pandero en el escenario. Todo eso fueron hechos inesperados y divertidos, que no se ven todos los días: sucesos inolvidables, que refuerzan las efemérides personales. Pero lo más divertido de todos estos días ha sido ver a Obama haciendo el paleto yendo a visitar la Moreneta a Montserrat.
Montserrat es montaña de una marcada particularidad estética (fruto de los simples caprichos de la geología) que provoca gran sensación en niños y mentes impresionables. Concita todo tipo de fantasías. Se citan allí, aunque parezca increíble, seguidores de ovnis convencidos de que es un lugar de avistamiento, una especie de plataforma cósmica de aparcamiento de platillos volantes. Con toda esta tropa, coinciden además desde los fatigados y atribulados religiosos, los políticos corruptos que van para quedar bien, los frikis de la ciencia-ficción, los evasores fiscales que acuden a rezar por su alma y hasta los alpinistas cedeerres. Cualquier cosa parece una buena idea en Montserrat, excepto la posibilidad de poner una guardería en el monasterio ahora que está de moda difamar a la religión católica.
Que nadie cayera en avisar a Obama de que en ese foro convergen nuestros más destacados majaretas provenzales, pone de relieve hasta que punto llegó como turista despistado. Cenó el pobre en el restaurante del Palace. No tuvo noticia de que en la ciudad existen prodigios como el Gresca o el Coure. El presidente probablemente más culto de la historia USA resultó ser un nuevo rico. Al día siguiente, se decía en la ciudad que Obama nos había puesto en el centro del mundo. Tal candidez hacía caerse por el suelo de risa, crujiendo las costillas por las carcajadas. Adoro mi ciudad: su eterno paletismo (siempre intentando compensar su complejo de inferioridad) la hacen humanamente entrañable.
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