Parresía

Trump, «el pacificador»

La Unión Europea sigue los acontecimientos desde una penosa discreción, frágil, de perfil. Comprometida con la solución de los dos Estados, con la boca pequeña

Donald Trump solo lleva unos días en la Casa Blanca y ha conseguido que todo el planeta esté pendiente, a diario, de las decisiones que anuncia y comenta sin filtros. Efectivamente, con él ha comenzado una nueva era mucho más proteccionista, en la que la nueva Administración –apelando al bienestar de sus compatriotas– lanza órdagos diarios a terceros países y, hasta ahora, le funcionan.

De puertas adentro, Trump se hace llamar «el pacificador», el merecedor del Premio Nobel –aunque nunca se lo darán–, el hombre que ha regresado al poder por la gracia de Dios, para hacer verdadera justicia.

Se rodea de mujeres para repudiar públicamente cualquier género que no sea masculino o femenino, ejecuta redadas de miles de inmigrantes sin papeles y les deporta a sus países de origen, recupera Guantánamo para esos que, además de extranjeros, cometieron delitos.

De puertas afuera, en lo geopolítico, su gran enemigo es China y la contienda, de índole comercial, con los aranceles como arma amenazante infalible. Los demás retos se los toma como cruzadas para la paz global, que le hagan pasar a la historia. La semana que viene, conoceremos la solución que nos plantea Trump sobre la guerra en Ucrania –previo acuerdo con Putin, para repartirse el pastel ucraniano– mientras rumiamos con estupor sus ideas de promotor inmobiliario en la franja de Gaza.

En Oriente Próximo, con Siria ya neutralizada –sin Bachar al Asad–, Irán se queda pequeña de repente ante un Trump que se ve capaz de hacer de Gaza un resort de los suyos, otro pastel a repartirse, en este caso, con su colega israelí. No hay tacto, no existe la más mínima empatía o respeto a la historia que acumulan aquellas tierras. Echar a los gazatíes de su sitio natural es una injusticia inadmisible y sí, suena a limpieza étnica, a ilegalidad. A una locura que podemos llegar a ver materializada, a pesar de que suponga una mayor radicalización de Hamás y compañía, además del fin de la frágil tregua en la zona.

A todo esto, la Unión Europea sigue los acontecimientos desde una penosa discreción, frágil, de perfil. Comprometida con la solución de los dos Estados, con la boca pequeña. Y España, a aguantar el chaparrón. Donald Trump nos ha desvelado sus intenciones y no es una buena noticia para nuestro Gobierno, que aparece expresamente señalado por Israel –junto a Noruega e Irlanda– como esos amigos del pueblo palestino que deberían, por obligación legal, recibir en nuestro territorio a los pobres refugiados. Albares ha reaccionado rápidamente ante los medios, ha protestado ante las intenciones de Israel. Visto lo visto, ¿acabaremos acogiendo los españoles a los palestinos?