Al portador
Líos comunistas, Díaz, Irene, el Papa y la fábrica de pobres
Yolanda Díaz e Irene Montero no dejan de ser las dos caras de la misma moneda. La primera, quizá más hábil y «fashion», y la segunda más torpe, antipática y con una soberbia vicaria de la de Pablo Iglesias que le hace inflexible
Eva Duarte (1919-1952), más conocida como Eva Perón, fue quizá la primera política que utilizó el lenguaje inclusivo en castellano. El 1 de mayo de 1952, en su última aparición pública, ya muy enferma, arengó a una multitud convocada por el sindicato CGT con un «compañeros y compañeras». Había que calmar a los descamisados que sufrían la crisis económica, fruto de las políticas de Perón, y Evita era todavía el reclamo más eficaz. Dicen que fue el mejor discurso de su vida y, desde luego, anticipó decenios el uso de un lenguaje ahora habitual, pero del que también abusan algunos políticos, como esa copia postmoderna suya, la Evita gallega, «Yo, Yolanda» –Carlos Alsina dixit– Díaz, estrella de la penúltima pelea fratricida y sangrienta –en términos políticos– entre comunistas de distintas facciones, pero con un mismo objetivo, el poder.
Yolanda Díaz e Irene Montero no dejan de ser las dos caras de la misma moneda. La primera, quizá más hábil y «fashion», y la segunda más torpe, antipática y con una soberbia vicaria de la de Pablo Iglesias que le hace inflexible. Díaz, en teoría, suma votos, mientras que Montero puede restarlos. Y las dos quieren mandar. Así de simple. La Evita gallega presume de comunista pero descarta el término para su proyecto de Sumar. La segunda difumina su credo en sus cruzadas feministas. En lo sustancial, están de acuerdo. No hay que olvidar que Díaz siempre estuvo al lado de Montero en todo lo de la ley del «solo sí es sí». Las dos, por supuesto, alardean de perseguir y demonizar a los ricos –y a la clase media de rebote–, mientras dan carburante a la «fábrica de pobres», expresión feliz de Loris Zanatta, catedrático de la Universidad de Bolonia, alumbrada para explicar los desmanes del peronismo que han sumido en la ruina a un país tan rico como Argentina. Las tesis de Zanatta, tan liberales como anticlericales, culpan a lo que llama cato-comunismo peronista de las desgracias argentinas. Encajan como anillo al dedo en lo que defiende la peleada pareja Díaz-Montero. No hay que olvidar que en la prehistoria de Sumar está la visita que la «vice» tercera de Sánchez hizo en Roma al Papa Bergoglio, argentino, filoperonista y defensor del pauperismo, que prima la ayuda a los pobres –loable– pero critica la cultura del crecimiento que ha erradicado la miseria en tantos lugares. Es el terreno preferido de Díaz y Montero y más, como Colau, al margen, como siempre en la extrema izquierda, de sus batallas fratricido-comunistas por el poder y sin apearse del lenguaje inclusivo que ya inauguró hace decenios la auténtica Evita Perón.