Aquí estamos de paso

Inhumanos

José Andrés, a quien admiro y quiero como amigo, lleva años dedicándose a hacer por los demás lo mejor que sabe hacer, que es dar de comer

Escribo desde la rabia y el dolor. He de reconocerlo. Lo hago porque así quiero que sea, porque no me apetece dejar espacio a que el tiempo y la serena reubicación de los impactos emocionales me prive de la oportunidad de compartir el que acaba de conmocionarme inesperada y brutalmente. Siete hombres buenos han sido asesinados por el ejército israelí de manera consciente y deliberada. A ver, desde el espanto criminal de la incursión de Hamás el siete de octubre, que mató a más de 1200 personas, Israel ha multiplicado por 25 esa cifra en territorio de Gaza y sigue arrasando la franja palestina. Seguro que la mayoría de los más de 34.000 que han muerto, miles de ellos niños, eran hombres buenos, mujeres buenas, padres de familia, trabajadores honrados, población civil, en fin, completamente ajena a la acción de Hamás, cuyo gobierno, por cierto, acaso tuvieran también que sufrir hasta que todo estalló.

Pero el asesinato de los siete colaboradores del chef José Andrés en un ataque directo a su vehículo, después de haber obtenido del propio ejército israelí garantías de seguridad para poder ayudar a la población que Israel está matando también de hambre, escala, o debe hacerlo, en la percepción moral de esa mal llamada guerra en Gaza. Porque no es una guerra, sino directamente una operación de exterminio. La excusa es Hamás, el objetivo evidente hacer desaparecer Gaza. Y si hay que llevarse por delante a la población, pues se hace, y punto.

El ejército israelí dice lamentar la acción en la que han muerto un británico, un polaco, un australiano, un ciudadano norteamericano y tres palestinos y ha ofrecido sus condolencias a José Andrés. Dice también que realizará una investigación independiente. Pero mientras, habla de autodefensa y sigue sin abrir las fronteras, ni los puertos ni los aeropuertos para que pueda llegar ayuda humanitaria. Ahora, además, dispara a matar a cooperantes internacionales. El agujero de proyectil sobre el techo del coche de World Central Kitchen no deja lugar a dudas. Ciertamente, había ya pocas. Es un clamor cómo el mundo entero, hasta Estados Unidos, aliado fiel y a veces hasta servil, de la política israelí, estaba pidiendo el final de este horror inaceptable. El gobierno español, cuya actitud de coherencia y firmeza es aquí ciertamente insólita y por ello especialmente loable, ha pedido explicaciones a Israel. También lo han hecho Polonia y Austria. Cuando esto escribo desconozco la reacción de Londres y de Estados Unidos. Pero imagino que tampoco aplaudirán.

José Andrés, a quien admiro y quiero como amigo, lleva años dedicándose a hacer por los demás lo mejor que sabe hacer, que es dar de comer. Se lleva su troupe allá donde hay conflicto y la gente necesita calor y alimento. Es un hombre machadianamente bueno. Y lo son todos aquellos que se apuntan a su lista, que se suman a su compromiso solidario. Embarcarse en ayudar a los demás implica siempre renuncias, y no puedes hacerlo sin una bonhomía generosa y militante.

Las bombas israelíes siguen matando seres humanos. Como usted y como yo. Pero acaso a algunos pudieran parecerle lejanos, carne de conflicto, parias de la tierra. A mí no, nunca los vi así. Luchan por sus derechos y aspiran al bienestar como cualquiera de nosotros aunque lo tengan mucho más difícil. ¿Servirá la contundencia criminal de esta última matanza para que veamos ya un final a esta infamia? Lo dudo. Porque cuando se convierten acciones humanitarias también en objetivo bélico, los autores están perdiendo ya su condición.