Mirando la calle
La gloria de Nadal
Siempre le quedará la satisfacción de saber que cada una de sus victorias convirtieron nuestro país en una fiesta
Decía Homero que no hay mayor gloria que la que se consigue con las propias manos y los propios pies. Y no hay intelectual, por reconocidos que sean sus méritos, que no haya anhelado alguna vez poder lograr algún tipo de hazaña física. Tal vez ese es el motivo por el que los deportistas trascienden los prejuicios de todos e incluso alcanzan el mayor de los imposibles: que todos a los que representa su bandera se pongan de acuerdo.
Quien lo ha conseguido más veces en España ha sido, sin duda, Rafael Nadal, nuestro mejor deportista de todos los tiempos. Y aunque su retirada del pasado jueves abra la puerta a que llegue otro que lo iguale o incluso lo supere, siempre le quedará la satisfacción de saber que cada una de sus victorias convirtieron nuestro país en una fiesta, en los momentos más impensables, y nos procuraron a todos un orgullo patrio indescriptible.
Rafa se va, tras un par de años de infortunio, no por falta de destreza deportiva, sino porque los años pasan hasta para los dioses del Olimpo y su cuerpo ya no responde como antes. Y aunque sepamos que le añoraremos mucho y que su ausencia nos deja un inmenso vacío, su figura permanecerá para siempre entre nosotros como el símbolo del talento, el esfuerzo y el éxito.
Lo más sorprendente de la historia de Nadal, más allá de su extraordinaria trayectoria y de que nos haya dejado en su legado la esperanza de poder convertir en realidad los sueños es que ni sus creencias, ideología política o gustos particulares le han hecho ser cuestionado por los españoles que no los compartían.
Por una vez, los políticos de distintos signos, los defensores de la España Unida, los independentistas, los banqueros y los mendigos han coincidido en considerar su incuestionable valía y, además, en celebrarla. Esta claro que la gloria conseguida con las propias manos y los propios pies de Rafa es mucho más que pura gloria deportiva.
Y no es raro que los intelectuales la ansíen, porque ni la cultura, ni la política, ni el pensamiento, han obtenido jamás en España nada ni remotamente parecido…