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Fantasma

Aunque el comunismo tiene mejor fama que el fascismo, también se esconde. Los neocomunistas optan por no declararse claramente como tales

Los analistas hispanoamericanos coincidirían: en las américas, sin el fantasma de la «ultraderecha», el populismo comunista que asola el continente en oleadas de distinta duración desde hace tanto, sería endeble. Tal espectro ha mantenido en el poder incluso al castrismo. Sin la amenaza de «la derecha y la ultraderecha», el neocomunismo sería mucho menos poderoso. Fascismo, realmente, no hubo en las américas, solo existió en las Europas (Italia, aprox. 1922-1943), pero su suplente –la ultraderecha–, se encarga hoy de infundir un pánico devenido ya estructural. El bolivarianismo no triunfaría de no ser por la amenaza, siempre viva, de la ultraderecha y sus temibles dictadores. Sin ellos como terror recurrente, el «socialismo del siglo XXI» no vencería. Lo llaman «socialismo» por ser un término menos agresivo que «comunismo». Aunque el comunismo tiene mejor fama que el fascismo, también se esconde. Los neocomunistas optan por no declararse claramente como tales. Sin la amenaza de la ultraderecha, el bolivarianismo no prosperaría. Las dictaduras derechistas siempre han dejado como memoria histórica un espectro horrendo, engordado, mitificado, recreado por la izquierda…, que continúa asustando a la sociedad civil. Como propaganda, como ariete principal del populismo izquierdista, el miedo a la ultraderecha funciona estupendamente. Aquí, el antaño llamado «eurocomunismo» sirvió en la Transición a la cohesión política y social; había una insalvable distancia entre el comunismo terrorista de aquellos años y los mayormente civilizados y sensatos postulados de los políticos patrios del PC de entonces, eurocomunistas que parecen socialdemócratas suizos frente a los neocomunistas actuales. La derecha extrema y dictatorial fue convertida en un espanto, devenido espantajo, que sirve bien como acicate para la izquierda, que aglutina a las huestes izquierdistas en contra de la «derecha y ultraderecha», establecidas ya como monstruos ideológicos de Hispanoamérica. Incluida España. Por supuesto.