Editorial

Estragos políticos y fiscales del desgobierno

El escenario apunta a una resistencia agonizante de Sánchez, mientras la democracia declina imparable

El Gobierno ha experimentado las consecuencias de su derrota en las elecciones generales y la ausencia de apoyos parlamentarios suficientes, estables y cohesionados con que sostener sus planes legislativos. Es una administración en minoría que apenas rascó lo suficiente con que armar un bloque de investidura para que Sánchez no abandonara La Moncloa por la puerta de atrás. En este año transcurrido, ese lastre, sumado a la onerosa factura anticonstitucional y corrupta que se pagó a cambio de que el presidente renovara mandato en circunstancias tan precarias, han agudizado el clima de provisionalidad y fin de ciclo. La insólita concatenación de derrotas en el Congreso ha colocado al sanchismo ante un panorama que habría resuelto cualquier premier de un estado de derecho con una disolución de las cámaras y la convocatoria de la cita con las urnas. Sánchez, sin embargo, se guía por criterios morales e institucionales alternativos a los cánones de los demócratas convencidos. Por el camino, los estragos son de una envergadura desconocida en la historia reciente convertidos en una hipoteca que minará a demasiadas generaciones de españoles. La angustiosa peripecia de la reforma fiscal del Ejecutivo, que la Comisión Europea reclama como hito para el envío de 11.000 millones procedentes de los «Next Generation», ha sido el último capítulo de este viaje a ninguna parte en el que nos han embarcado a todos los ciudadanos por la ambición de uno solo. La desesperación del Ejecutivo manifestada en el proceso de negociación a cuatro o cinco bandas entre socios con intereses tan particulares como antagónicos en la Comisión de Hacienda de la Cámara Baja ha desnudado cómo Moncloa cabalga contradicciones sin pudor ni rubor con tal de salvar el poder. Comprometido con Bruselas a promover un texto capaz de aportar unos 4.500 millones de euros, Sánchez ha querido colar en la trasposición europea sobre el impuesto mínimo del 15% para las multinacionales una auténtica carnicería tributaria contra todo lo que se mueva en cuanto a generación de riqueza se refiere hasta socavar los mínimos de una seguridad jurídica homologable con nuestros pares. El duelo tributario a garrotazos en el seno de Frankenstein ha sido nefasto para el presidente, en particular, y la izquierda, en general. Ha pesado más la gresca y las mezquindades de unos y otros en una sesión parlamentaria grotesca y surrealista. El resumen es que el paquete fiscal de Moncloa ha pendido de un hilo a merced de un mercadeo infame y sectario en el que lo de menos ha sido la conveniencia y la justicia de los impuestos a la banca, las energéticas, las socimi y el diésel, entre otros. Tras esta calamitosa negociación, resulta poco verosímil que Sánchez apruebe los Presupuestos Generales del Estado, aunque sus socios tienen un precio y él está dispuesto a satisfacerlo. La confianza del Parlamento está en almoneda, aunque hoy carece de los diputados y de la capacidad plena de gobernar. El escenario apunta a una resistencia agonizante, mientras la democracia declina imparable.