El canto del cuco
La escuela del pueblo
Soria ha presumido siempre de ser la provincia con menos analfabetos de España
Resulta que la olvidada Castilla, la de los pueblos vacíos y solitarios, destaca en educación, según el Informe PISA, que confirma estudios anteriores. Está por encima del resto de regiones españolas y de la mayor parte de los países del mundo. Es natural que los aborígenes de la meseta castellana saquemos pecho sin despreciar a nadie –tenemos asumido que «nadie es más que nadie»– ni ocultar otros sinsabores como la cruz del envejecimiento y la despoblación, que nos sitúa al final de la fila. Pero hoy es día de celebración. Personalmente me ha alegrado sobremanera que el éxito en educación de esta comunidad histórica –la más histórica de todas– se deba en gran medida al buen funcionamiento de las escuelas rurales, abiertas, algunas, con cuatro niños.
De allí procedo. La escuela de Sarnago estaba en la plaza, en la planta baja de la casa del maestro, convertida ahora en un humilde museo etnográfico. Por el mismo portal se entraba también al Ayuntamiento, que se conocía por Casa de Concejo. Todo el mundo sabía que la escuela estaba abierta cuando ondeaba la descolorida bandera en la ventana. Era una escuela mixta: convivíamos los niños y las niñas, más de treinta, de todas las edades, en bancos corridos con agujeros para los tinteros en las mesas. Aún no existían los bolígrafos. Sobre la mesa del maestro había un globo terráqueo y detrás, en la pared, el crucifijo y los retratos de Franco y de José Antonio. Una gran pizarra ocupaba la pared de la derecha. Cuando nos sacaba el maestro, escribíamos en ella con clarión. En la izquierda había dos ventanales enrejados, asomados al campo. En medio, una estufa negra de hierro que, cuando revocaba el cierzo, llenaba de humo la escuela. Al salir a recreo, en la plaza olía siempre a pan. El olor provenía del aledaño horno de la tía Milagros.
Entonces no había Informe PISA. Pero todos los años venía don Heliodoro Carpintero, el inspector, que vigilaba de cerca el funcionamiento de la escuela. Un año suspendió de empleo y sueldo a doña Victoria, la maestra interina, que se había empeñado en que la hora tenía cincuenta minutos. Sea por lo que fuere, Soria ha presumido siempre de ser la provincia con menos analfabetos de España. Allí no se ajusta ni al cabrero de la cabrada comunal si no sabe firmar el contrato. Cuidar la escuela y la despensa se ha considerado siempre la principal tarea de los gobernantes. La escuela de Sarnago cerró poco antes de aprobarse la Constitución. Fue la muerte anunciada del pueblo.
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