Angel del Río

Los miserables

Hay estafadores de guante blanco, estafadores con sistemas muy sofisticados y otros que siguen trabajando a la antigua usanza, de forma artesanal, con viejos timos que nunca mueren, con artimañas que no por conocidas y sabidas, dejan de ser eficaces. Y luego están los más desaprensivos, los que forman parte del gremio de los miserables. Son aquellos que eligen a la víctima más fácil, a la más desprotegida, la de la tercera edad, personas generalmente octogenarias, que suelen vivir solas y que se muestran demasiado confiadas con el ser humano, que no se les pasa por la cabeza que puede haber un mal nacido, delincuente, estafador, que se aproveche de su edad y de sus circunstancias.

Generalmente este tipo de estafadores suelen actuar en solitario, engañando a sus víctimas, aprovechándose de su buena fe, en vivo y en directo yendo a su propio domicilio, o a través del teléfono. Falsos revisores del gas o de la luz, miserables que les cobran una inspección irreal o les sablean por una pieza que no necesitaba ser sustituida, a veces sin siquiera tener que mostrarles una tarjeta de identificación falsa de la compañía a la que supuestamente representan. A través del teléfono les hacen ofertas engañosas, les incitan a llamar a líneas de alto coste y después les retienen indefinidamente la comunicación. Pero también hay desaprensivos que no actúan en solitario, que forman auténticas redes o grupos delictivos especializados. No siempre son detectados y detenidos; pocas veces acaban delante de un juez, y mucho menos, ingresan en prisión.

De su impunidad da fe el hecho de que suelen ser reincidentes y continúan explotando ese filón de inocentes de la tercera edad, un filón abonado por la soledad, la excesiva confianza de la gente mayor. Por su edad son víctimas propiciatorias, y este fenómeno que no cesa, debe ser abordado con actuaciones severas por parte de la Policía y de los jueces, para que los miserables no sigan abusando de esos seres indefensos y entrañables que son nuestros ancianos. Y lo escribo desde la cercanía de un ser querido que a punto estuvo de caer en las malas artes de estos desaprensivos.