Adolfo Suárez
La última banalidad
Santiago Sierra es uno de esos inventos incomprensibles del arte contemporáneo, el ejemplo paradigmático de esa estirpe de autores que han adquirido prestigio y autoridad más por los temas que trata –polémicos, problemáticos, hipersensibles– que por la finura analítica con que los aborda. Su último trabajo, «Los encargados» –realizado esta vez con la complicidad de Jorge Galindo-, constituye una síntesis inmejorable de la cantidad ingente de majaderías, infantilismos y consentimientos sonrojantes que jalonan su trayectoria. La pieza central la constituye un vídeo en el que una «cabalgata nocturna» de coches fúnebres exhibe los retratos invertidos y a gran tamaño de Juan Carlos I, Adolfo Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy. En palabras de los dos perpetradores de esta ocurrencia, tales personajes son los culpables de llevar a España a la situación de pantomima democrática en la que se encuentra, además del vórtice de no sé cuántas conspiraciones capitalistas- vaticano- financieras, causantes de la debacle socio-económico actual. Como cualquier parásito del sistema, Sierra sabe detectar los puntos más sensibles e inflamables de cada situación. Y, claro está, a la hora de desmontar la compleja y tupida maquinaria que supone nuestra democracia, ¿qué más fácil que atacar directamente a toda una iconografía de «irritantes» dirigentes políticos, culpabilizados por una exuberante demagogia que la frustración generalizada ha encumbrado al grado de discurso oficial? El problema, empero, no es tanto la desvergüenza de Sierra a la hora de reducir el activismo político a una patética labor de gestión de la banalidad cuanto el comportamiento bobalicón y poco riguroso de una crítica que, por el mero hecho de atacarse al poder, entra en un estado de trance y excitación lamentables. No importa que la estrategia diseñada consista en lanzar cañonazos al bulto y que, en definitiva, la mirada de Sierra no descienda en ningún momento de las escalas más gruesas y de conceptos en bruto y sin desbastar: el espectáculo es el espectáculo, y es mejor estar de lado de la iconoclastia desnortada y precoz que de la «resistencia de fondo» que sólo otorga el rigor.
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