Con su permiso

Capacidad y discapacidades

No está siendo una semana buena o amable para la ejemplaridad democrática. En absoluto

Vuelve a sonar la sinfonía del digodiego, que es como de verbena, pero con constantes variaciones y cambios de ritmo. Su ejecución es aparentemente fácil, porque el desorden y el caos fingen ser materias al alcance de cualquiera. Y no es así. En política, la inestabilidad, la confusión y la falta de orden suelen ser barras de plomo que arrastran al desapego, por eso nadie se retrata con ellas y si hay que mentir, pues se miente y a otra cosa. Pero también para la mentira hay que tener arte.

A Sonia le parece admirable la forma en que danza con lobos el presidente Sánchez y no solo no le muerden sino que alientan y alimentan su baile y lo hacen más consistente y duradero. Dicen los críticos que en España manda Puigdemont, pero le parece a Sonia que en realidad el fugado de Waterloo es el que se ve forzado a bailar la melodía que toca Sánchez. Parece como si le obligara a desdecirse y lo que hace en realidad es interpretar él la melodía digodieguista, la de hasta aquí hemos llegado, pero si hay que pasar, pues se pasa. Una muy parecida a la que interpretaba Podemos en aquellos lejanos años en que gobernaba este país y amenazaba y amenazaba con romper el gobierno, como hace ahora desde esa posición que no se sabe muy bien cuál es, y terminaban haciendo eso que mi admirado Chapu Apaolaza atribuye con tanto tino a los políticos contemporáneos: cualquier día cogían la puerta y se quedaban.

Pedro Sánchez estará políticamente muy debilitado, pero anda lejos la certificación de su muerte, piensa Sonia. El otro día escuchaba en un debate de la tele a una persona ideológicamente cercana a Sánchez hablar de las líneas rojas del presidente con Puigdemont. Otro tertuliano menos cafetero le pedía por favor que le dijera cuáles eran esas líneas rojas, con Puigdemont o con quien sea, incluso consigo mismo, porque no sólo se las había ido saltando partido a partido, negociación a negociación, sino que había conseguido que su traspaso se comprara como un encomiable acto de patriotismo. No hubo respuesta. No la hay.

Sonia está convencida de que muy pocas personas son capaces de atravesar tantas líneas rojas o fronteras con cuchillas como Pedro Sánchez sin apenas herirse. Sin mancharse, en realidad.

El misterio acaso esté, se le ocurre, en su osadía a la hora de moverse y el escaso valor que concede a las opiniones contrarias o incluso críticas, aunque esto último no lo tiene Sonia tan claro a la vista de cómo reacciona frente a los medios críticos y cuánto le escuece que le toquen a la familia. Como a todo el mundo, por supuesto. Pero él tiene la capacidad de convertir ese escozor propio en una epidemia que tiene a los suyos sin parar de rascarse y comprometidos en su propia guerra argumentando que de lo que se trata es de parar a la derecha.

Sigue funcionando ese relato. Sigue escribiéndose la historia desde ese lado con las herramientas del miedo a la ultraderecha con tanto éxito, que hasta los más críticos de ese bando lo abrazan sin rechistar. Son esos que te reconocen que el fiscal general del estado debe dimitir, pero entienden que se le mantenga porque hay que resistir el ataque de la justicia conservadora que es la forma que tiene la serpiente de extrema derecha de ir comiéndose poco a poco a bocados venenosos el sistema democrático que defiende Sánchez. Su amigo Amador, que es socialista crítico, le dice a Sonia que mejor esto y aguantar a Puigdemont que darle el gobierno a Abascal, que es como Trump pero con barba y a caballo.

Contempla Sonia al PP un poco perdido, como oscilando entre la indecisión de Feijóo, la serena eficacia de Moreno Bonilla y la sonora consistencia de Díaz Ayuso, cuya pareja tiene al fiscal general oficiando una ceremonia insólita y estomagante de perversión de la liturgia judicial. De la Justicia, vamos. A Sonia le parece infame que el fiscal general del estado haya llegado al punto de acudir a un interrogatorio judicial en el que insinúa que el juez prevarica, es defendido por la abogacía del estado y tiene a una de sus subordinadas ejerciendo su oficio de fiscal, aunque no pregunte escudada en una cuestión técnica, no sea que su jefe la vaya luego a empurar. Un despropósito, le parece.

Y el PP, a verlas venir, intentando convertir en victoria el digodiego al que les ha forzado Sánchez, votando sí al decreto embutido después de haberle quitado algún relleno.

Tiene una sensación Sonia de incomodidad, de frágil situación en manos de representantes que usan el voto de forma fraudulenta, como cuando le prestas a un amigo dinero para el autobús y se va en taxi tras haber engañado a unos cuantos más.

No está siendo una semana buena o amable para la ejemplaridad democrática. En absoluto.

Claro que peor es lo del otro lado del Atlántico y lo que puede traer el nuevo tiempo regido por un tipo que echa la culpa de un espantoso accidente de aviación a las políticas de diversidad de sus predecesores. Por lo visto contratar personas con discapacidad tiene esas consecuencias. Olvidando acaso que pudiera ser que él mismo sufriera alguna de ellas perfectamente visible aunque no se reconozca como tal.

Sánchez
SánchezIlustraciónPlatón